Argentina, al igual que la mayoría de los países del mundo viene sufriendo desde comienzos de 2020 la pandemia por coronavirus. Hemos transitado distintas instancias, donde quincenalmente nos iban prorrogando cuarentenas obligatorias y muy estrictas. Pasado más de medio año, el gobierno argentino empezó a evaluar ciertas flexibilizaciones con avances y retrocesos. Las clases en los niveles primario y secundario no transcurrieron durante todo el año, solo se incluyeron a un mes de la finalización del ciclo lectivo, algunos encuentros para que los niños y adolescentes intenten reconectar con la escuela, a partir de un par de reuniones semanales de apenas hora y media de duración, donde se realizaron actividades recreativas con distanciamiento social. La economía sufrió una terrible paralización de la actividad, y con esto miles de PyMEs cerraron para no abrir nunca más, el desempleo aumentó fuertemente, y con esto la pobreza y la indigencia. En sintonía con la desintegración social creciente aumentó preocupantemente la inseguridad en las calles.
Argentina pudo mejorar su sistema de salud incrementando el equipamiento e insumos en los hospitales y sanatorios, para poder hacerle frente a un virus de alto nivel de contagio que suele colapsar el sistema de salud. Argentina no testeó lo suficiente, fue el país de toda la región que menos testeos realizó durante toda la pandemia, y con esto no pudo aislar eficientemente a las personas infectadas y a los contactos estrechos para poder controlar la proliferación del virus. El resultado de esto último llevó a que los contagios aumentasen exponencialmente y el coronavirus se haya tornado un flagelo que continuó amplificándose.
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Muchos, en especial, los funcionarios y militantes de la coalición de gobierno, celebran porque el coronavirus fue creciendo, pero la curva no escaló vertiginosamente, sino que se acrecentó bajo un esquema más de tipo meseta, por lo tanto, nuestro sistema de salud sufrió un estrés muy preocupante, pero no llegó a colapsar extremadamente como había sucedido en algunos países europeos. La celebración de esta situación cuesta decodificarla, cuando se observa que Argentina fue el país con la cuarentena obligatoria más larga del mundo, a partir de lo cual se desmoronó su economía, aumento de modo feroz la pobreza, los ciudadanos sufrieron terriblemente del encierro y la falta de contacto con sus seres queridos, y por si esto no fuera suficiente, venimos oscilando hace meses entre el top five y el top ten en mayor cantidad de muertos por cada millón de habitantes por coronavirus.
Desde que entramos en modo “uno de los países con más muertes por cada millón de habitantes”, los dirigentes políticos comenzaron a disponer que las aperturas debían realizarse inminentemente, seguramente porque la estrangulación de la economía no podía sostenerse más y el mal humor social producto del encierro comenzaba a decir “basta”. Así, Argentina hace más dos meses que se encuentra en primeros lugares de muertes por Covid-19 a nivel global, y en este estado de situación comenzó a funcionar el transporte público con la normalidad de antaño, es decir con millones de personas viajando hacinadas en subtes, trenes y colectivos. Las reuniones sociales ya transcurren dejando de lado los protocolos más elementales, no solo entre los ciudadanos sino entre la misma dirigencia política, que se muestra reunida en lugares cerrados, sin tapa bocas y agrupando decenas de personas en cada evento social. Se permitió el reingreso masivo a clubes y lugares de esparcimiento, y se comunicó que la temporada de verano transcurrirá con normalidad para los argentinos que quieran ir a la Costa u otros sitios del país.
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¿Faltó algo más para entender cada vez menos por qué Argentina, cuando tenía una performance magnifica haciéndole frente al virus, se mantuvo absolutamente encerrada y cuando ocupa primeros lugares en muertos por el virus, flexibiliza indiscriminadamente todas sus actividades? Sí falto mencionar algo más, el último 25 de noviembre, el astro del fútbol, Diego Armando Maradona, falleció, y frente a tan impactante y triste noticia, el gobierno argentino invitó a que todo ciudadano que quisiera asistir al velatorio a la Casa Rosada pueda hacerlo. De tal modo, desde las 6 AM hasta las 7 PM del día 26 de noviembre, se concentraron, aglomeraron y transitaron más de un millón de personas que se trasladaban desde la Avenida de Mayo o Constitución a la Casa de Gobierno. El mismo presidente y la misma vice presidenta de los argentinos se encontraban reunidos junto a ese millar de personas que decidió aceptar la invitación para despedirse del crack futbolístico.
Estamos a pocos días de que comience el verano, se vaticinaba con gran optimismo que Argentina iba a poder transitar una época mucho más relajada debido a que las enfermedades clásicas gripales e infecciosas invernales suelen estar ausentes, los centros médicos suelen estar con mayor disponibilidad para la atención sanitaria, mientras se espera que pronto lleguen las vacunas. Sin embargo, esa época mucho más relajada duró días, tal vez porque si se hace todo lo que no debe hacerse para evitar la proliferación del virus, el virus prolifera, y si prolifera, comienzan a incrementarse nuevamente los contagios y las muertes por coronavirus.
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El “ya está pero no está” es altamente peligroso y nos enfrenta nuevamente a un flagelo muy argentino, jugar con los extremos; permanecimos encerrados sin ningún tipo de libertad de acción, pudiendo haber apelado a cuidados y protocolos en momentos donde el virus no era un súper tema, o nos encontramos libres y con licencia e incitación para hacer aquello que nos plazca dejando de lado todo cuidado y protocolo, cuando lideramos la tabla de muertes por Covid-19. Gran cantidad de representantes y representados parecen sentirse cómodos jugando a este juego tan intrépido, y Argentina sigue deteriorando su economía, empobreciendo a su sociedad, y lastimando a sus ciudadanos frente a un virus que aún requiere de cuidados intensivos a escala global.
* Sandra Choroszczucha. Politóloga y Profesora (UBA). www.sandrach.com.ar