OPINIóN
Análisis político

Bolivia y Chile, ¿tienen algo para enseñarnos sus crisis?

Los autores analizan las crisis políticas, sociales y económicas de ambos países y refieren a la actual de la Argentina.

violencia bolivia elecciones
Las concentraciones de opositores derivaron en violencia en las ciudades de Cochabamba y Santa Cruz. | AFP

En América Latina, existen dos grandes narrativas respecto de nuestro tortuoso camino al desarrollo. “A” al desarrollo se llega estableciendo instituciones sólidas, mercados que funcionen eficientemente con un buen nivel de apertura al mundo y esto generará un proceso que en un futuro logrará reducir la pobreza e incrementar los niveles de inclusión social. No ponen el acento en la idea de igualdad social, sino en la libertad de los ciudadanos y consumidores. Generalmente, toman al modelo chileno como ejemplo.

Por otro lado está el otra narrativa, “B” que pone el acento en la inclusión social, una mayor intervención del Estado en la economía, no idealiza tanto las instituciones liberales pero ponen el acento en el aspecto democrático del gobierno al someter sus gobiernos al voto popular. Los casos que podemos poner como ejemplo aquí son Bolivia y Ecuador. Venezuela es un caso que hace tiempo se alejó de esta narrativa, y tiene una clara deriva autoritaria.

Cuando ocurren sucesos imprevistos, las explicaciones del origen del acontecido pueden tener tres grandes explicaciones:

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  1. La conspiración internacional: es el imperialismo y la derecha que quieren generar un golpe de Estado o son los aliados del gobierno de centroizquierda (y hasta los alienígenas) quienes provocan estas molestas e injustificadas reacciones de la ciudadanía.
  2. El factor nacional no contemplado, había una serie de reclamos de la población a los cuales no les prestamos atención
  3. Las causas generales o “sistémicas” que permiten una explicación global del problema.

Veamos a continuación los casos de Bolivia y Chile, para tratar de extraer alguna enseñanza para nuestro país.

Los casos A y B

En el caso de Bolivia (tipo B), Evo Morales realizó una reforma constitucional que le permitió ganar un tercer mandato; luego en 2016 realizó un referéndum en el que le preguntaba a la población si podía aspirar a un cuarto mandato y perdió por un estrecho margen (51 % por el si, 49 % por el no). Pero el Tribunal Constitucional de Bolivia entendió que Evo tenía derecho a presentarse a un cuarto mandato, cosa que acaba de cumplirse. Los guarismos del voto lo muestran como ganador en primera vuelta, pero la oposición denuncia fraude, al haberse detenido el conteo de votos y luego de retomado, el oficialismo apareció como ganador. El problema de Evo es un tema clave, dado que es el único gobierno tipo B de la región que estaba teniendo un final “impecable” (economía en crecimiento y con inclusión, y nulas denuncias por corrupción o violencia política). La prueba que tienen que pasar todo movimiento democrático que encarna un período transformador exitoso, es justamente, el de poder alternarse en el poder con otro movimiento que no sea un producto propio. El transformador exitoso, es el que puede volver “al llano” y alternarse en el poder con la oposición. Podemos agregar que una revolución que no se estabiliza fracasa, pero también si no saben irse del poder. El éxito de una transformación política está justamente en la institucionalización o “normalización” de los principales cambios, sin que ello signifique una eternización de los dirigentes que la hicieron. Por algo, ningún gobierno tipo B latinoamericano pudo encontrar un liderazgo que reemplazara o continuara a los “padres fundadores”. No pudo Perón, no pudo Chávez y hasta ahora, no habría podido Evo, por nombrar algunos.

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En el caso chileno (tipo A), encontramos una transformación económica de inspiración liberal muy exitosa establecida por la dictadura militar de Pinochet, que incluyó un cambio de constitución en 1980, y luego con el retorno democrático en 1989. Desde ese momento se sucedieron partidos de derecha e izquierda en el poder y en lo sustancial, no sufrió alteraciones el orden económico establecido por la dictadura. Para muchos economistas, el modelo chileno era un ejemplo para seguir por toda América Latina, pues el juego político mostraba alternancia y no había un cambio de reglas en el funcionamiento del mercado ni el proceso de apertura al comercio mundial. Las tasas de crecimiento de la economía eran favorables y la pobreza se mostraba perezosa a la baja, pero algo descendía. Desde el punto de vista del sistema político democrático chileno, no se hizo grandes ecos de las demandas de una clase media baja que reclamaba cambios en diversos servicios públicos (educación, salud, pensiones, tarifas, etc.) y que además peticiona por un aumento del salario mínimo. Un ciudadano promedio chileno gana cerca de 700 euros mensuales, pero tiene que pagar servicios a precios internacionalizados y por lo tanto deben endeudarse. Esta demanda, no habría sido captada por un sistema político que en general, permaneció cerrado aun cuando hayan gobernado sucesivamente gobiernos de inspiración socialista. La desigualdad chilena parece ser un desafío gigantesco.

Con esto queremos decir que ninguna de las dos narrativas descritas, se encuentra en plena condición de autoproclamarse como “ejemplo a seguir”. Las narrativas neoliberales muestran su costado flaco en la inclusión social y la apertura de su sistema político y las centroizquierdas muestran mejores indicadores sociales, pero exhiben una débil calidad institucional y una tendencia a perpetuarse en el poder que tanto les criticaban a las oligarquías que, decían, venían a dejar en el pasado. Por ello, creemos que en América Latina se abre un período muy interesante, el de la búsqueda de consensos sociales que permitan un nuevo “modelo” que no dependa tanto de querer copiar estas dos narrativas en problemas, sino la de buscar un camino propio que vea en la construcción por consensos sociales mínimos de un camino que permita la convivencia entre la democracia y el capitalismo.

