OPINIóN
Ley de Cannabis Universal

Uso medicinal del cannabis: la experiencia canadiense

Si bien son cada vez más los países que están revisando sus leyes y regulaciones, aún son pocos con una sólida experiencia sobre el tema.

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cannabis medicinal | shutterstock

El uso del cannabis (marihuana) y sus derivados en Medicina es quizás uno de los temas más debatidos actualmente en el mundo. La desesperada situación de niños epilépticos o de pacientes con dolor crónico incorregible lleva a que, lenta y progresivamente, se tenga una consideración más moderada sobre la utilización del cannabis en Medicina. Esto, sumado a la presión por parte de una sociedad cada vez más empoderada, ha logrado importantes cambios legislativos y regulatorios tendientes a facilitar el acceso al cannabis para uso medicinal. Sin ir más lejos, nuestro país cuenta con una ley sobre la Investigación Médica y Científica del Uso Medicinal de la Planta de Cannabis y sus Derivados, reglamentada el 22 de setiembre de 2017.

Si bien son cada vez más los países que están revisando sus leyes y regulaciones, aún son pocos aquellos con una sólida experiencia sobre el tema. Tal es el caso de Canadá, que legalizó el uso medicinal del cannabis en 2001, y recientemente dio un paso más, legalizando su consumo recreacional (2018). De visita a ese país, con motivo de un curso enfocado en cannabis medicinal, tuve oportunidad de aprender de su experiencia, los desafíos e incógnitas que enfrentan.

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La génesis del uso medicinal del cannabis en Canadá, 25 años atrás, fue meramente empírica, es decir, producto de numerosas tentativas cotidianas, no necesariamente sistemáticas o metódicas. Se podría decir que, esta “experiencia de campo” desarrollada en un marco de ilegalidad -que tuvo como participantes a pacientes y algunos médicos-, tuvo un final feliz: una legislación favorable; mejoras en el acceso a diferentes productos basados en cannabis fabricados bajo estrictas normativas; la creación de centros médicos enfocados en su uso medicinal; y el desarrollo de un movimiento asistencial y académico centrado en mejorar el registro médico y el diseño de investigaciones clínicas y pre-clínicas serias.

Sin embargo, con todos estos resultados positivos, Canadá aún enfrenta dificultades y desafíos. El estigma social y académico sobre el cannabis persiste, profundizado por la escasez de evidencia científico-clínica fuerte, y por la falta de difusión adecuada.

Esto, a la vez, dificulta el fortalecimiento de la confianza de la comunidad médica o de los entes regulatorios canadienses, que permanecen renuentes a dar el estatus de medicamento al cannabis y sus derivados.

La otra barrera, quizás no imaginada previamente, es de índole comercial. Las empresas canadienses dedicadas a la producción de cannabis y sus derivados con miras en el mercado global deben cumplir con estándares sobre seguridad y eficacia validados mediante ensayos clínicos, a diferencia de lo que se exige en su país de origen. Esto ha dado lugar al desarrollo de programas de apoyo financiero para la obtención de tal evidencia.

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Mientras ocurre todo esto, la experiencia actual demuestra que los productos medicinales basados en cannabis no categorizan como agentes de primera línea, es decir que su eficacia no supera la de otros fármacos mejor posicionados. Y persiste la necesidad de estudiar profundamente sus eventuales efectos adversos, particularmente frente al uso crónico. Esto no implica que carezcan de valor terapéutico, sino que pueden ser utilizados como agentes adyuvantes.

Asimismo, no hay lugar para la confusión en cuanto a la distinción entre uso medicinal o recreacional. Tal como con el alcohol, el consumo de cannabis en embarazo, niñez y adolescencia afecta negativamente el desarrollo cerebral y se asocia a un aumento del riesgo de adicciones.

En definitiva, la experiencia canadiense, aunque sumamente valiosa y orientativa, aún requiere de mayores estudios científicos para avalar con certeza las indicaciones del cannabis medicinal y nutrir de información las decisiones médicas, sociales y comerciales futuras.

 

*Profesor de la Facultad de Ciencias Biomédicas, Investigador del CONICET y Director del Grupo Dolor del Instituto de Investigaciones en Medicina Traslacional (Univ. Austral–CONICET).