OPINIóN
Columna de la USAL

El daño solar, la cultura y la moda

El secreto es aprender a disfrutar de forma prudente evitando, más allá del envejecimiento cutáneo precoz, los tumores malignos de la piel.

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Verano | Terri Cnudde / Pixabay.

El tono claro de la piel en las poblaciones urbanas del hemisferio norte, y de otras regiones alejadas del ecuador, siempre fue un rasgo distintivo de las mismas a través de la historia y hasta un símbolo de estatus que las diferenciaba de las poblaciones rurales campesinas, obligadas a exponerse al sol por sus labores al aire libre. Alrededor de 1920 todo comenzó a cambiar por un hecho circunstancial, la célebre modista Coco Chanel regresa de una travesía náutica de placer por el Mediterráneo totalmente bronceada y comienza a imponerse en el mundo occidental la moda del bronceado, a partir de ese momento y a través de los años se desencadena un fenómeno hasta entonces no estudiado y del cual han estado exentos países orientales cuyas culturas exaltan y promueven la claridad de sus pieles.

En efecto, el sol, fuente principal de la vida en nuestro planeta, capaz de proporcionarnos diferentes tipos de energía (lumínica, calórica e incluso eléctrica), componente esencial de la fotosíntesis -proceso natural sin el cual los vegetales son incapaces de subsistir-; responsable de nuestra visión de colores, de la elaboración de la vitamina D; este mismo sol, es capaz de producir daño en nuestra piel.

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El sol emite radiaciones electromagnéticas en gran cantidad y en extenso rango. La atmósfera, esa capa gaseosa que envuelve el planeta, impide el paso de radiaciones letales para los seres vivos. El ozono cumple un papel notable como escudo protector en este aspecto. Menos de la mitad de las radiaciones solares alcanzan la superficie de la tierra y, entre ellas, el espectro ultravioleta, constituido por tres tipos de rayos: A, B y C, estos últimos, incompatibles con la vida, son totalmente bloqueados por la capa de ozono, los otros dos (los rayos A y B), están implicados en el daño solar de la piel. Ese daño puede ser agudo: la quemadura solar, es decir el enrojecimiento y formación de ampollas, y crónico: envejecimiento prematuro y cáncer de la piel.

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Pero la magnitud con la cual la radiación ultravioleta afecta nuestra piel, no es igual para todos. Es importante tener en cuenta qué puede afectarnos para entonces poder actuar. A saber:

  1. Factores Internos: tipo de piel, edad, presencia de enfermedades agravadas por la luz solar.
     
  2. Factores Externos: latitud, altitud, estación del año, hora del día, factores climáticos (humedad, vientos, nubes, smog), estado de la capa de ozono, presencia de superficies reflectantes, etc.
     
  3. Otros: realizar trabajos o practicar deportes al aire libre, residencia prolongada en zonas de alta radiación solar, cultura y hábito de bronceado.

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Además, debe tenerse en cuenta otro concepto casi "darwiniano": las pieles de los habitantes más próximos a los polos, alejadas durante siglos de la exposición solar, a diferencia de las poblaciones originarias de latitudes más cercanas al ecuador, como Centroamérica y África, por ejemplo, no han requerido la activación del sistema de protección natural del fotodaño que es la síntesis de melanina y han desarrollado pieles claras. Esta constitución genética de la piel es determinante en la magnitud del daño solar.

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Para poder cuidarnos de estos daños hay que identificar el tipo de piel y en función a ellos recurrir al tipo de protección adecuada. Hay que saber que la piel ha sido clasificada en cuatro grupos de acuerdo al tono y al nivel de protección que poseen. Estos son:

  • Tipo I: siempre experimenta quemadura solar, nunca se broncea espontáneamente.
  • Tipo II: en general experimenta quemadura solar, a veces se broncea.
  • Tipo III: generalmente se broncea en forma natural, a veces experimenta quemadura solar.
  • Tipo IV: se broncea en forma natural, nunca experimenta quemadura solar.

Ya definido el tipo de piel, hay que considerar también que:

  • Los tipos I y II presentan un alto riesgo de daño solar. 
  • La edad constituye también un factor importante en el grado de daño solar que puede sufrir una persona.
  • Los niños necesitan ser educados desde temprana edad, época en que es más fácil inculcarles el conocimiento del daño solar.
  • Entre los factores externos, la latitud, es decir la distancia desde la línea del Ecuador, está relacionada con la magnitud del daño solar, pues mientras más cerca de aquélla nos encontremos, mayor es la intensidad de la luz solar. A mayor altitud, mayor será la radiación ultravioleta, pues menor es la masa de aire que la filtra. Mientras más delgada sea la capa de ozono, mayor radiación ultravioleta recibirá la superficie terrestre.
  • Cerca del mediodía y en la primavera y verano, recibimos la mayor radiación de luz ultravioleta.
  • La presencia de nieve, arena y/o cemento, aumenta por reflejo el efecto de la radiación ultravioleta.
  • Aquellas personas que realizan trabajos a pleno sol: están más expuestos a sufrir daño solar, como los que practican deportes al aire libre.
  • La fotoprotección debe constituirse en un hábito de vida e iniciarse desde el nacimiento, particularmente en los que poseen piel de tipo I y II y en los niños. 
  • Evitar exposiciones prolongadas al sol, particularmente en horarios cercanos al mediodía.
  • Si debe estar inevitablemente expuestos al sol, por actividad laboral, deporte o turismo, use sombrero o gorra, ropa preferentemente de algodón que proteja la mayor superficie posible de piel, pantalla solar adecuada con factor de protección solar 30 o mayor -ese número constituye una medida del tiempo que su piel estará protegida-, use lentes de sol.

El secreto es aprender a disfrutar del sol en forma sana y prudente, evitando provocar daño en nuestra piel y en nuestros ojos y tener muy en cuenta que además del envejecimiento cutáneo precoz con aparición de manchas y arrugas, los tumores malignos de la piel pueden desencadenarse por el daño acumulativo ocasionado por la exposición solar crónica, entre ellos los carcinomas basocelular y espinocelular y el temido melanoma.

 

* Profesor Titular de Dermatología, USAL.