El Congreso de los Diputados ardió. Y no fue precisamente por un debate sobre el rumbo económico, ni por una ley transformadora. Ardió por la desesperación política que envuelve al Gobierno. Pedro Sánchez, cada vez más acorralado por los escándalos que estallan a su alrededor, eligió como última línea de defensa el ataque. Porque cuando ya no se puede explicar, se grita. Y cuando no hay defensa posible, se señala al otro.
En una sesión cargada de tensión, el presidente volvió a recurrir al mismo recurso gastado: culpar al Partido Popular por hechos del pasado. Pero esta vez, el contexto lo vuelve patético. La ciudadanía no escucha un argumento: presencia una huida. El caso Koldo, la trama de comisiones millonarias, las constructoras amigas, los contratos públicos asignados a dedo, y un entorno de poder que parece más una sociedad anónima que una estructura institucional.
Como si todo esto fuera poco, una escena de película sumó escándalo al escándalo: una mujer, modelo y amiga del exministro José Luis Ábalos, fue encontrada en una vivienda oficial vinculada al Ministerio de Transportes. Su nombre es “amiga de Ábalos que le ‘ayuda’ con la limpieza”.
No fue una visita de cortesía: intentaba salir con un disco duro bajo el brazo. Anaís, de 32 años, se presentó públicamente como modelo y azafata, ha trabajado para agencias en Madrid, participando en desfiles y como gogó en locales nocturnos. El disco rígido podría contener información sensible justo cuando estallaba la investigación. ¿Casualidad?. Ni Ábalos, ni el PSOE, ni Moncloa. Solo silencio, evasivas y la frase favorita del poder acorralado: “no hay sentencia firme”.
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Pero lo más grave no es solo el contenido de las denuncias. Lo verdaderamente alarmante es cómo se ha naturalizado la opacidad. El PSOE ya no defiende un proyecto, ni siquiera a un presidente. Hoy, el aparato político se defiende de sí mismo, atrapado en su propio cinismo.
La oposición huele sangre. El Partido Popular no niega la moción de censura: “Me faltan cuatro votos. Cuando los tenga, la pido”, lanzó su portavoz. Traducido: el sistema está en tiempo de descuento. Todos miran el derrumbe, nadie lo empuja.
Santiago Abascal (Vox) fue al hueso. “Corrupto, inmoral, indecente”, lanzó contra Sánchez antes de abandonar el recinto. El show de siempre, pero en una escena que ya no da lugar al escepticismo. No se trata de teatralidad: se trata de una descomposición política que ya nadie puede ocultar.
Gabriel Rufián también intervino con crudeza. Le pidió al presidente que jure, perjure y diga si verdaderamente nadie de su entorno sabía lo que pasaba. También propuso algo elemental en cualquier república seria: que las empresas constructoras involucradas en la trama no puedan volver a contratar con el Estado. ¿La respuesta? Otra vez el estribillo del blindaje: “no hay sentencia firme”.
Pero la bomba final no vino del hemiciclo, sino del informe de la Unidad Central Operativa (UCO). En el registro de una vivienda del empresario Joseba Antxón Alonso Egurrola —amigo íntimo de Santos Cerdán—, se halló una escritura privada que revela que el actual exsecretario de Organización del PSOE poseía el 45% de Servinabar, una de las mercantiles clave en la investigación por corrupción. Los investigadores precisan que se hizo con adjudicaciones del Gobierno navarro por más de 75 millones de euros.
Ya no se trata solo de sospechas. Hay papeles. Y sin embargo, el partido que se autodenominó “el más transparente” guarda silencio como si nada. Este comportamiento, tristemente, no es exclusivo del socialismo español. Hoy, cuando Cristina Fernández de Kirchner inicia en Argentina su primer día bajo arresto domiciliario —tras años de esquivar la justicia—, el paralelismo se vuelve inevitable.
El PSOE de Pedro Sánchez replica muchos de los rasgos del kirchnerismo: el blindaje al líder, el uso de la historia para justificar el presente, la victimización como defensa, la justicia como enemiga, y la idea de que si el adversario también robó, entonces nadie tiene derecho a cuestionar nada. El relativismo moral como doctrina. La corrupción como “error administrativo”. La impunidad como regla.
Pedro Sánchez, al igual que Cristina, ha convertido a su partido en una fortaleza sitiada, donde toda crítica se ve como traición y toda denuncia como complot. Pero la diferencia es que la ex mandataria argentina ya cruzó la línea: su historia terminó en un régimen judicial. ¿Dejará España que el suyo termine igual?
El Congreso se ha convertido en un campo de batalla donde ya no se discute el futuro del país, sino el naufragio de una clase política. Pedro Sánchez no gobierna: resiste. El PSOE no lidera: sobrevive. Y lo que se erosiona no es solo un gobierno: es la fe cívica.
La pregunta final es clara y brutal: ¿queda algo que defender, más allá del sillón? Porque cuando el poder se sostiene solo a través del silencio, el ataque y el encubrimiento, no estamos ante un gobierno. Estamos ante un sistema que se protege a sí mismo… y deja sola a la democracia.
"Pedro Sánchez aún tiene poder, pero cada día tiene menos futuro. Porque el poder sin credibilidad es apenas un eco que resiste… hasta que se apaga."