Desde hace semanas y de un modo creciente, los argentinos vivimos abrumados por el coronavirus. De un día para el otro, nuestra vida cambió radicalmente. Lo que dábamos por sentado hoy nos parece un lujo: un almuerzo en familia, un café con amigos, una clase grupal, ir al cine o al teatro. El miedo al colapso de la economía, a no cobrar nuestros sueldos, a contagiarnos, a la muerte, nos angustian. También el encierro. Las redes y los medios explotan de información, de bilis, de discusiones sobre qué hacer y qué no. Tal vez sea preciso respirar profundo y meditar para encontrar algo de esperanza.
Coronavirus: la crisis tiene el tamaño de la oportunidad
Progresivamente, los humanos hemos dado la espalda a la naturaleza en pos de un progreso desmedido que nos volvió esclavos de la tecnología y del consumo. Una industria que destruye los recursos y que daña a las otras especies, que produce alimentos nocivos, que envenena los campos, y un sistema de vida que amontona a las personas en las grandes ciudades donde la contaminación se profundiza y donde vivimos estresados y aislados en una vorágine de trabajo y de carencias. Los polos y los glaciares se derriten, los pájaros y las abejas están en vías de extinción…Pero ahora somos nosotros los amenazados. Nuestro confinamiento, sin embargo, está limpiando los cielos y desacelerando ese proceso destructivo. Tal vez haya llegado la hora de desacelerarnos nosotros y replantearnos cómo vamos a seguir después de que pase el virus. Porque visto está que, si dejamos de agredirla, la naturaleza tiende a recuperarse. Y nosotros somos parte de ella, no deberíamos ser sus enemigos.
Coronavirus: cómo prepararnos para continuar el aislamiento
¿Es el ser humano el problema, entonces? ¿Lo es el progreso industrial? No lo creo. Los dos han dado cosas buenas a la Humanidad. El problema es el mal uso que el primero hace del segundo. El ser humano es capaz de superarse en actos heroicos que podemos ver a diario: personal sanitario que dedica su tiempo y su vida a curar, jóvenes que se ofrecen a cuidar ancianos, siete mil estudiantes voluntarios para colaborar en los hospitales de la capital, otros que fabrican respiradores a bajo costo en Rosario, militares que levantan hospitales de campaña, ancianas que cosen barbijos, entidades que ponen a disposición sus sedes para asistir a los enfermos, bares que ofrecen comida gratis a los médicos, algunos políticos que se bajan los sueldos para donar dinero a los hospitales, músicos que regalan sus interpretaciones a los confinados, gente que aplaude a los que están en la línea de fuego. Estamos entendiendo que cada quien tiene su parte en esta tarea de salir colectivamente del abismo (y tendremos igual responsabilidad en reconstruir nuestro país y el mundo después de que todo pase).
La esperanza que trae esta crisis se materializa con cada gesto solidario, con cada ciudadano que se compromete, con cada uno de nosotros, desde su lugar. Empezamos a comprender que somos una sociedad y que lo que afecta a unos nos afecta a todos. Que el progreso no debe ser solo material sino moral. Que la vida de cada ser humano debería tener un propósito, lo mismo que la sociedad. Porque no nos une la casualidad sino el espacio compartido, nuestra historia y el presente.
El desafío de aprender de manera virtual en tiempos de Coronavirus
Tal vez la pandemia sea una oportunidad de replantearnos ese propósito, de pensar que no hay grieta cuando la vida está en riesgo, que somos un cuerpo social y que nuestras acciones de hoy pueden definirnos a futuro. Sin dejar que el dolor y el miedo nos turben ni nos espanten, como sugiere Teresa de Ávila en su célebre poema. Los educadores tenemos una gran responsabilidad en ello: formar para la vida en comunidad y el respeto por el bien común.Los que venimos del ámbito de las letras, educar en la sensibilidad y el pensamiento. Porque, ¿qué mundo queremos dejar a los que vienen detrás? Tenemos entonces una gran oportunidad de superarnos y la esperanza de la unidad, de ver qué es importante y qué no, de salir de esto fortalecidos y mejores.
* Profesora de Taller de escritura y Literatura Iberoamericana. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales de la USAL.