No hay cadena nacional, carta abierta ni acto militante que tape los bolsos de López. Tampoco las rutas que Lázaro Báez nunca construyó. La imagen del escándalo no necesita palabras: todos vimos ese video… En cámara lenta, una y mil veces, la monja metiendo bolsos en un convento con la naturalidad de quien ya lo había hecho en reiterada oportunidades.
La corrupción se hizo cuerpo en esas escenas grotescas, fajos de dólares que salían del Estado contados impunemente en oficinas de puerto madero y terminaban en bóvedas privadas, expuestos como emblema de un sistema de poder que confundió al Estado con un botín personal.
A esta altura, ni los peronistas más convencidos pueden sostener el relato sin ruborizarse. Lo que fue orgullo discursivo, hoy es balbuceo sin rumbo. Cristina Fernández de Kirchner, otrora oradora brillante, cae en divagues incoherentes que parecen dictados por un focus group desesperado. Fragmenta los temas, salta de uno a otro, evita cuidadosamente el núcleo que la condena: una asociación ilícita que comenzó con Néstor Kirchner y terminó incrustada en la arquitectura misma del poder.
La Corte Suprema confirmó la condena a prisión e inhabilitación de Cristina Kirchner
Cristina no es una perseguida política. Es una condenada judicial. No por lo que dicen los periodistas ni por lo que opina la oposición, sino por la evidencia concreta de una estructura de corrupción sistemática. La causa Vialidad, por la cual fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, no es una fábula. Es un expediente de más de 160.000 fojas, con pruebas, peritajes y testimonios irrefutables.
Se trata de 51 obras viales otorgadas al holding de Lázaro Báez —amigo personal de los Kirchner ex cajero de un banco en santa cruz y beneficiario directo de un esquema de corrupción— en la misma provincia de Santa Cruz, con sobreprecios millonarios y sin controles. En algunos casos, las obras ni siquiera fueron iniciadas, aunque el dinero fue cobrado en su totalidad. En otros, se certificaron avances inexistentes, como en la famosa Ruta Provincial N.º 9, que según los papeles estaba terminada pero en el terreno era solo ripio y abandono.
Las empresas constructoras de Báez (Austral Construcciones y otras firmas satélites) no tenían capacidad técnica ni financiera real para ejecutar semejante volumen de obras, pero eso no importaba: el objetivo era simular legalidad mientras el Estado nacional le transfería fondos millonarios. Fue el festival del retorno, del desvío, de la obra pública como mascarada para el enriquecimiento ilícito.
Cristina Kirchner tras el fallo de la Corte Suprema: "Es un triunvirato de impresentables"
Y mientras todo esto sucedía, los organismos de control miraban para otro lado. Funcionarios clave como Julio De Vido, José López, Ricardo Echegaray y el propio Báez se enriquecían de forma escandalosa. Todos bajo la sombra de una figura central: Cristina. No es que no supiera. Era la jefa. Lo dijo el tribunal: “La maniobra no hubiera sido posible sin el conocimiento y la participación activa de la entonces Presidenta de la Nación”.
Pero más allá de los tecnicismos judiciales, hay una verdad política más profunda: Cristina Kirchner ya no puede ofrecer respuestas. Su discurso está agotado. No hay narrativa épica que justifique lo injustificable.
La palabra —su arma más poderosa durante años— hoy la traiciona. Y ese silencio forzado frente a lo esencial, esa negación obstinada de los hechos, grita más que cualquier arenga.
La historia juzgará sus actos, pero el presente exige claridad. Porque no se puede construir un país con líderes que creen que la culpa siempre es de otro, que la ley es un estorbo y que la ética es un tema de marketing.
Recordemos al Fiscal Diego Luciani diciendo que fue una Asociación ilícita piramidal, la matriz de corrupción más extraordinaria que se vio y remató con el inolvidable "Señores jueces esto es Corrupción o justicia".