No es novedad decir que la cuarentena dejará una Argentina con más de 20 millones de pobres, 12 millones de hogares endeudados, al menos 400 mil empleos perdidos y el poder de compra del ingreso familiar con caídas rondando al 40% frente a dos años atrás.
Lo novedoso es que también dejará un consumidor que modificó sus hábitos. Que se acostumbró a comprar poco, se sintió cómodo en ese rol, disfrutó obteniendo bienestar fuera del consumo, y sin dinero ni capacidad de endeudamiento, difícilmente corra a gastar como antes cuando se levante el aislamiento. Prudentemente, esperará a que sus ingresos se repongan. Ese comportamiento no será permanente, pero durará lo suficiente como para el Gobierno necesite impulsar un esquema de funcionamiento alternativo al sistema económico actual apoyado en el consumo interno. Lo que viene, y por muchos meses, es una economía de bajo consumo.
¿Estamos preparados para eso? No. Con tasas de inversión y exportaciones bajas, Argentina hace décadas funciona en lo que el escritor japonés Robert Kiyosaki definió como “la carrera de la rata”. Una rueda sin fin donde para que la economía se mueva requiere alto consumo interno y el alto consumo interno se sostiene con endeudamiento. El problema es que nuestro país es diferente a otros que están sobre la misma rueda: con costos de endeudamiento muy altos y sin una trayectoria de mejora en los ingresos reales, las familias para sostenerse en esa carrera hipotecan su bienestar futuro.
En los últimos 12 años, los ingresos corrieron atrás de la inflación y hubo pocas mejoras en la economía familiar. Solo comparando el primer trimestre de 2020 contra el mismo de 2018, según Indec, el poder de compra de los ocupados cayó 20%. Eso provocó una reducción de 28% en la percepción de bienestar esos años, según las mediciones de CERX, que se agravó con el colapso de la economía familiar durante la cuarentena. El problema hoy es que, sin esa carrera de consumo, no hay forma de que las empresas sean rentables. Con los costos muy altos de producción, venían obligadas a vender grandes cantidades. Eso ya no será opción: las cantidades vendidas serán menores por bastante tiempo y la pregunta es cómo se sale de la ratonera.
Tendencias modernas. La carrera por el consumo comenzó con la revolución industrial de fines del siglo XVIII. La fabricación de bienes a grandes escalas requería crear mayores necesidades en la población para alentar la demanda masiva. Así fue. Con el correr de las décadas, la mayor parte de la población fue quedando seteada en eso de encontrar bienestar consumiendo. Al punto que cuando se mide el bienestar de la población, la evolución del consumo suele tomarse como indicador directo de ese estado.
La cuarentena puso un alto en esa costumbre porque les dio a muchos consumidores la posibilidad de descubrir que el exceso de consumo no necesariamente es la puerta a su bienestar. Y que adicionalmente, en este aislamiento, es causa de su infelicidad, porque sus hogares quedaron con estructuras de gastos y compromisos de deudas que no pueden afrontar.
La cuarentena generó un andar más acorde a las nuevas tendencias de consumo responsable. Esos movimientos datan de la década del 70, pero de la mano del cuidado del medio ambiente a fines del siglo XX nacieron tribus como el freeganismo, los neopolitan o el suficientismo, todos con la propuesta de consumir lo justo y necesario para minimizar el impacto sobre el medio ambiente. Estos movimientos, atrapadores por cierto, nunca dejaron de ser islas, porque la sociedad capitalista no está preparada para vivir con bajo consumo. Excepto porque ahora, algunos países como el nuestro, deberán estarlo. Obligadamente. ¿Puede funcionar eso en nuestra pequeña economía montada sobre el consumo interno?
En la medida que no se abran las puertas para multiplicar exportaciones y ampliar el reducido mercado interno, la solución hay que encontrarla bajando los costos para el sector productivo. Bajar costos no implica tocar el salario, al contrario. Una sociedad de bajo consumo necesita del salario fuerte, porque así, si bien habrá menos empleo, serán mejores pagos, lo que evitará el sobre empleo y la desaparición de una categoría que florece en Argentina y el mundo: los trabajadores pobres, que antes de la cuarentena representaban un cuarto de los ocupados. Pero eso requiere mejorar la rentabilidad a las empresas vía costos. Los cuatro costos a manos que tiene el gobierno para bajar son los tributarios, logísticos, el costo burocrático y el costo financiero. En los cuatro tiene incidencia.
Para bombear la economía es muy común que los gobiernos apelen a líneas de crédito como el Ahora 12, Ahora 18 y las tramposas cuotas sin interés donde las empresas ya incorporan el costo financiero en el precio. En la situación que quedan las familias ahora, eso no será una opción. Y en buena hora, porque indirectamente alentará a proteger el bienestar futuro mientras la economía no logre generar riqueza y distribuirla más equitativamente.
Esta nueva economía que nos deja la cuarentena puede ser más sana. Pero requiere repensar el crecimiento con ingeniería económica que garantice costos acordes para que las empresas obtengan la rentabilidad para sostener sus negocios y el empleo. La decisión queda en manos del Gobierno, el tiempo es escaso.
*Investigadora del IIEP-Baires UBA y autora de Alberto, tenemos un problema.