Aída, su amor, que no se llamaba Aída sino Ida Peruzzi, se había enfermado en 1903. Vivió agobiado por las deudas. Trabajó a destajo porque sus editores lo explotaron con contratos y pagas de hambre. Se suicidó en 1911. Aprendí a leer con sus libros; muchas de mis supuestas certezas son parte de una deuda que jamás podré pagarle. Y llevo guardada una culpa con él, tanto que hace años se lo confesé, en voz baja, en el cementerio de Verona: tendría yo seis años cuando me devoré todo lo que la colección Robin Hood le publicaba. Lo supe siendo muy pibe. El maestro Emilio Salgari nunca ganó lo merecido por su escritura. Sandokán está aquí y va donde voy.
Herencias imposibles
No fue Salgari quien escribió con cierta tranquilidad su (la) gran novela porque pudo disfrutar una jugosa herencia familiar. Hace apenas horas, el poeta Miguel Gaya imaginó y jugó por Facebook a que el novelista fue su muy lejano abuelo, de quien jamás recibió legado patrimonial alguno y que tan solo podría aspirar, si existiese y se hubiese conservado y transmitido de generación en generación, a la pobre birome con la que Gustave Flaubert escribiera Madame Bovary.
Todo esto viene a cuento porque, en medio del confinamiento obligatorio que soportamos en tiempos de pandemia, por divina aunque humana iniciativa de la poeta Selva Dipasquale fue creado, en la misma Facebook, el sitio o grupo Biblioteca Virtual.
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Pero sucedió lo temido
Y la reyerta se hizo pública, cuando un grupo de escritoras y escritores apeló a Clarín -la cita del medio tiene su lógica, ya llegaré- para acusar a la Biblioteca Virtual de estar violando el sacrosanto derecho a la propiedad, a la propiedad intelectual en este caso, a los muy suyos beneficios patrimoniales que surgen de contratos editoriales, regalías y demás endulzantes de la vida que procura la cultura de mercado o el mercado de la cultura. Endulzantes por otro lado legales y legítimos porque sufrimos a la vida misma como mercancía.
Dos animadores constantes del sitio para lectores que convocó a más de 17 mil entusiastas en pocos días, y otras voces involucradas en el mundo de la lectura y de los libros, desmadejaron lo que sucedió.
El poeta Daniel Freidemberg consideró: “Los libros de autores en condiciones de verse afectados en sus ingresos, representan bastante menos del uno por ciento de los que pueden encontrarse en la Biblioteca Virtual, pero todo se agravó por la irrupción del diario Clarín que, cosa extraña, se preocupó por un grupo de Facebook. El riesgo de que se entrometan las grandes editoriales y presionen para cerrar esta página es alto; eso ya sucedió en otras oportunidades”.
Sin autor, no hay creación, no hay libros, no hay librerías
El crítico cultural Guillermo Saavedra resaltó: “La iniciativa fue muy simple, generosa y solidaria, aportar un porcentaje muy alto de libros liberados de derechos, o de autores argentinos a quienes no les sangrarán sus economías porque algunos de sus títulos sean subidos a esa página. Ante los pedido más o menos amables de autores como Selva Almada y Gabriela Cabezón Cámara, entre otros, que se sintieron amenazados por nuestra difusión, lo libros fueron bajados inmediatamente. Las acusaciones son infundadas porque no hicimos daño a nadie y si algún daño tuvo lugar, el mismo duró un suspiro y se reparó”.
Desde el universo editorial, Adriana Yoel, responsable de Paradiso, uno de los sellos independientes más emblemáticos del país, fue contundente. “Si se pretende debatir en torno a la propiedad intelectual, primero discutamos el concepto de propiedad y a la grandes propiedades concentradas, que hegemonizan el mundo del libro; y si la idea es ver el problema de la difusión, la cuestión es sencilla: se requieren conformidades y acuerdos entre autores, editores y divulgadores, como los de la Biblioteca Virtual y otros”.
El libro en tiempos de coronavirus
La “piratería” liberadora
O consideraciones a partir de la Universidad Pública, el ámbito de mayor impacto y alcance en cuanto a generación de conocimiento científico, formación académica y socialización de saberes. Y es pertinente ubicarla en el contexto del tema que nos ocupa porque allí los docentes tenemos una muy larga experiencia en eso que se podría denominar “piratería” posibilitadora, o liberadora.
Muchos añoramos los tiempos en que se estudiaba con libros y aspiramos a que se pueda volver a ello; dependerá del éxito que tengamos en lograr que nuestros estudiantes encuentren un punto de equilibrio entre esa pasión por la inmediatez de la comunicación en redes, de la cual no sólo no se regresará sino que se incrementará, y recuperen la capacidad de atención y sobre todo el sentido de cierta intimidad que da la lectura sostenida.
Mientras tanto seguiremos defendiendo lo que tengamos a mano, desde las ya antiguas fotocopias hasta la digitalización por capítulos. No tengo dudas de que la libre circulación en páginas como la Biblioteca Virtual es esencial para toda estrategia de recuperación de la lectura sistémica.
Mariana Baranchuk es académica de la UBA, la UNQUI y la UNPAZ. También poeta. En las universidades trabaja sobre las relaciones entre comunicación, cultura y organizaciones sindicales. “La defensa de los derechos económicos y laborales de los trabajadores de la cultura y la comunicación debe ser prioritaria, sobre todo ahora, que sus posibilidades de trabajo y de percibir ingresos para vivir estallaron entre los malos aires del virus. Sin embargo, resulta sospechoso y poco creíble que empresas que usan plataformas digitales para comercializar contenidos audiovisuales sin pagarles a sus creadores, aparezcan interesadas en la suerte del lucro supuestamente cesante de un puñado de autores o editores. ¡Ah, y que los de la Biblioteca Virtual sepan que pueden difundir mis textos sin problema alguno; muchas gracias!
La profesora Patricia Rodrigo es profesora de Historia del Siglo XX en la Facultad de Periodismo de la UNLP y ejerce también su docencia en la UNAJ. Carlos Ciappina es doctor en Comunicación y director de carrera en la primera casa de estudios mencionada. Ambos subrayaron con énfasis que, desde la educación pública superior, la defensa de la circulación libre y masiva de todos los textos debe ser irrestricta.
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”Nos debemos a los problemas de nuestros estudiantes, que en su mayoría no tienen posibilidades económicas de acceder a libros que son carísimos”, destacó Rodrigo. Y Ciappina consideró: “No es justo que quienes se formaron en la Universidad Púbica, en modo gratuito pretendan reclamar la propiedad privada sobre sus producciones textuales”.
Llegamos al final
Primero con lo afirmado en las redes por el poeta y periodista Gabriel Reches: “Quiero vivir en un país que suprima el concepto de industria cultural y recupere la noción de bien común. Como hacer la revolución me da fiaca y no tengo esperanzas de que otros hagan el trabajo por mí, tengo dos opciones: me mato o me bajo unos libros de la Biblioteca Virtual. Por ahora, elijo lo segundo”.
Y con lo que, imagino, hubiese dicho Roberto Arlt: “Y qué los eunucos bufen”.