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La explicación de ambas crisis necesita interrelacionar la política y la economía.¿Son ideológicas estas crisis? No. A nuestro criterio, son muestras de que el poder del Estado (podríamos particularizar con "el gobierno") no alcanza para generar desarrollo e inclusión al mismo tiempo. En Latinoamérica en general y también en nuestro país. Las crisis en países con narrativas A y B, de distinta raigambre ideológica, lo prueban.

El Estado Latinoamericano no está pudiendo generar las capacidades suficientes para brindar libertad (reconocimiento de derechos) e igualdad (acceso igualitario a las decisiones) al mismo tiempo. En Chile quedó claro que el crecimiento económico no fue equitativo y que a pesar de tener una política y administración pública mucho más prolija que el resto de la región, las protestas muestran una dinámica que están muy lejos de calmarse.

Mal que le pese a mucho a ciertos gurúes económicos, está claro que hay sectores que se sienten excluidos y fuera del sistema. Y que esta crisis viene gestándose desde hace tiempo. Al mismo tiempo el gobierno chileno subestimó las quejas que su sociedad expresaba respecto del sistema de salud, educación, pensiones y al mismo tiempo no motorizó mecanismos de generación de consensos. La élite política de inspiración tecnocrática, creía que estaba todo bajo control, al promover la eficiencia económica del país vecino.

Por ceguera institucional, o por convicción ideológica. La mención de "privilegios" por parte de la esposa del Presidente, inclinan la balanza para la segunda opción. Hay una ideología del hartazgo, pero que engloba a izquierda y derecha, sin claros objetivos políticos.

En Bolivia sucede otro tanto, pero desde distinto lado: trece años de gobierno que generaron altos niveles de inclusión y participación, pero bajos niveles de construcción de institucionalidad en términos de derechos políticos. No hay confianza en el sistema electoral. Basta la comparación con Alemania. Merkel lleva el mismo tiempo en el poder que Morales y a nadie asombra. Probablemente en Bolivia el sistema no asegura confianza suficiente para que la voluntad del votante tenga respaldo institucional.

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Los intereses de las facciones hacen saltar por el aire la contención de la estructura que el sistema democrático provee. Un llamado de atención que no debe pasarse por alto. Al parecer no alcanza sólo con el Estado, ni sólo con el Mercado. Y el gobierno necesita establecer vasos comunicantes, y nexos de negociación para la toma de decisiones consensuadas y acordadas con todos los sectores.

La opción binaria Estado/Mercado está dando muestras de agotamiento. La falta de mecanismos de articulación y consenso, la desconfianza de instituciones del Estado, el descontento por un sistema que no incluye lo suficiente, que no genera crecimiento para todos y que no es fiable indican que el modelo de gobierno burocrático/autoritario/gerencialista (elija el que guste) “tiene el boleto picado” desde hace rato. Actores, intereses, opiniones no son incluidas, y eso pone en riesgo cierta continuidad democrática que ha costado mucho sostener.

Ejemplos como los de Ecuador, Bolivia y Chile hablan claramente que la crisis no es ideológica. Es del sistema (opción “c” en la explicación). Pensar modelos alternativos de ejercicio del poder, acuerdos, consensos y construcción de nuevos colectivos es una demanda urgente.

Más allá de simpatías electorales, Argentina necesita aprender a construir acuerdos, a generar consensos, y a reflexionar sobre los mecanismos que la llevaron a tener 23 años de recesión económica en los últimos 70 años.

Irnos de lleno al Mercado no funcionó. Quedarnos sólo con el Estado, tampoco. EL gerencialismo en el Estado no alcanzó. El burocratismo de la gestión pública nos estancó. El sistema partidario no deja de echar culpas, y reflexiona poco. Y no hay muestras de aprendizaje.

En el caso argentino, creemos que las elecciones del próximo 27 de octubre, son una excelente oportunidad de comenzar a transitar el camino de los acuerdos sociales básicos entre todos los actores políticos relevantes. El compromiso es la superación de una grieta que nos inmoviliza y no nos deja avanzar en un sentido productivo. Para acordar entre nosotros es necesario reconocer que nadie está libre de pecados ni de fracasos, por ello, necesitamos consensos básicos en los cuales tenemos que estar todos representados. Nos tiene que preocupar la calidad de los argumentos sobre los cuales vamos a acordar. Hay que elegir “el mejor argumento posible para todos” que refleje una política democrática, inclusiva y capitalista socialmente responsable para los próximos 50 años.

 A pesar de que es la tercera crisis cíclica desde el retorno de la democracia, al parecer no encontramos los mecanismos de reflexión y de cambio cualitativo necesarios.Alguien está llamando insistentemente, y es hora de ver qué es lo que está ofreciendo, y qué es lo que quiere de nosotros. La salida del encierro siempre es por la puerta.

Pero hay que animarse a buscar el picaporte, y abrirlo.

 Por Alejandro M. Estévez (profesor UBA/UTDT/UNLZ) y Mariano Boiero (profesor UNLaM/UNLu/UNLZ)