En política internacional, la lógica suele estrellarse contra hechos que a simple vista parecen contradictorios, pero cuando se fija la mirada en los intereses en juego, el tema comienza a adquirir unos gramos de coherencia, o al menos uno puede comprender un poco mejor las razones de ciertos movimientos.
La República Popular China posee en su frondosa historia, sucesos que forjaron un tejido de poderes confusos que afectan su propio presente y producen miradas atentas y cautelosas en todo el mundo. Enfocaré la luz, específicamente en tres asuntos que ilustran los diversos intereses que existen en el interior del gigante asiático. Me centraré en Macao, Hong Kong y Taiwán.
Macao, “la Montecarlo de Oriente” como la suelen denominar en alusión a la omnipresencia del juego en su territorio, es una Región Administrativa Especial de China. Está ubicada en la costa meridional del país más poblado del mundo, a aproximadamente 70 km de Hong Kong (su primo hermano, que tiene un régimen análogo).
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Macao se convirtió en una colonia del Imperio Portugués en 1887, pero en virtud de un tratado firmado en 1987 por Portugal y China, el territorio volvió a manos del país asiático en diciembre de 1999. Se trata de la última colonia europea en Asia que cortó las amarras con el viejo continente para navegar el mundo con barcos del gigante asiático. Es uno de los centros mundiales del juego, como Las Vegas en América. La industria del juego ha provocado un crecimiento explosivo en Macao. Según un informe del Fondo Monetario Internacional de 2018, posee uno de los PIB per cápita más alto del mundo. En Macao, al igual que en Hong Kong –un territorio que tras la Guerra del Opio entre China y el Reino Unido (1838-1842), pasó a manos británicas en virtud del Tratado de Nankín y que retornó a manos chinas recién en 1997– rige la fórmula "un país, dos sistemas". Este modelo político consiste en respetar peculiaridades de la población y otorgar cierta autonomía, pero siempre dentro de la órbita de la República Popular China. Existen diferencias entre la excolonia británica (Hong Kong) y la excolonia portuguesa (Macao). En Hong Kong hay un fuerte deseo de ampliar el nivel de autonomía, los derechos sociales y el respeto por la identidad local. Los habitantes de Kong Kong se autodenominan hongkoneses, en vez de chinos. Prueba de esto son los episodios de protestas que ocuparon los medios internacionales recientemente. En Macao, en cambio, reina un clima a favor de China, fomentado quizás por la buena situación económica. En este sitio repleto de casinos, no prevalecen deseos secesionistas o reclamos de mayor libertad. Las protestas que acontecen en las calles de Hong Kong no encuentran muchos adeptos en Macao, donde la fidelidad al gobierno central de China es la norma.
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El caso de Taiwán presenta similitudes pero también fuertes condimentos que lo diferencian de Macao y Hong Kong. El gobierno chino la considera una isla rebelde, debido a sus anhelos públicos de lograr la independencia del gigante asiático. Las aspiraciones secesionistas explícitas de Taiwán despiertan preocupación en China desde hace décadas. La ley antisecesión dictada en 2005, revela que para la República Popular China no se trata de un tema del pasado ya superado. En la ley mencionada, el gobierno chino, explicita la posibilidad de impedir el divorcio que pretende Taiwán “por medios no pacíficos”.
“La isla rebelde” tiene una historia fuerte en términos de soberanía. Después del triunfo de Japón en la primera guerra chino-japonesa, Taiwán fue cedido por el gigante asiático a Japón. No obstante, el statu quo cambió sustancialmente en 1945, a posteriori de la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial. La condición de vencido obligó a Japón a renunciar a los territorios que había ocupado en China. Pero los ventarrones políticos que sacudieron a Taiwán no cesaron allí. La guerra civil de China tendría también fuertes efectos en Taiwán, particularmente cuando las fuerzas comunistas comandadas por Mao TseTung vencieron militarmente al gobierno nacionalista Kuomintang (KMT) de Chiang Kai-Shek.
La derrota en el campo de batalla, hizo que Chiang y sus fuerzas –por instinto de conservación– decidieran instalarse en Taiwán buscando refugio del avance comunista. Una vez en la isla, dominaron la política taiwanesa durante muchos años, pese a ser una pequeña minoría en esa porción territorial. Chiang y posteriormente su hijo –que lo sucedió en el poder–, lograron imponerse instaurando un régimen autoritario que no dudó en emplear la fuerza contra todo reclamo social. Recién en el año 2000, debido a fuertes reclamos de democracia que oficiaron como gritos de alerta y visibilizaron el tema a nivel global –merced a la revolución de la tecnología– de lo que acontecía en la isla, Chiang (hijo) dio luz verde para incorporar la democracia a la vida de Taiwán.
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En la actualidad –febrero de 2020–, Taiwán sigue rechazando la fórmula “un país dos sistemas” propuesta por la República Popular China (vigentes en Hong Kong y Macao) y prefiere hablar de “una China y un Taiwán”, o simplemente de “dos Chinas”.
El ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, formalizó y aceleró la apertura de la economía china al mundo. Esto y la problemática del coronavirus que genera paranoia mundial (y nuevos desencuentros entre China y Taiwán por casos de personas infectadas en estos días), restablecieron también las dudas y discusiones sobre el estatus político de Taiwán. ¿Se trata de un Estado independiente con un asiento en la ONU? La respuesta es no, porque si bien en plena Guerra Fría llegó a ocupar una silla en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, también es cierto que en 1971, las Naciones Unidas brindaron su reconocimiento diplomático a Pekín y la República de China (como también se conoce a Taiwán) fue expulsado de la ONU.
Esta tendencia aislacionista se agudizó cuando Estados Unidos –que fue el mayor aliado de Taiwán en plena Guerra Fría, para vigilar el avance del comunismo en la región– giró abruptamente en 1979, en materia de relaciones internacionales. El episodio al que me refiero ocurrió cuando el presidente Jimmy Carter decidió poner fin al reconocimiento diplomático de la Casa Blanca a Taiwán, e inició un camino de acercamiento a China. Estados Unidos sabía muy bien que estaba poniendo las botas en un terreno peligroso. Taiwán recibió este suceso como una desgracia veloz y sintió que el sólido respaldo de Washington comenzaba a escurrirse entre sus dedos.
Desde entonces, Estados Unidos aplica la ambigüedad estratégica, esto es, mantiene vínculos con ambos actores internacionales priorizando siempre sus intereses nacionales. Lo hace con la destreza de un arriesgado equilibrista. No obstante, no renunció a exhibirse como el hermano mayor de Taiwán toda vez que China amenazó verbalmente con alguna intervención militar en la isla de Taiwán para consolidar la reunificación de su territorio, o para tirarle un baldazo de agua al enardecido sueño de independencia taiwanés. Vale recordar que las aguas del Estrecho de Taiwán, varias veces se vieron encolerizadas, por razones geopolíticas, ideológicas, de soberanía e identidad cultural.
En este rincón de Asia, el pasado no está muerto y el futuro permanece ignoto. Como vimos, desde antaño existen múltiples escenarios de fantasmas, intereses y probabilidades que se rehúsan a desaparecer.
En medio de tantos encuentros y desencuentros, entrada la segunda década del siglo XXI, para China, Macao es sinónimo de fidelidad, Hong Kong de inconformidad en ascenso, y Taiwán de rebeldía.
*Analista internacional, Director de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano; autor del libro Postales del Siglo 21.