El actual gobierno brasileño es una criatura de dos cabezas. De un lado, el conservadurismo extremista que propone una “guerra cultural” contra el marxismo. Del otro, el proyecto económico liberal del cual Paulo Guedes es el padre, ejecutor y garante ante el mundo empresarial.
No se trata de una simple distinción entre dos facetas de un mismo gobierno. El actual presidente, en su larga carrera política, ha sido mayormente un proteccionista al viejo estilo del nacionalismo militar. Pero sobre todo, lo que a Bolsonaro siempre le importó, y le importa ahora, son las banderas de la mano dura, el anti “izquierdismo” y la “guerra cultural”. Para Bolsonaro lo económico siempre estuvo en un segundo plano. El liberalismo ha sido artificialmente implantado en el proyecto de Jair Bolsonaro como requisito para hacer de la suya una candidatura viable en 2018.
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El liberalismo injertado en el proyecto de poder de Jair Bolsonaro se hizo carne en Paulo Guedes. Bolsonaro se reconoció lego en economía, creó un super ministerio de Economía y delegó la responsabilidad de la gestión económica en Guedes. Bolsonaro públicamente prometió interceder lo mínimo posible en la gestión económica y desde el inicio del gobierno las agendas conservadora y liberal parecieron andar por sendas separadas. Así nació la criatura.
La tan importante Reforma Previsional aprobada en 2019, sin la cual Brasil “entraría en bancarrota”, según el diagnóstico más extendido, padeció en su tramitación por el Congreso de las oscilaciones del compromiso de Jair Bolsonaro. El vacío fue llenado por Rodrigo Maia, experimentado diputado de la centro derecha y que hoy preside la Cámara. Maia, que encabezó la comitiva que se reunió en Buenos Aires con Alberto Fernández en diciembre (reunión que habría motivado que Bolsonaro cancele su participación en la asunción del argentino), construye mayorías parlamentarias y se ha convertido en un nexo con Brasilia para los actores del mercado. También, eventualmente le pone límites a los atropellos del gobierno desde su lugar de presidente de la Cámara de Diputados y con vocación demócrata.
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Los movimientos de esta criatura bifronte son singulares. En algunos territorios avanza con su cabeza conservadora, escondiendo la faceta impopular del liberalismo. En otros, se presenta liberal y esterilizada de conservadurismo extremista, como seguramente sucederá en la visita de Guedes al Foro de Davos.
Dos imágenes. El gobierno brasileño sanciona la ley de libertad económica, flexibiliza las formas de contratación para los más jóvenes, aprueba la Reforma Previsional. Empresarios grandes, pequeños y medianos brindan por las medidas que consideran vienen a reparar una economía super burocratizada. Bolsonaro acude a la multitudinaria Marcha para Jesús, miles de evangélicos saludan al presidente de la República que comparte su visión conservadora. La criatura avanza de un lado y de otro. En cada nicho de popularidad asoma una u otra cabeza, según corresponda.
El Secretario de Cultura lanza la convocatoria para los Premios Nacionales. En su presentación copia parte de un discurso de Joseph Goebbels, imita la estética, la disposición del cuadro del líder a sus espaldas. De fondo la música de Richard Wagner completa la escena. Ante el espanto del público, la criatura recula. “Una coincidencia” dijo el Secretario de Cultura. “Su posición se hizo insostenible”, anunció el presidente y despidió al funcionario. El segundo Secretario de Cultura, ya que el primero renunció en agosto denunciando la imposición de la censura.
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Ante episodios como el del ministro goebbeliano, algunos rechazan el conservadurismo extremo y rescatan el liberalismo económico. Lejos de la lectura en blanco y negro, rechazan un aspecto y suscriben al otro. Pero muchos otros van más allá de esa diferenciación, y ven en el conservadurismo extremo un mal menor ante un liberalismo deseado luego de varios años de gobierno del Partido de los Trabajadores.
Los movimientos singulares de esta criatura de dos cabezas le permiten abarcar un amplio territorio de la política y la sociedad, y sembrar trampas de las que todavía no se sabe qué consecuencias habrá. Relativizar el extremismo del gobierno de Jair Bolsonaro es una de esas trampas. La diferencia es entre distinguir dos tendencias dentro del gobierno brasileño y apoyar una de ellas, algo sensato y honesto, y justificar, relativizar o subestimar el conservadurismo autoritario con tal de no opacar el liberalismo económico. ¿Acabará un hipotético éxito del modelo liberal de Paulo Guedes legitimando un conservadurismo extremo con pretensiones de autoritarismo?
En apariencia torpe e indelicada, la criatura se gana la confianza y hasta el favor de algunos mostrando el rostro que quieren ver y ocultando el que no quieren ver o no les importa.
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Párrafo aparte el mercado, en especial el financiero, que mira qué hace Paulo Guedes y que de Bolsonaro tan sólo espera que no interfiera. Hay algunas contradicciones entre ambas facetas del gobierno, incluso por mucho tiempo la gran pregunta era cuánto tiempo aguantaría Guedes. Mientras deje hacer, no importa lo que haga Bolsonaro, su troupe de ministros y la guerra cultural. He ahí una disociación, que encuentra en el mercado financiero a su máxima expresión.
Dado el peso que tiene Brasil (en varios sentidos el gigante sudamericano), la criatura está estratégicamente situada en el tejado de la región. Por momentos con pasos torpes y estruendosa improvisación. Por momentos sigilosa y astuta. Se asoma por las ventanas de los países vecinos, a veces con su cabeza conservadora, a veces con su cabeza liberal. A veces repudiada, otras veces bienvenida. No llegó para pasar desapercibida o para dejar las cosas más o menos como estaban: tiene hambre de transformación. Vale tener muy presente que, aunque con dos cabezas bien diferentes, es la misma y una sola criatura.