El General San Martín en carta a Tomás Guido compartía su alegría al escribir: “Soy padre de una infanta mendocina”. La única hija del Libertador nació el 24 de agosto de 1816 fruto de su matrimonio con Remedios de Escalada.
Escaso tiempo pudo San Martín disfrutar de su beba recién nacida, pues apenas 5 meses después emprendía la hazaña del Cruce de los Andes; situación que se repitió en los años siguientes. Por ello supongo ante la “deuda filial” y ya decidido a dejar su país por la situación política intrigante que lo agobiaba, decidió cruzar el Atlántico junto a su hija en 1824 para que recibiera en Europa la mejor educación posible.
El propio San Martín escribió sobre ese reencuentro en Buenos Aires: “He encontrado a mi hija buena; estoy muy contento con la docilidad que manifiesta a pesar de la demasiada condescendencia con que ha sido educada por la abuela. Esta no quiere separarse de ella lo que me obligará a emplear alguna violencia y tal vez romper con una señora a quién por otra parte me merece consideración; pero creo que no debe tenerse la menor condescendencia cuando se trata de la educación de una hija”.
La única hija del Libertador nació el 24 de agosto de 1816 fruto de su matrimonio con Remedios de Escalada.
Esta decisión sumó a la ya mala relación con su familia política -en especial con su suegra Tomasa de la Quintana- otro motivo de encono.
Se le presentaba un nuevo desafío, criar a su hija y educarla en un mundo nuevo y otro idioma. Desde el primer momento, en el barco que los llevaba a Francia, el carácter de la niña hizo que pasara la mayor parte del viaje encerrada en su camarote, pues “se comportó como un diablotín”.
San Martín la inscribió en Londres en el Hampstead College, un reputado internado de señoritas que le recomendó su amigo Diego Paroissien. El Libertador, quien además se reencontró con su hermano Justo Rufino, estableció su hogar en Bruselas, por “lo barato del país” y porque “después de la vida agitada de América, necesitaba gozar de paz por algún tiempo”. Con su hija en Londres con “una familia respetable que la cuida y la ama como hija propia” y de los “rápidos progresos en inglés, música y dibujo” sintió que debería estar más presente; para ello a fines de 1826 la buscó para continuar su educación en un colegio de señoritas donde la visitaba todos los fines de semana. Allí puso en práctica las “Máximas para mi hija”, un decálogo de los conceptos que le debía inculcar como padre.
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Por la revolución belga de 1830, padre e hija se trasladaron a París por seguridad y para que Mercedes reciba “la última mano a su educación”. La epidemia de cólera morbus que azotó Francia en 1832 los tuvo como víctimas siendo atendidos por el prometido de Mercedes: Mariano Balcarce a quien el Libertador recibió como a un hijo virtuoso. En 1831 escribía a su consuegra: “La educación que Mercedes ha recibido bajo mi vista, no ha tenido por objeto formar de ella, lo que se llama una dama de gran tono, pero sí el de hacer formar una tierna madre y buena esposa; con esta base y las recomendaciones que adornan a su hijo, podemos prometernos el que estos jóvenes sean felices, que es a lo que aspiro…”. Este matrimonio se formalizó en París a finales de 1832.
Los jóvenes esposos viajaron a Buenos Aires con los propósitos de visitar a la familia, y arreglar diversos asuntos del Libertador. En octubre de 1833 nació la nieta mayor del General, María Mercedes; siendo su bisabuela Tomasa la madrina. En 1836 los tres retornaron a Francia, dándole otra nieta el 14 de julio: Josefa Dominga (Pepa). En Grand Bourg, San Martín encontraba, por fin, la paz y tranquilidad ansiada: “Toda mi distracción está reducida a mi pequeña familia, la que con sus esmeros por mí y por su buena conducta, hacen mi vejez muy feliz”.
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Luego del fallecimiento de su amado padre a quien acompañó en sus últimos años con devoción; y de la inesperada muerte de su hija mayor en 1860, Mercedes se destacó en la Legación Argentina en París junto a su esposo como anfitriona. Así lo narra Eduarda Mansilla:
“Una mujer amable y distinguida, que poseía como nadie el talento de poner a gusto a cuantos tenían la dicha de visitar aquél recinto. Era por su cultura y distinción una notabilidad. Su trato, de una lady inglesa suavizado por la cortesía francesa, reunía ese no sé qué sudamericano que se siente y no se explica. Todos a los que a ella se acercaron con intimidad saben que su padre dirigió casi exclusivamente la educación de su hija amada, y que ésta fue la compañera fiel y asidua del anciano hasta su hora postrera. Misia Merceditas, como los argentinos la llamábamos, no hablaba nunca de “Tatita” sin que sus ojos se arrasaran de lágrimas. ¡Bello modelo de piedad filial! La Legación era el punto de reunión de lo más escogido de la colonia americana y en las noches diplomáticas de lo más encumbrado que reúne París. Su salón estaba adornado con obras de Mercedes, eximia artista”.
En 1861 fue una activa recaudadora de fondos para ayudar a las víctimas del terremoto que sufrió la ciudad de Mendoza.
El periódico “Le Memorial Diplomatique” consideraba en 1867 a la Legación como la más distinguida y cómoda y “organizada con un gusto artístico que atestigua que la dueña cultiva las bellas artes con amor y éxito”.
Ese año la familia Balcarce viajó a Gran Bretaña para ser presentados al círculo de la reina Victoria en el Palacio de Buckingham. Durante la guerra franco-prusiana (1870-1872) se radicaron en Londres, y su casa en Brunoy fue saqueada por las tropas alemanas.
Una de las últimas apariciones públicas de Mercedes fue la botadura del vapor a hélice “San Martín” donde fue la madrina cortando la cuerda que lo ataba al puerto de Le Havre en mayo de 1873. El mismo puerto al que había arribado en 1824.
Falleció en Francia el 28 de febrero de 1875, a los 59 años, sus restos descansan en la Basílica de San Francisco de la ciudad de Mendoza, provincia que hoy celebra el Día del Padre.