Hay un fenómeno social que no deja de sorprender y es ésta obsesión moderna de ir cediendo espacios de la vida privada a la órbita de lo público en las redes sociales. Desde el más temprano momento, la persona por nacer es escaneada por una aparatología médica que permite ver su rostro y movimientos intrauterinos como si se tratase de un reality, en el que se sigue atentamente su evolución hasta que es obligado a abandonar la casa; y los padres suelen difundir los resultados captados durante la ecografía como adelanto o premier del proyecto en camino, mientras que el profesional especialista en imágenes adquiere sin proponérselo, la dimensión de Federico Fellini, por ansiedad o manija familiar.
Cuando nace la criatura, lejos de aplacarse el deseo de exponer al individuo, la práctica se profundiza y todo es colgado en internet, se filman los partos, el primer baño, la primera vez que se alimenta del pecho de su madre, las reacción de los hermanos y demás familiares al conocerlo, los regalos recibidos, la primera papilla, los primeros pasos, el día en que dejo los pañales, sus cumpleaños, sus amigos, primos y mascotas, el primer día del jardín de infantes y de la escuela, los actos escolares, los juegos, los deportes, el secundario, el viaje y el baile de graduación, los excesos alimenticios y de bebidas alcohólicas en las previas, noches de boliche y de estudios, noviazgos, despedidas de solteros, matrimonios, fiestas, divorcios, enfermedades, accidentes, defunciones, logros deportivos, artísticos y laborales, vacaciones, satisfacciones personales, progresos económicos y fotografías en general, especialmente seleccionadas; se generan domésticamente sketch tan fugaces como las carreras actorales de los improvisados miembros de la familia que participan, el espacio virtual se satura con sensuales bailes a un ritmo de moda, la frivolidad y el materialismo le gana la pulseada a las publicaciones con personas de todas las edades y lugares del planeta que sufren catástrofes o guerras, la oportuna captura en cámara de torpezas personales o accidentes, entretienen a una audiencia que se nutre dolor y la desgracia ajena, todo ello entremezclado en un espacio virtual en el que tienen lugar también los combates ideológicos, los posicionamientos políticos, los reconocimientos y reproches, las agresiones a la distancia y en el anonimato, gustos y disgustos expuestos, omisiones que se perciben como desplantes, amigos gentiles, enemigos implacables, causas abrazadas y causas detestadas, disimulo de miserias personales y simulacros de felicidad que podrían tal vez no poseer.
La vida en las redes: ¿a quién le gusto?
Es evidente que los tiempos han cambiado; en otrora, las fotos familiares en soporte papel representaban una colección de momentos cronológicos de la vida de un individuo, para ser rescatadas con nostalgia de una caja de álbumes con olor a humedad, cualquier tarde de sábado en rueda de mates y bizcochuelos, rodeados de afectos verdaderamente próximos. Pero la novedad de últimos años, es la exposición voluntaria de aquellos tesoros personales y vivencias hogareñas, hacia el ámbito de lo público de la mano de las diferentes posibilidades que brinda actualmente la tecnología.
Los adolescentes usan las redes como su ‘espacio libre de adultos’
Todo el mundo está pendiente del otro, se conoce a las personas “por lo que ellas publican”, y si se es hábil en la observación “por lo que no hacen público”, entonces… cabe preguntarnos ¿Por qué las fotos de los perfiles son la antítesis de las horrendas fotos del documento de identidad?, ¿Qué habrá ocurrido para que se busque exposición social permanente?, ¿Cuál es la necesidad imperiosa de ser sometida cada una de nuestras acciones a la aprobación de un pulgar hacia arriba? ¿Qué se espera del otro en la comunidad virtual, cuando se difunde una parrilla colmada de carne, un vaso desbordante de Fernet, reuniones de amigos presentes para con amigos no presentes y besos apasionados o forzados destinados a una tribuna de mirones?, será que el individuo pretende despertar una sana envidia (si la hubiere), satisfacer egos personales, narcisismos ocultos, cubrir una cuota de exhibicionismo cuasi patológico que demanda la existencia de testigos que confirmen que lo que se comió, bebió, vivió o amó, no fue una ilusión sino un instante concreto, -a veces con injustificadas aspiraciones de inmortalidad - y como prueba irrefutable de su paso por éste mundo; o quizás como cantaba el Polaco Goyeneche en el tango Afiche, solo “ … se vende una ilusión, se rifa el corazón, … están tus cosas pero tú no éstas, porque eres algo para todos ya como un desnudo de vidriera . . . “.
* Pablo Ezequiel Salinas. Profesor en Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales. Licenciado en Ciencias Sociales c/m en Educación. Vice-Director del Dpto. en Ciencias Jurídicas Políticas y Sociales en la Facultad de Ciencias Humanas, UNRC. Docente en las Carreras de Abogacía, Lic. en Cs. Política y el Profesorado en Cs. Jur, Pol. y Soc. Cátedras: Derecho Internacional Público. Historia Política Argentina I. Historia Social y Política Contemporánea. Geología Legal y Legislación Ambiental.