OPINIóN
Debate

Clases presenciales: si los recursos no están garantizados, es la única alternativa

Existen múltiples argumentos sobre la necesidad de sostener la presencialidad, ya sean pedagógicos, educativos didácticos, e incluso médicos en un país como Argentina, donde no están dadas las condiciones tecnológicas y sociales para poder sostener la virtualidad.

La vuelta a clases, bajo el Ojo de Perfil.
La vuelta a clases, bajo el Ojo de Perfil. | Pablo Cuarterolo

La sociedad se encuentra en un debate profundo sobre el lugar que debe tomar la educación luego de las recientes medidas anunciadas por el Gobierno ante la llegada de la segunda ola de contagios de Covid-19. Como docente que ejerce activamente tanto en escuelas públicas y privadas, me gustaría expresar mi apoyo a la presencialidad.

El 2020 nos mostró cómo los contagios se multiplicaban a pesar del cierre de los espacios educativos, y si bien inicialmente se creía que los niños eran supercontagiadores del virus, estudios médicos recientes determinaron una baja transmisión comunitaria por parte de los más pequeños. A la vez, pediatras y psicólogos, alertaron sobre la incidencia en la salud física y mental de los niños producto del aislamiento permanente.

Dicho esto, me pregunto desde qué posición nos paramos a la hora de sostener -o no- la virtualidad educativa. Si miramos los números que azotan a nuestro país, vemos que el 60% de los niños son pobres. ¿Quién puede pensar que esa franja de la población está abocada a prender la cámara para conectarse a un Zoom? Para ese 60%, la presencialidad significa muchísimas cosas, mucho más que sólo un aprendizaje curricular, implica ir a comer, contar con un lugar de pertenencia, un docente involucrado ante posibles situaciones de vulnerabilidad. Esos niños se caen del sistema, se pierden en el debate.

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Existen múltiples argumentos sobre la necesidad de sostener la presencialidad, ya sean pedagógicos, educativos didácticos, e incluso médicos en un país como Argentina, donde no están dadas las condiciones tecnológicas y sociales para poder sostener la virtualidad. Muchos docentes no contamos con computadora, tablet o celular óptimo. Personalmente, no recibí de ninguna de las instituciones donde me desempeño los equipamientos necesarios para poder llevar a cabo las clases, y mis alumnos tampoco, el que pudo lo sostuvo a través de la autogestión. Esto también refleja una gran diferencia socioeconómica, que incrementa una brecha ya muy amplia en términos educativos, algo que pude comprobar en mis clases: mientras la conectividad en el colegio privado rondaba el 75%; en el público, en los mejores días alcancé a contar con el 40% de la clase, pero la media general era no superaba el 25% de participantes. 

Existe una limitación tecnológica a la hora de priorizar la virtualidad, porque los dispositivos y la calidad de la conectividad en Argentina no son adecuados o no están disponibles. Esto juega en detrimento del tipo de educación que pueden brindar los docentes, y lo que reciben los chicos, ya sea porque el canal está cortado, o faltan los recursos de acceso tecnológicos o no son aptos para ése uso, etc. Y así, cuando podemos, los docentes nos encontramos ante un contacto cuasi nulo, frente a una pantalla negra del otro lado de la conexión, afectando la interacción y el aporte significativo de ése vínculo con el otro. Lo tecnológico es un gran obstáculo, sobre todo cuando queremos compararnos con otros países, siendo que no tenemos siquiera los recursos mínimos que permitan que toda la población educativa mantenga una clase virtual.

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En cuanto a lo pedagógico, las estrategias de enseñanza a emplear en virtualidad también se ven afectadas reduciendo la posibilidad de actividades, los debates pierden fuerza y la dinámica en mala conectividad interrumpe los flujos de comunicación. No se enseña ni tampoco se aprende de la misma manera y, como docentes, debemos garantizar que todos estemos aprendiendo los contenidos. Es difícil evaluar la evolución del aprendizaje ante vínculos que se vuelven impersonales.

Asimismo, los mismos niños expresan que prefieren ir al colegio, encontrarse con sus pares, incluso en el marco de un distanciamiento social. Cuanto más chicos son, más necesario es el vínculo cara a cara, a la vez que la intimidad del aula les permite expresarse tal cual son.

Además de docente soy alumna de un máster, y experimento en carne propia la imposibilidad sostener la atención por horas frente a una pantalla, en un entorno que no está preparado para tal fin. El encuentro, la socialización, compartir con pares en un mismo contexto, favorecen la interacción educativa y predisponen el aprendizaje. Por el contrario, las pantallas propician el adormecimiento cognitivo.

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En conclusión, sin los recursos garantizados, la presencialidad educativa hoy es la única alternativa. No estamos hablando de sostenerlo a cualquier costo pero, salvo que la situación epidemiológica se vuelva tan grave que impidiera la presencia en las aulas, por el riesgo en la salud de niños y docentes, algo que debería ser demostrado en números concretos, sólo en ese caso creo que se debería evaluar un posible cierre de los entornos educativos, pero por un plazo muy corto y con un plan estratégico que permita poner sobre la mesa todos los recursos necesarios para que la comunidad educativa pueda encontrarse en la virtualidad. Y, sobre todo, debemos evaluar a quiénes estamos considerando, o no, cuando hablamos de cortar la presencialidad.


* Reina Patricia Rosko, Profesora de Inglés (ISJVG), Lic en Cs de la Comunicación Social (UBA) y Diplomada en ESI (UBA).