OPINIóN
17 de octubre dossier especial

Una perniciosa máquina de reciclaje y pragmatismo

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Militar. Tras la muerte de Perón, su movimiento vivió a lo largo de los años feroces internas. El país fue rehén de esos choques, de los que siempre salió transformado, cambiando la piel y las políticas públicas que hiciera falta. | cedoc

“En la Argentina manda formalmente el presidente. Desde el punto de vista de la legitimidad, la Doctora. En la práctica, hoy dependen todos de Juan Manzur. Y los polos de poder real que tienen que ver con el peronismo le picaron el boleto a Alberto Fernández y al kirchnerismo, que ni siquiera tiene noción de su condición de víctima de algún acuerdo tácito para dejarlo afuera”. La frase fue pronunciada hace pocas horas por Jorge Asís, hoy analista político y “peronólogo”; desde siempre, uno de los grandes novelistas de la Argentina.

Y tiene especial valor en este 17 de octubre, cuyo significado resulta doblemente extraño: en primer lugar, porque es difícil concebir que un partido festeje un “Día de la Lealtad” como si la normalidad fuera la traición; y en segundo lugar, porque no puede haber un año en que esta celebración sea tan frívola como este 2021 socioeconómicamente trágico, en el cual las miserias materiales y la falta de libertad que asolaron a la población convivieron con el espectáculo proporcionado por las feroces internas justicialistas.

Para decirlo más claramente: si en un país normal el líder de un partido mayoritario dijera de su rival de la oposición las cosas que la diputada Vallejo ha dicho del presidente de la República, la crisis institucional sería colosal. Pero en la Argentina estos reproches se los achacan distintas facciones de un movimiento que ha tenido la visión y el olfato popular suficientes para poner al país como rehén de sus enfrentamientos, sin arriesgar su permanencia en el poder.

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Acaso esa sea la mayor virtud del peronismo después de Ezeiza, de la Triple A contra la guerrilla, de Menem contra Duhalde, de Kirchner contra Duhalde, de Massa contra Cristina, de Cristina contra De Narváez y de Alberto Fernández contra Cristina Fernández: la capacidad constante de sobrevivir cambiando la piel y las políticas públicas que hagan falta, con un pragmatismo que, aunque vampírico y cínico, en política es siempre una virtud. Una máquina de reciclaje perniciosa, podrán argumentar algunos, pero máquina al fin.

Eso intentará demostrar otra vez, con una movilización que también será el reflejo de la patología de una nación que pasó de una cuarentena brutal a un relajamiento irresponsable, y que con este tipo de muestras de fuerza replica la lógica de los grandes movimientos autoritarios y militares del siglo XX, que confundían la legitimidad de origen con la de ejercicio.

Mientras el Papa llama saludablemente a acabar con la cultura del subsidio y Ricardo Lorenzetti se pasea por los canales de televisión como el señor feudal al que un grupo de plebeyos indignos ha despojado de sus derechos, el peronismo intenta resurgir por decimonovena vez. Y lo más probable es que lo logre, por perverso que sea el diseño de poder según el cual la cabeza del Poder Ejecutivo es una atroz figura de reparto.

Como tantas veces, cambiará la facción dominante, pero el viejo pragmatismo y la monopolización que implica la virtuosa palabra “pueblo” y el temible calificativo de “gorila” seguirá siendo de uso exclusivo de una fuerza cuya mayor manifestación de soberbia mesiánica hoy se llama La Cámpora.

Sin viento de cola económico, Argentina seguramente seguirá siendo víctima del absurdo enfrentamiento entre los ideales de república y justicia social, hermanados hace mucho tiempo en países como Canadá, Noruega y Uruguay, los peronistas seguirán tratando de antinacionales a sus opositores, y los antiperonistas le adjudicarán toda la responsabilidad del fracaso colectivo al justicialismo, como si los argentinos votaran a marcianos y no hubiera en el resto de la dirigencia política líderes tan insensibles e ineptos como Macri, peligrosamente desacatados como Milei o ideológicamente adolescentes como Del Caño. 

Podremos tener referentes morales, pero mientras nos permee la pasión por la mafia, por la violencia, por el golpismo y por la falta de autocrítica, cada noticia implicará la triste repetición de una tragedia...

*Periodista uruguayo.