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¿Se vendrá un cambio o seguirán dentro del círculo vicioso?

Mauricio Macri y Nicolás Dujovne
Mauricio Macri y Nicolás Dujovne | cedoc

Los acontecimientos de los últimos meses pusieron en clara evidencia la vulnerabilidad del esquema económico del gobierno de Cambiemos: la fuerte dependencia de capitales para contener el desborde de los desequilibrios económicos. Dejando por un momento de lado la búsqueda de responsables, todos somos conscientes de que los errores cometidos generaron un importante daño sobre la actividad económica y, más importante aún, a los ingresos de los hogares (que será más visibles en los próximos meses). Los acontecimientos ocurridos deberían entonces ayudarnos a tomar nota de qué caminos deben evitarse y cuáles tomar de cara al futuro, sobre todo en el muy corto plazo a la hora de paliar los efectos negativos de la reciente crisis.

Desde el comienzo de la gestión, quedó claro que el principal pilar del esquema económico era el endeudamiento externo. A través del ingreso de capitales extranjeros se buscó: 1) financiar el déficit del sector público, 2) satisfacer la necesidad de dólares del sector privado (financiar el déficit de la cuenta corriente), y 3) utilizar el tipo de cambio como ancla nominal, a partir del famoso carry-trade (elevadas tasas de interés en pesos de los títulos ofrecidos por el Banco Central).

Sin embargo, estructurado de esta forma, el esquema económico quedaba muy expuesto al financiamiento internacional, sobre todo cuando no se corregían los desequilibrios macroeconómicos. Por eso, ante la reversión de los flujos del exterior (producto de los errores propios y también en menor medida de la mayor volatilidad internacional), las primeras “clavijas” del “engranaje” de Cambiemos saltaron por los aires. En medio de esta incertidumbre el acuerdo con el FMI busca asegurar el financiamiento externo y contener los desequilibrios macroeconómicos (aunque hay un daño, sobre todo social, que ya es irreversible).

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El ingreso de dólares frescos del FMI brindará aire luego de varios meses donde la desconfianza del mercado puso en jaque la política económica actual. Pero más allá del alivio temporal, la pregunta que surge es si el gobierno utilizará esta oportunidad para rencausar la economía y repensar el programa de política para el próximo año y medio, o si seguirá insistiendo en el esquema aplicado hasta el momento, cuyos resultados hoy están a la vista. Las recientes declaraciones del Ministro Dujovne acerca de que mantendrán el rumbo de los años anteriores es un primer indicio de que el gobierno no parece haber tomado verdadera consciencia de los errores cometidos.

Y el desafío que tiene por delante, no es menor, no sólo por la preocupante situación de los últimos meses (y los que vendrán) sino también por la performance de la economía en los últimos años. Es que si bien la actual administración se presentó como “el cambio”, aún se mantiene la dinámica de la gestión anterior: caída de la actividad y aceleración de la inflación en los años pares (años no-electorales), y recuperación y estabilidad de precios en los impares (años electorales). De mantenerse el camino actual, nuestra economía habrá estado cerca de una década inmersa en un proceso de estancamiento con inflación.

Por eso, por la gravedad de los acontecimientos actuales, se necesita más que una simple declaración de la que de hecho la mayor parte de los argentinos ya sabemos (“crecimiento con inclusión social”): es necesario profundizar sobre los lineamientos básicos que requiere un esquema económico para revertir esta tendencia.

La primera premisa que hay que resaltar es que los programas recesivos no sirven para bajar la inflación y restituir los desequilibrios macroeconómicos. El ajuste no es la solución, por el contrario, profundiza los problemas y genera elevados costos sociales: en 2018 el ingreso por persona de será menor al de 2011, los déficits gemelos se habrán profundizado en relación a entonces, la inflación seguirá en los niveles de los últimos once años y la pobreza continuará en los niveles estructurales. Por lo tanto, por la negativa, las necesarias correcciones macroeconómicas sólo pueden realizarse en un marco de crecimiento económico.

En segundo lugar, la condición necesaria para alcanzar una situación económica sustentable es la recuperación de los superávits gemelos, es decir el equilibrio fiscal así como el comercial. ¿Y cómo se logra esto? Justamente apostando a la expansión de la economía, articulando la sinergia positiva entre consumo e inversión: ni alentar el consumo sin crear las condiciones para la inversión, que sólo conduce a acelerar la inflación -como ocurrió la última década-; ni ignorar o subvalorar el consumo, restándole estímulos a la inversión, que no se guía sólo por discursos, ni sloganes de marketing, sino por la posibilidad de generar rentabilidad.

Entendiendo la interrelación entre consumo e inversión, y aplicando políticas integrales, es posible recrear entonces el crecimiento en el corto plazo. Cada punto de crecimiento económico genera ingresos extras de recaudación, que puede aplicarse a la mejora del resultado fiscal (aliviando la necesidad de ajustes), al tiempo que genera una baja en la inflación (se reduce las necesidades de financiamiento, sea la emisión monetaria o la colocación de deuda). Estos dos fenómenos son inseparables de un tipo de cambio real de largo plazo, que asegura asimismo una mejoría en las cuentas externas. Este es en definitiva el camino por el cual se van regenerando los superávits gemelos, apostando al crecimiento.

