OPINIóN
Teatro

Frida Kahlo y León Trotsky, los amantes de la casa azul

El autor revela detalles de cómo logró sintetizar la historia que involucra el romance entre los protagonistas.

Teatro
Una de las novedades estilísticas es que, a lo largo de toda la obra, los personajes se vuelven para compartir con el público sus pensamientos y confesiones. | Lucas Suryano.

Resulta difícil identificar el momento exacto en que una idea se convierte en un proyecto y eventualmente, en una obra teatral. En un principio, es la curiosidad la que azuza el interés del autor por conocer más de la vida de unos personajes, sean éstos históricos o ficticios. Y una vez que ese interés se convierte en imperativo, el paso siguiente es encontrar la forma dramática adecuada para contar la historia.

En el caso de León Trotsky y Frida Kahlo, era natural que el tema me atrapase. Su estatura en la historia contemporánea es innegable y el color de sus personalidades resulta subyugante. ¿Es verdad que fueron amantes o se trató meramente de un rumor? Esta simple pregunta fue la semilla que ocho meses más tarde daría como fruto “Los amantes de la Casa Azul”.

Trotsky y su mujer, Natalia Sedova, llegaron a México el 9 de enero de 1937. Fue la culminación de un largo exilio impuesto por Stalin que comenzó cuando Trotsky fue expulsado del Partido en 1927, diez años después de la revolución que lo tuvo por principal protagonista y que las sucesivas reescrituras de la historia oficial soviética se encargarían de tergiversar.

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Su primera residencia fue el Alma Ata,en la república de Kazajistán, donde fue desterrado en 1928. Un año más tarde fue obligado a abandonar la Unión Soviética y encontró refugio en Turquía, en la Isla de Buyuk Ada, cerca de Estambul. Fue el año en que Diego Rivera se casó con Frida y pintó el extraordinario mural en el Palacio de las Artes, en Ciudad de México.

En 1933, mientras Hitler ascendía al poder en Alemania, los Trotsky lograron trasladarse a Francia, donde permanecerían dos años. Pero las intensas presiones soviéticas sobre el gobierno del primer ministro Fernand Bouisson, concluyeron una vez más en su expulsión.

Su escala siguiente fue Noruega, donde permanecerían por algo más de un año en condiciones muy similares a las de una prisión domiciliaria. Finalmente, el 19 de diciembre de 1936, después que el gobierno mexicano del Presidente Lázaro Cárdenas anunciara su disposición a recibirlos, Trotsky y Natalia se embarcaron en el petrolero “Ruth” camino de su último exilio.

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Luego de su viaje a la Unión Soviética, en 1927, Diego Rivera había roto con el Partido Comunista mexicano y se había declarado trotskista. Él y Frida vivían en Coyoacán, en una casa bautizada La Casa Azul, por el color que se le había dado a las paredes. Cuando los Trotsky llegaron a México, los Rivera les ofrecieron alojarse en la Casa Azul y ellos se mudaron al estudio de Diego, en San Ángel, a poca distancia de allí.

Las dos parejas se veían con frecuencia y la comunicación entre ellas era compleja y políglota. Trotsky y Diego hablaban en francés. Trotsky y Frida lo hacían en inglés, un idioma que Natalia no entendía y Diego chapuceaba. Trotsky, quien por entonces tenía 58 años, comenzó a sentirse fuertemente atraído por Frida, que acababa de cumplir los 30. Su método de seducción consistía en prestarle libros, donde solían incluir pequeñas notas o cartas. Cuando estaban en presencia de Natalia, podían comunicarse libremente en inglés, porque Natalia no comprendía una sola palabra en ese idioma.

La fuerte custodia que siempre rodeaba a Trotsky hacía difíciles las escapadas, pero así todo, los amantes se las ingeniaban para encontrarse, generalmente en el estudio de Cristina, la hermana de Frida, que también quedaba en Coyoacán. Hacer el amor con Trotsky en el estudio de Cristina debe haberle resultado una hiperbólica venganza a Frida, que venía de descubrir la infidelidad de Diego con su hermana.

El romance duró apenas unos meses. Las sospechas de Natalia y Diego creaban una atmósfera tensa en la Casa Azul, al punto que en julio, Trotsky decidió mudarse a una hacienda que le fue prestada en San Miguel Regla, a unos 80 kilómetros del Distrito Federal.

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Fue allí, durante una visita de Frida, que el romance llegó a su fin. Frida viajó a Nueva York donde una importante exhibición de su obra había sido organizada por la Galería Julien Levy y Trotsky volvió a los brazos de Natalia, después de escribirle una larga carta cargada de explícitas referencias sexuales, donde le reiteraba su amor.

Sintetizar toda esta historia en una obra teatral no es una tarea simple. A diferencia de la novela, el teatro requiere concentración dramática y constante interés. Una de las novedades estilísticas de “Los amantes de la Casa Azul” es que a lo largo de toda la obra, los personajes se vuelven para compartir con el público sus pensamientos y confesiones.

Hubiera sido imposible llevar a buen puerto esta aventura de no haber contado con un director tan profesional e imaginativo como Daniel Marcove y un elenco como el que integran Maia Francia, Roberto Mosca, David Di Nápoli y Sylvia Kanter, quienes  no solo tiene una asombrosa similitud física con los personajes sino un talento excepcional que les permite transitar un texto tan exigente, con la naturalidad necesaria para tornarlo creíble.

Quienes se acerquen a la Sala de El Tinglado podrán descubrir retazos de vida cotidiana y asomarse a la intimidad estos personajes a quienes, paradójicamente, la notoriedad ha deshumanizado.

* Los amantes de la casa azul. Funciones viernes 20 hs y sábados 22.15 hs. Teatro El Tinglado, Mario Bravo 948, CABA.*

CP