Hastiados. No hay otro tema de discusión que el coronavirus. Pasó la etapa de experimentos gastronómicos y masa madre. También el de ignotos documentales en streaming: a esta altura de la cuarentena, la escasa renovación del catálogo de Netflix tampoco ayuda a aislarnos del mundo y resguardarnos en las pantallas. Ahora, al menos en ciertas zonas de la región metropolitana, algunos se preparan para salir a correr: los que hasta hace semanas arrasaban con la ingesta de panificados caseros se calzarán el jogging ya no para quedarse en casa sino para sentir la ansiedad deportiva de los circuitos de madrugada. Ojalá les dure…
Mientras tanto, la expansión del virus acaba por cooptar la agenda. Nada ocurre en el país que no tenga que ver con él. Nada puede hacerse para empezar a resolver nuestros problemas, privados y públicos, mientras el virus esté ahí. ¿Será esa la realidad predominante? ¿O la artimaña que usamos para tranquilizarnos a nosotros mismos? Mientras descargamos cierta ira contra las fake news y la desinformación intencional, construimos en silencio otras formas de engaño para esquivar responsabilidades, y con ellas, postergar definiciones que no deberían seguir esperando.
Cuarentena sí o no, "infectadura" sí o no, la discusión política de estos meses deja para después los planes estructurales. Sin chances de proyectar en la emergencia, aferrados a las necesarias medidas que surgen de ahí: ATP, IFE, bonos, compensaciones a faltas que existirán después del virus, deficiencias y deudas sociales que existían antes de él. El plan del corto plazo sólo entiende dos variables: el asistencialismo imprescindible y las vidas en riesgo ante la crisis. El problema es que el corto plazo se está volviendo cortísimo y, con ese panorama, tan real como concreto, no hay posibilidad alguna de interpretaciones optimistas y alegres para “vibrar mejor”. Defaulteados en incontables niveles, y mucho más allá del pago de la deuda, protestamos en casa, en el Obelisco, en las redes sociales por una salida, un plan. Pero que lo traiga otro: “Con esta pandemia, no podés hacer nada”. Desde Instagram, somos empáticos ante las tragedias en otros países. Gestos válidos, aunque ciertamente hipócritas cuando no reaccionamos ante dramas similares ocurriendo a nuestro lado.
Desde el 20 de marzo, en Argentina se conocieron al menos cuatro casos de violencia policial: Luis Espinoza, Magalí Morales, Franco Maranguello. Espinoza tenía 31 años. Morales, 39. Maranguello, 16. Los tres fueron detenidos en supuestas violaciones del aislamiento social. Aparecieron muertos en comisarías o tirado en un barranco, con el cuerpo baleado por la espalda. Igualmente cruento, un operativo policial contra una comunidad qom de la localidad chaqueña de Fontana terminó en una cadena de golpes, abusos y torturas. Los videos del ataque son indiscutibles y circularon por Twitter, al mismo tiempo que veíamos cómo policías de Minneapolis asfixiaban hasta la muerte a George Floyd. Black lives matter. Poor lives matter.
La pandemia parece haber paralizado todo, salvo algunos peligros preexistentes. Desde el comienzo del aislamiento, al menos 57 mujeres fueron asesinadas por cuestiones de género, de acuerdo con las cifras del Observatorio de Femicidios "Adriana Marisel Zambrano". Sólo en los primeros días de la cuarentena, las denuncias a la línea 144 aumentaron un 60 por ciento en la provincia de Buenos Aires. Creció la concientización sobre esta problemática pero no disminuyen las estadísticas. Mientras tanto, el acompañamiento institucional a las víctimas se diluye, en particular con los tiempo judiciales. Lo sabe bien Fátima Aparicio. En 2018, escapó de Salta junto a sus hijos. Su exesposo, Luis Rondón, la encontró en Tucumán, antes de que la Justicia de esa provincia dispusiera cualquier medida de protección. Lo detuvieron poco antes de que la asesinara: la dejó inconsciente a fuerza a de mazazos y planeaba acuchillarla. A la espera del juicio, está detenido con prisión preventiva. Pidió acceder a prisión domiciliaria por la pandemia: el domicilio que fijó es el mismo en el que vive Aparicio, y donde la atacó tiempo atrás. Las juezas Alicia Freidenberg y Stella Maris Arce demoraron tanto la extensión de la preventiva que venció el plazo legal. Finalmente, rechazaron el pedido de Rondón. Tucumán es la última provincia de todo el país que adhirió a la Ley Micaela. Lo hizo el 22 de mayo. Cuando pase la pandemia, tal vez disponga protocolos de capacitación para los poderes ejecutivo, legislativo y judicial locales. Endangered lives matter, too.
Esta misma semana, referentes del barrio 1-11-14 comunicaron la muerte por coronavirus de Carmen Canaviri. Se encargaba del merendero Lucecitas, en el asentamiento del Bajo Flores. Dos semanas antes, Agustín Navarro, vecino del Barrio 31. Antes, Ramona Medina y Víctor Giracoy, en ese mismo lugar. Sin muchos otros recursos más que donaciones, realizaban tareas sociales desde hacía años, compensando el Estado ausente (o “presente de a ratos”). Durante la pandemia, denunciaron la falta de elementos básicos para prevenir el virus: agua y productos de higiene.
El pedido de ayuda de los barrios vulnerables -porteños y bonaerenses- es similar al de los trabajadores de la salud. Se resume a una palabra: protección. Parte de la última movilización “anticuarentena” en el Obelisco estaba integrada por enfermeros y médicos que protestaban contra la precarización laboral. Este jueves, murió María Ester Ledesma. Era enfermera del área de Pediatría del Hospital Interzonal Luisa C. de Gandulfo, uno de los centros públicos más importantes del GBA Sur. Según relatan sus compañeros, había pedido licencia por integrar el grupo de riesgo. Se la negaron. Contagió a su madre, su hermano y uno de sus hijos. Su madre murió días antes que ella. Su hijo está internado. Antes de la confirmación del diagnóstico de Ledesma, dos pediatras del hospital -con COVID positivo- fueron aisladas. Los enfermeros que compartieron turnos con ellas, contactos estrechos, no fueron autorizados a cumplir el aislamiento. Algunos de los que estuvieron en contacto con Ledesma, tampoco. Antes de la pandemia, los trabajadores del hospital pedían mejoras salariales e insumos. Hoy, elementos de protección y testeos.
Black lives matter. Poor lives matter. Endangered lives matter. Essential workers lives matter. Dicho en inglés y con un logo llamativo, todas son buenas acciones por las cuales pronunciarse públicamente. Acompañadas por medidas urgentes y con recursos disponibles, bien podrían ser parte de un plan sustentable, paralelo a la grieta mediatizada, que comience por enfrentar los problemas reales que nos acorralaban antes del coronavirus. Y que van a estar ahí cuando el virus deje de ser el tema del momento.