La pregunta lógica que surge es cómo se consigue reactivar la economía en el contexto actual de aceleración inflacionaria, caída de la capacidad adquisitiva de los ingresos, aumento de los costos de producción, encarecimiento del crédito, etc. Y la respuesta evidente es llevando alivio a aquellos sectores que justamente son el motor de la economía: las familias y las pequeñas y medianas empresas (generadoras de siete de cada diez puestos de trabajo formal de la economía).

La primera medida necesaria para reavivar la economía es recomponer el poder de compra de los ingresos de los hogares. Concretamente, en el contexto actual podría ofrecerse un “bono de emergencia” a los jubilados y beneficiarios de programas sociales para compensar la caída real de sus ingresos que se ajustan por la inflación pasada mientras los aumentos de los precios que enfrentan día a día se aceleran. Por ejemplo, podrían utilizarse los recursos que fueron prometidos el año pasado para compensar la pérdida por la aprobación de la nueva fórmula jubilatoria ($ 4.000 millones) pero que sólo se utilizaron parcialmente ($ 2.561 millones según el propio gobierno informó).

Asimismo, para repartir la carga de las correcciones ocurridas, puede reducirse el peso de los impuestos y cargos extras de los bienes y servicios básicos para las familias. Otra medida concreta en este sentido sería la eliminación del IVA a los productos de la canasta básica de alimentos, o bien el avance sobre una ley de góndolas para romper con la cartelización que utilizan en estos contexto de incertidumbre algunos sectores para subir precios (dos leyes que presentadas en 2016 pero que no tuvieron voluntad de ser tratadas). Lo mismo podría decirse de la devolución del IVA con compras con tarjetas de los sectores más vulnerables, un programa que está en marcha pero que tiene un alcance limitado (menos del 20% de los potenciales beneficiarios accede al mismo, y sobre un monto inferior al 50% fijado como techo).

La otra apuesta es el fortalecimiento a las PyMEs. Por un lado, es necesario profundizando el acceso a los programas ya vigente: por ejemplo, en la actualidad poco más de la mitad de las empresas acceden a la Ley PyME (brinda beneficios impositivos a las empresas), un régimen que ya tiene dos años de vida. Pero además, debes implementarse nuevos planes que tengan en cuenta los problemas actuales que surgen en las cadenas de pago (por ejemplo, suspendiendo por 180 días embargos y ejecuciones de la AFIP) así como en las posibilidades de acceso al financiamiento de las firmas (ampliar los programas crediticios con condiciones más flexibles y accesibles, ya dispuestos por la Ley PyME pero aún no reglamentados).

Claro que estos esfuerzos resultan en vano si no se ataca el problema de fondo, que es la inflación. El actual gobierno fijó entre sus prioridades la reducción de la inflación, pero a dos años de gestión no ha habido cambio alguno en el ritmo de incremento de los precios (inflación superior al 25% promedio por año). Por eso, y admitiendo que ahora los precios relativos están más alineados, es momento de atenuar la estrategia del gobierno: los aumentos de precios regulados deben estar en línea con la evolución de los ingresos. Al mismo tiempo, deben fijarse metas de inflación, pero que sean realistas y tengan efectividad a la hora de coordinar los contratos entre las diferentes que hacen a la formación de los precios (Estado, empresarios y trabajadores, el planteo no puede ser nunca los salarios aumentan al 15% pero los impuestos más del 30%, como paso por ejemplo en CABA y Bs As).

El control de la inflación no sólo acotaría el deterioro de los ingresos, sino que además evitaría que haya una nueva pérdida de rentabilidad de las empresas, sobre todo cuando estas compiten con el exterior. Es que tal como hacía referencia, es necesario recuperar el equilibrio de las cuentas externas. El crecimiento económico sigue siendo la solución para ello, pero en el corto plazo también deben aplicarse medidas para mejorar el déficit de la cuenta corriente (y reducir así la dependencia de los capitales del exterior). Por eso, así como deben otorgarse beneficios a las PyMEs también deben existir regímenes de promoción a las exportaciones. En la misma línea, surge la necesidad de llevar adelante una política aduanera más prudente, evaluando los productos que se están importando, el nivel de necesidad y el impacto que tienen sobre la producción local.

En suma, el programa anterior fracaso y esto quedó en evidencia con la firma del acuerdo con el FMI. Ahora veremos si esto servirá para sustentar un cambio en serio, pero todas las respuestas económicas y políticas del gobierno parecen ir en la línea de que seguimos inmersos en el círculo vicioso de la economía, centrada en lo financiero. Lo que todos estamos esperando es ver si realmente habrá un cambio real, un giro de 180° donde la expansión y el crecimiento sean las formas de solucionar los desequilibrios macroeconómicos, o bien si se trata simplemente de un parche sobre los problemas estructurales que seguirán desatendidos.

*Equipo económico del Frente Renovador