OPINIóN
Internacional

El drama de Chile, entre la izquierda y la derecha

La derecha política y los empresarios no reconocieron que el modelo necesitaba cambios importantes. Y la izquierda más ideológica nunca quiso admitir que el modelo fue exitoso.

violencia en chile
El lunes 21 de octubre continuaron las violentas protestas en las principales ciudades de Chile. | AFP

Desde el retorno a la democracia, Chile ha experimentado los mejores 30 años de su historia. ¡Bajo cualquier parámetro! Macro, micro, pobreza, derechos civiles, libertades individuales, transparencia, educación, acceso a la vivienda, cloacas, agua potable, energía. La evidencia es contundente. Y son mejoras que han cambiado en forma dramática la vida de la gente, no solamente un número en una planilla de Excel, como algunos en Argentina critican. Nunca en la historia de Chile hubo un porcentaje tan bajo de pobreza, una menor desigualdad (si, incluso desigualdad) o una mayor movilidad social que en la actualidad.

Es más, Chile es el único país de Sudamérica que con el pasar de los años ha podido bajar el costo de los servicios públicos con respecto al salario mínimo. Solo un par de ejemplos: en 2011, la canasta básica representaba el 19% del salario mínimo. Para agosto de este año, representa sólo el 14%. Las tarifas de agua potable también son un servicio público digno de análisis. En Santiago, en 2011, el m3 de agua potable costaba US$ 1,39 aproximadamente. Ahora, en 2019, el precio del m3 ronda los US$ 1,45. Un aumento del 4,3% mientras el salario mínimo aumentó un 75% en el mismo período.

Entonces, ¿cómo se explica el nivel de malestar que explotó en la calles la semana pasada y que tiene al país de mayores ingresos de la región y con la institucionalidad política más estable sumido en una crisis de proporciones?.

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La respuesta no es muy distinta de la que explica el fenómeno Trump en Estados Unidos, el Brexit en el Reino Unido o los chalecos amarillos en Francia: la explosión social de Chile es un reflejo de la crisis de las democracias liberales en las que el liderazgo político y económico no se ha hecho cargo de la ansiedades y frustraciones de los que no se han visto beneficiados por la globalización y la revolución digital. En el caso de Chile hay que sumar el boom económico y cultural de los últimos 30 años.

Las señales de malestar estaban a la vista hace tiempo. Pero el drama de la sociedad chilena es que la derecha política y los empresarios nunca han querido admitir que el modelo necesitaba cambios reales e importantes. Y la izquierda más ideológica nunca quiso admitir que el modelo fue exitoso.

Existe una crisis de liderazgo que no actuó con la urgencia necesaria, por una desconexión de las élites con las realidad supo (o no quiso) canalizar las frustraciones de los que no se sienten beneficiados por el boom chileno. Y no necesariamente por motivos de ingresos. "Esta es una crisis que se origina tanto en graves desigualdades de ingreso como en la existencia de zonas de sacrificio, la exclusión de la ciudadanía de los espacios de poder y la precariedad de las condiciones de vida", es como lo explica un documento que publicó esta semana Espacio Público, un centro de estudios con una mirada socialdemócrata.

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El académico de la Universidad de los Andes e investigador senior del IES, Daniel Mansuy, dice que lo que estamos viendo es una catarsis colectiva “en esta sensación de que estuvimos mucho tiempo en silencio, callados, aguantando muchas cosas y que ahora las vamos a decir. Es una sensación de que, colectivamente, la gente manifestándose puede hacer algo y puede lograr cosas". Agrega que hay una clase dirigente que vive en otro país, en otra realidad, y que no tiene la más mínima empatía ni ganas de comprender que para la gente $30 más (2,50 pesos argentinos) es mucho dinero, “que Santiago es muy caro y cuesta mucho moverse, que no hay pensiones dignas, que la salud es mala o es cara. A la elite, como vive en una situación muy cómoda, esa realidad le cuesta mucho verla".

Había señales de que esto venía cambiando y esta semana las principales cámaras empresariales y un número no menor de políticos ha hecho un mea culpa. El desafío que viene por delante es como darle cauce democrático e institucional a ese malestar cuando son las propias instituciones chilenas las que están siendo cuestionadas. A uno le puede gustar o no Sebastián Piñera, pero fue elegido por una mayoría contundente hace dos años.

Será necesario e indispensable que aparezcan liderazgos responsables que sean capaces de darle un contenido y un marco institucional a todo esto. Más fácil decirlo que hacerlo. En esta crisis quedó en evidencia la falta de una buena lectura propiamente política del conflicto por parte de  las élites. Es el fin de una era en que los tecnócratas y economistas dominaban el debate en Chile.

Mansuy dice que Chile tiene mucho por mejorar, “pero tratemos de hacerlo al interior de la democracia porque sino la alternativa es siempre peor, y tomémoslo como una oportunidad para darnos cuenta de que íbamos por muy mal camino y habrá que mejorar muchas cosas”.