OPINIóN
Política en tiempos de pandemia

La cuarentena no es la misma para quienes viven en Palermo que en Villa Caraza

En los barrios populares la desigualdad económica se intersecta con la desigualdad de género y esto ha empeorado durante el aislamiento.

pobreza
Imagen ilustrativa | AFP

La cuarentena no es la misma en Palermo que en Villa Caraza. En Argentina hay amplios sectores de la sociedad que viven del día a día y si no trabajan, no comen. En los barrios populares los comedores trabajan el triple que antes. ¿Qué pasa donde no hay agua potable, cloacas ni gas natural, donde no hay internet ni clases virtuales? ¿Cómo afrontan esta realidad las mujeres e identidades LGTTBI? Hoy es indispensable mirar el mapa de desigualdades en nuestro país y cambiar la distribución de las prioridades.

La crisis sanitaria causada por el COVID-19 puso en cuestión nuestra organización social y el acceso diferencial a los recursos vitales. Por eso es fundamental detenernos a pensar en la realidad de las mujeres de los barrios populares, incluso en cómo se expresa la violencia en los territorios donde la desigualdad económica se intersecta con la desigualdad de género, generando un entramado de injusticias que recaen sobre las espaldas de las compañeras.

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Desde el Observatorio de Géneros y Políticas Públicas elaboramos un informe para analizar con perspectiva de género los datos recabados por el Relevamiento Nacional de Barrios Populares (RENABAP), realizado por organizaciones sociales desde agosto del 2016 hasta 2019. Dicho relevamiento ofrece información fundamental ya que, la principal estadística nacional -la Encuesta Permanente de Hogares (EPH)-, no toma en cuenta los datos de las villas y asentamientos. Según este registro, podemos saber que en nuestro país hay 4 millones de personas que viven en 4.416 barrios populares. El 88,7% no cuenta con acceso formal al agua corriente, el 97,85% no tiene acceso formal a la red cloacal, el 63,8% no cuenta con acceso formal a la red eléctrica y el 98,9% no accede a la red formal de gas natural.

 

 

De todas las viviendas que se encuentran en esta situación de precariedad, el 63,7% tiene una mujer como responsable de hogar: la que limpia, cuida, paga las cuentas, cocina, y se ocupa de las personas que viven bajo ese techo. Decir responsable de hogar no es lo mismo que “jefe” o “jefa” porque esta denominación refiere a quién trae el ingreso más elevado a la casa. De hecho, en los barrios populares no todas tienen salario: solo 3 de cada 10 mujeres activas tiene un trabajo con ingreso. La tasa de desocupación (20%) es el doble y el empleo registrado se reduce a la mitad (10%) si comparamos con los indicadores de las mujeres que no viven en barrios populares y son relevadas por la EPH.

La mayoría de la población tiene menos de 17 años. En el barrio el 56% de las personas son pibes y pibas que están a cargo de mujeres: hermanas, abuelas, madres o alguna vecina. El cuidado en la familia se extiende a la comunidad y también es trabajo pero sin salario: la principal ocupación de las mujeres que allí residen son las tareas fijas en el hogar sin sueldo, el 34% está en esta situación.

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El 9% de las mujeres según el relevamiento tiene trabajo independiente y se dedica a actividades de comercio barrial, tareas comunitarias y participación en programas sociales. En estos últimos, la mayoría también son mujeres: el 62% quienes perciben el Salario Social Complementario y el 74% de Hacemos Futuro.

En las últimas semanas se multiplicó la demanda de alimentos en comedores y merenderos, de modo que también se multiplicaron las tareas y los platos que se reparten día a día. ¿Cómo se hace para sobrevivir cuando no hay salario? Las ollas las revuelven compañeras que desde las 8 de la mañana están picando verduras, rebuscándosela para conseguir recursos, procesando alimentos en una cantidad impensada y distribuyendolos durante horas cada día. Si a veces es abrumador cocinar para la familia, ellas lo hacen para las varias cuadras de fila que se arman para retirar la vianda. Son las que sostienen los espacios comunitarios, con o sin incentivo. Las que ponen una pieza de su casa a disposición de la merienda o van al centro social cercano. Su trabajo no sólo permite sostener la vida de sus hogares sino que, y más aún en este contexto, es tarea esencial para sostener la vida en una geografía donde no entran los derechos.

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Desde los feminismos se habla muchas veces de la importancia de reconocer aquello que es invisibilizado, por eso creemos que es momento de hablar de las mujeres en los barrios y también de escucharlas. Conocer estos datos a la luz de la pandemia tiene que empezar a provocar solidaridades, pero también medidas que permitan transformar las brechas sociales y poner en el horizonte la paridad económica.

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Informe completo en www.observatoriodegeneros.com