El 24 de julio de 1998 Russell Weston Jr., un enfermo de esquizofrenia paranoide, emprendió a tiros en el Capitolio, motivado, según se pudo conocer, por una desconfianza en el gobierno federal para evitar que Estados Unidos fuera aniquilado por enfermedades y legiones de caníbales. Dos agentes del gobierno cayeron abatidos.
No es por lo tanto la primera vez que el Capitolio se convierte en un escenario de atentados de tipo terrorista, pero hay una diferencia. Antes se trataba de personas aisladas que en un número reducido padecían un delirio conspirativo. La novedad radica en que en la actualidad son, no ya miles, sino millones los que alientan, en distintos grados, similares visiones a la de Weston. Pero una falsedad, cuando es compartida por una mayoría ¿deja de serlo?
La toma del Capitolio, más allá de su carácter emblemático, invita a reflexionar sobre el crecimiento del número de personas que cada día se suman a la secta de los creyentes en las teorías conspirativas y que hoy se puede decir que abarcan, no ya una minoría delirante, sino a muy amplios segmentos de la sociedad.
La toma del Capitolio invita a reflexionar sobre el crecimiento del número de personas que cada día se suman a la secta de los creyentes en las teorías conspirativas
No pocos atribuyen la explicación de la tragedia que nos toca vivir a un oculto designio de los laboratorios, que de esa manera se aseguran astronómicas ganancias. Pero otros tantos interpretan ideológicamente que la pandemia es un capítulo de la guerra bacteriológica declarada por los chinos contra el resto de planeta, como una manera de exterminar a sus posibles enemigos (en primer lugar los Estados Unidos) sin disparar un solo misil.
Las nuevas teorías han sido motivadas en gran parte por una conjunción entre la pandemia del covid y el extraordinario desarrollo de las redes sociales en las últimas décadas, que funcionan como vehículos de contagio del virus de infinitas fake news de una manera extraordinariamente superior al pasado. Pero ¿por qué hay tanta gente que cree cosas disparatadas?
El populismo (kirchnerista o trumpista) ha persuadido a una multitud de personas a descreer de los medios informativos, acusados de constituir monopolios (las corpos) y a dejar de dar crédito a los políticos, que en base a sus continuas mentiras corren la suerte del pastor mentiroso. Lo cierto es que son cada vez menos los que creen en algo, salvo en sí mismos.
La posmodernidad es ambigua, y en este guiso es precisamente donde se cocina la trama de las teorías conspiracionistas
La sensibilidad posmoderna es relativista y antiinstitucional. Como consecuencia, el deteriorado principio de autoridad ha entrado en crisis. Toda autoridad es así sospechosa de escamotear la verdad, de jugar para sus propios intereses y no para el bien común. Se generaliza la sensación de que hay algo oculto que explica mejor la realidad pero que no conviene ser conocido.
Lo cierto es que los ciudadanos comprueban todos los días que esas sospechas no son algo imaginario, sino que están siendo engañados. Puede tratarse de un falso temor o de algo real, pero la sensación es la misma. La posmodernidad es ambigua, y en este guiso es precisamente donde se cocina la trama de las teorías conspiracionistas. Los fantasmas no existen, pero que los hay, los hay.
*Profesor de la Universidad Austral.