El gobierno ultraconservador de Jair Bolsonaro, experimenta sus horas mas difíciles. Los índices de aprobación del Presidente han caído perforando su puntuación más baja desde 2019.
La mala gestión de la pandemia, la falta de logros económicos y la creciente inflación están haciendo que el buque insignia del “capitão” se hunda en el océano más profundo.
Del otro lado del mar, el expresidente, Luis Inacio "Lula" Da Silva, lidera la carrera para las elecciones de 2022 casi duplicando la intención de voto del oficialismo. Según Datafolha con un 55% de intención de voto para Lula contra un 32% para la coalición gobernante, los números de un ballotage amargan las posibilidades de la derecha brasileña.
Sin embargo, la elección de Lula en 2022, en cuyo gobierno Brasil se convirtió en la 8° economía del mundo, no garantiza el regreso al podio internacional.
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La inestabilidad política en Brasil inició mucho antes de la llegada de Bolsonaro al poder, remontándose a 2016 cuando Dilma Rousseff fue destituida mediante un polémico proceso, donde el actual presidente le dedicó el voto a su torturador.
Causas estructurales de la inestabilidad. Más allá del espectáculo político de 2016, si analizamos la gestión de Lula, podemos calificarla de excepcional debido al crecimiento de los precios de las materias primas como la soja y el petróleo. Con este boom de ingresos y una situación económica sólida tras las crisis de finales de los 90, el crecimiento se disparó a principios de los 2000 y el Petismo utilizó estos ingresos para construir, y mantener en el poder a una coalición que en 2002 incluía a casi 13 partidos.
El autor Vicente Palermo en "¿Cómo se gobierna Brasil?" da algunas pistas sobre las complejidades del sistema político brasileño, que lo hacen estructuralmente propenso a la inestabilidad. Estas incluyen: El federalismo brasileño, un sistema de partidos fragmentado y un presidencialismo con poderes concentrados.
El federalismo brasileño. Brasil tiene una fuerte tradición en la que las élites locales concentran el poder económico y político de las regiones que conforman el país. Esta herencia se remonta al Imperio y la Primera República, donde los lideres estaduales controlaban la producción de determinados recursos, y se turnaban en el control de la Presidencia.
La fortaleza del sistema federal garantiza la dispersión de poder en el territorio que combinado con su sistema de partidos generan un caldo de cultivo para el caos.
Sistema de partidos fragmentado. Una organización federal combinada con un sistema electoral proporcional, donde se eligen a los diputados a través de listas abiertas, resulta una combinación compleja donde los electores no comprenden del todo las lealtades partidarias de sus candidatos.
Asimismo, la disciplina partidaria resulta ilusoria, elevando el número efectivo de partidos al más alto del mundo, siendo casi diez los partidos relevantes en Brasil.
Esto impacta en la composición de las cámaras legislativas generando un Congreso diverso e híper-heterogéneo, donde la relación de fuerzas cambia casi mensualmente, debido a la prioridad de intereses locales por sobre la agenda nacional.
Los legisladores son menos propensos a seguir la línea de los liderazgos nacionales, que operan mediante partidos “catch all” o (atrápalo todo). Los últimos carecen de públicos definidos y apelan a diferentes clases sociales e ideologías políticas a nivel regional.
La fragmentación, además genera la falta de una agenda legislativa nacional, obliga al poder ejecutivo a intervenir vía decretos para conseguir algún tipo de iniciativa. Sin embargo, esta herramienta en manos del presidente genera tensión con el congreso debido a su exclusividad en la iniciativa legislativa.
Sistema presidencialista. Otra consecuencia de esta volatilidad es la complejísima negociación por Ministerios debido a la cantidad de socios de las coaliciones. Asimismo, la dinámica cambiante de los intereses regionales y la volatilidad de los actores políticos, traen la inestabilidad del congreso al Gabinete del Presidente. Palermo describe al sistema como un Presidencialismo dotado de fuertes poderes proactivos, pero con fuertes restricciones institucionales.
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Debido a la realidad política de las instituciones brasileñas, y manteniéndose la estabilidad en los precios de las materias primas, el gobierno elegido en 2022 carecerá de recursos económicos para construir y sostener coaliciones políticas que garanticen la gobernabilidad de la nación sudamericana.
Si Lula es electo, las herramientas utilizadas en el pasado para construir estabilidad no serán aplicables. Y en un contexto de elecciones polarizadas, el líder del PT podría necesitar construir una nueva agenda política y económica tocando los intereses de un congreso fragmentado.
Independientemente de quién resulte elegido, la estabilidad política de Brasil continúa siendo un campo minado.
* Tobías Belgrano. Lic. Ciencias Políticas (UCA) y Maestría en Gobierno (UBA). Profesor de Gobierno y Administración de la República Argentina (UCA).