OPINIóN
Psicología

Nos quieren deprimir

La pandemia, y no la cuarentena, desencadenó padecimientos psicofísicos que no dan por resultado, necesariamente, un cuadro como la depresión.

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Aislamiento | Pixabay

Decir, como algunos profesionales vienen sostenido, que 8 de cada 10 personas tienen síntomas de depresión, “relevamientos hechos con la modalidad de una encuesta electoral”, como señaló Alicia Stolkiner, es un reduccionismo y crea una peligrosa confusión: que la gente tome la parte por el todo y crea que se está enfermando. La pandemia, y no la cuarentena, desencadenó la mayor cantidad de padecimientos psicofísicos, aquí como en todo el mundo, propios del miedo al contagio, y por lo tanto ala posibilidad de la enfermedad y la muerte. Y la cuarentena, específicamente, le abrió el camino a diversos síntomas, efecto de lo que en cada ser causó el encierro, el aislamiento social y el desmantelamiento de sus rutinas. Incertidumbre, agobio, tristeza, miedo, hipocondría, sensación de vacío existencial…Sufrimientos, malestares, síntomas que pueden variar con los días y con cada persona, y que no dan por resultado, necesariamente, un todo, un cuadro psicopatológico como es la depresión.

No debemos confundir síntoma con enfermedad. Los síntomas son singulares, propios de cada sujeto, y portan un saber, de que algo en nuestra existencia no está funcionando del todo bien. Es el modo en el que se manifiesta nuestro ser más íntimo, nuestro inconsciente, que de este modo saca a la luz, a flote, el descontento, el padecimiento, lo que molesta o duele. El síntoma es también la vía regia para poder repensarnos, para rectificar la relación que tenemos con el deseo, que es el motor de la vida.

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El síntoma incomoda, molesta, genera malestar, pero a la vez indica un camino a seguir; es lo que suele llevarnos a la consulta psicológica. Pero insisto, tener síntomas no es necesariamente signo de una enfermedad. Desde la propagación de la pandemia, y la consecuente y necesaria cuarentena, se quebró nuestra unidad y quedamos divididos entre lo que deseamos hacer y lo que debemos hacer; entre el ayer, quizá idealizado, y la actualidad padecida. Inevitablemente estamos ante un problema sustancial: No podemos vivir como deseamos. Pero no podemos vivir como deseamos porque lo que urge es cuidarnos para poder seguir viviendo, para no enfermar, para no morir.

Tuvimos que aceptar conductas opuestas a nuestros deseos, a nuestras ganas de ser y estar en el mundo. Se complicaron nuestras formas de vincularnos. No podemos salir a la calle como salíamos, ni abrazar ni besarnos porque podemos contagiar, contagiarnos. El mundo externo es sinónimo de barbijos, distancia social y paranoia. Y este sistema le crea un dilema a nuestro deseo. Y cuando se nos acota el deseo, cuando se le impide su realización, aparecen los síntomas. Y está bien. Tenemos que manifestar lo que nos pasa, y cuando no podemos ponerle palabras al malestar, habla el cuerpo y hablan las emociones. Hacemos síntomas porque se trastocó nuestra unidad, el formato que sosteníamos, y nos sostenía hasta el inicio del confinamiento.

Hay patologías pre cuarentena que pudieron agravarse en el curso del aislamiento, como también pudo desencadenarse algún cuadro psicopatológico en el confinamiento. Lo mismo con los síntomas que teníamos, que pudieron intensificarse durante y como consecuencia de la situación extraordinaria de la cuarentena, o tal vez aparecieron nuevos, propios del malestar en el encierro. Pero de haber síntomas, no necesariamente llevarán a una patología mental, sea la depresión, un cuadro fóbico, o lo que sea.

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La depresión es una patología mental sumamente compleja, que en su forma grave arrasa al sujeto que sufre hasta anular todos sus deseos, sus ganas de vivir. Las estadísticas y los diagnósticos que se intentan propagar son sumamente peligrosos porque ligan los síntomas generales, desencadenados en la cuarentena, a un cuadro psicopatológico como la depresión. Cuando no necesariamente los caminos de los síntomas que padecemos conducen a un enfermedad mental. “Si lo dice el doctor…”, solía decir mi abuela, dando siempre por ciertas las palabras del profesional, pero cincuenta años atrás, cuando la medicina parecía desligada del partidismo.

Algunos profesionales se ponen la camiseta de un partido político para conseguir un cargo, o indican determinadas pastillitas con tal de que el laboratorio reembolse una comisión o les banquen el viaje al próximo congreso. Cierta parte de la medicina se ha degradado, no tiene nada que ver con esas médicas y esos médicos que se juegan la propia salud y la vida cada día en las guardias hospitalarias.

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Muchas veces las estadísticas son el mapa y la gente es el territorio que quieren dinamitar para validarlos resultados prefigurados. Si damos por sentado, como quieren hacernos creer, que ciertos síntomas son signos de una depresión, entonces el 80 % de la población está deprimida. Síntomas tenemos, y seguiremos teniendo, es lógico, es esperable, ninguna pandemia puede pasar sin dejar sus marcas. Se han trastocado las rutinas que ayer teníamos. Caminamos por un puente tambaleante, sacudido por el coronavirus, buscando de donde asirnos, rumbo a un mañana incierto. El cuerpo y la mente son un entramado, una unidad que necesita de cierto equilibrio, es por eso que cuando algo anda mal, aparecen los síntomas, como SOS, para mostrarnos el malestar, como es este incierto y pandémico presente. Pero muy distinto es referir, diagnosticar, que estos síntomas o malestares son signos efectivos de una enfermedad puntual, sea una depresión o cualquier otro cuadro psicopatológico. Cuidémonos, se está propagando el virus de que la cuarentena crea patologías mentales. No te contagies.