Leí en estos días que el diseñador belga Dries Van Noten decidió jubilarse a los 65 años “y así poder hacer esas cosas para las que no tuve tiempo. Creo que es el momento de dejar espacio a las nuevas generaciones” declaró.
Que esto suceda en el mundo de la moda es un acontecimiento, en general pocos diseñadores quieren retirarse, ya sea por la adrenalina o por la adicción que genera el éxito. Y provocó admiración en muchos por la independencia elegida al tomar decisiones laborales y de vida en toda su carrera.
La noticia es que se retiró cuando le tocaba retirarse. Lo excepcional.
Lo que lleva a preguntarme: ¿elegimos irnos? ¿Elegimos quedarnos? ¿Estiramos lo máximo posible las partidas? ¿Las decisiones que sabemos que hay que tomar las tomamos? ¿Dejamos que otros decidan por nosotros?
Más años de vida: ¿beneficio o carga?
Aplica a la vida profesional y a la vida personal. A cualquier vínculo que tengamos. El primero: con nosotros mismos.
Porque irnos nos lleva en línea recta a la necesidad de reinventarnos. De ir por algo nuevo. De movernos. Claro que no es obligatorio hacerlo.
Lo nuevo tiene una cuota alta de incertidumbre que a cierta altura de la vida no muchos quieren correr. Quedarnos en donde estamos es más cómodo.Lo conocido. Respetable.
¿Y si empezamos a hacer eso que siempre quisimos y postergamos? ¿Y si nos animamos a sacarnos las excusas de encima?
Estas preguntas conectan con algo más profundo: cuál es el propósito que de nuestras vidas. Ese para qué que le da sentido a cada acción que llevamos adelante.
Y que en ciertos momentos de la vida es central para saber cómo seguir con sentido y con conexión con quién somos.