—Usted ha criticado la estrategia de “hegemonía liberal” que dominó la política exterior estadounidense tras la Guerra Fría. ¿Cómo definiría este enfoque y cuáles han sido sus principales consecuencias?
—La hegemonía liberal era la idea de rehacer el mundo a imagen de Estados Unidos, difundiendo ampliamente los valores liberales: promover la democracia en países que no eran democráticos, abrir los mercados lo más posible y lograr que el mayor número de Estados se unieran a instituciones lideradas por Estados Unidos, como la OTAN o la Organización Mundial del Comercio. Los responsables de la política estadounidense creían que crear un orden mundial liberal también generaría un mundo muy pacífico y próspero. Desafortunadamente, no fue así. Países como China y Rusia se resistieron a este esfuerzo, al igual que otros. Esto llevó a Estados Unidos a invadir países como Irak para intentar convertirlos en democracias, lo cual no resultó particularmente bien. Además, la expansión acelerada de los mercados a través de la hiperglobalización desembocó en la crisis financiera de 2008, con consecuencias muy graves a nivel mundial. En definitiva, la hegemonía liberal fue en gran medida un fracaso y es una de las razones por las que terminamos con alguien como Donald Trump.
“La hegemonía liberal (progresista) fracasó y contribuyó a la llegada de Donald Trump al poder.”
—¿Podría decirse que finalmente fue a la inversa, que Rusia y China contagiaron la idea de la autocracia a las democracias?
—Ciertamente hemos visto un movimiento hacia la autocracia. La democracia, de hecho, ha venido erosionándose en el mundo durante unos 15 años, incluso en lugares como Estados Unidos. No creo que esto se deba a que China o Rusia nos hayan contagiado con esta idea, pero sí pienso que algunos de los fracasos de los sistemas democráticos han hecho que parte de nuestras poblaciones sean más susceptibles a estas ideas.
—¿En qué medida su teoría del “balance de amenaza” explica las alianzas y confrontaciones actuales del sistema internacional?
—No soy el observador más objetivo, pero en realidad explica muchas cosas muy bien. Sin duda explica por qué China y Rusia han estado cooperando más: se han sentido amenazadas por lo que hacía Estados Unidos. También explica por qué los países de Asia están intentando equilibrarse más eficazmente frente a una China en ascenso. Parte de la cooperación que vemos entre países del sudeste asiático, entre Japón, India, Australia y Estados Unidos, es una señal de ello. Creo que también explica por qué Suecia y Finlandia decidieron unirse a la OTAN, después de haber sido neutrales durante muchos, muchos años, en el caso de Suecia, durante un par de siglos, como respuesta a la percepción de una creciente amenaza de Rusia. Y puede que lo estemos viendo ahora emerger a medida que algunos países empiezan a preocuparse por lo que Estados Unidos podría hacer, lo que podría llevar a la formación de coaliciones para contener también a Estados Unidos. Así que creo que la teoría se desempeña razonablemente bien en el mundo actual.
—¿Qué diferencia observa entre la política exterior de Trump en la primera presidencia y su actual segundo mandato?
—La gran diferencia es que aprendió de la experiencia de su primer mandato y quiso asegurarse de que en el segundo pudiera hacer lo que quisiera. En el primer mandato no tenía un equipo de leales que siguiera sus órdenes, y había funcionarios de política exterior más experimentados y de la corriente principal que mantenían a raya sus peores instintos, a quienes la gente llamaba “los adultos en la sala”. En el segundo mandato no está usando a nadie así. Está rodeado de personas estrictamente leales a él. La mayoría no está muy calificada para los cargos que ocupa, o son individuos relativamente débiles, fáciles de manipular. Por eso, la política exterior que tenemos es simplemente lo que Donald Trump quiere que sea. Realmente no hay nadie en la administración que le diga que lo que está haciendo está mal.
“La política exterior que tenemos es simplemente lo que Donald Trump quiere que sea.”
—¿Cómo ha evolucionado el nacionalismo de Trump y cuál es su impacto en la política exterior estadounidense actual?
—Trump ha sido muy eficaz en presentarse como un nacionalista, más que la mayoría de sus rivales. Esto se ve en su retórica de “hacer a Estados Unidos grande otra vez” o en su política exterior de “América primero”. El problema es que las políticas que está siguiendo no responden a los intereses de Estados Unidos ni de muchos otros países. Daré dos ejemplos: ha empeorado las relaciones con varios aliados tradicionales, como Dinamarca, Canadá, gran parte de Europa e incluso cada vez más con India. Y eso no hace que Estados Unidos sea más fuerte o más seguro. Además, sus políticas internas, en particular los ataques a las universidades y los recortes de fondos para la investigación científica, van a debilitar a Estados Unidos con el tiempo. Así que, aunque afirma ser nacionalista, no actúa de manera coherente con el interés nacional.
—Trump ha cuestionado alianzas tradicionales como la OTAN y acuerdos internacionales. ¿Qué impacto tiene esto en la credibilidad de Estados Unidos?
—Obviamente esto la reduce. Trump ha dejado muy claro que los aliados tradicionales de Estados Unidos no pueden contar necesariamente con su apoyo. Y el problema mayor es que resulta difícil confiar en cualquiera de las promesas que pueda hacer. Es difícil estar seguros de que, si llega a un acuerdo ahora, lo mantendrá dentro de un año. El resultado a largo plazo de esto es que cada vez más países comenzarán a buscar otros arreglos, otros socios alternativos en distintos ámbitos, ya sea en el comercio o incluso en las relaciones de seguridad, buscando otros proveedores militares que puedan ser más confiables que Estados Unidos. Así que, incluso si Trump logra algunas concesiones en el corto plazo, a largo plazo es probable que esto lleve a que otros países quieran distanciarse de Estados Unidos en lugar de cooperar estrechamente.
—¿Cuál es el papel actual del poder blando estadounidense y cómo se combina con el poder duro bajo Trump?
—Creo que está decayendo drásticamente. Estados Unidos ya no parece un país ni una sociedad tan atractiva. Se ve profundamente dividido. Trump incluso ha ordenado desplegar tropas en las calles de ciudades estadounidenses sin una razón particular. La represión contra la inmigración y las dificultades que enfrentan los estudiantes extranjeros para ir a estudiar a Estados Unidos hacen que el país luzca menos atractivo para el resto del mundo. Esa había sido una de las grandes fortalezas de Estados Unidos durante mucho tiempo, y creo que se está debilitando considerablemente bajo Donald Trump.

—En su opinión, ¿está Estados Unidos adoptando una estrategia más realista o continúa con rasgos intervencionistas pese a su discurso nacionalista?
—Sí, él habla mucho de seguir principios realistas, pero no creo que lo esté haciendo. Estados Unidos, por ejemplo, no ha dejado de intervenir en otros países. Hemos bombardeado Yemen. Hemos bombardeado Irán. Hay buques de guerra frente a Venezuela. Ha intervenido presionando a Brasil en relación con el expresidente Bolsonaro. No es como si Estados Unidos hubiera dejado de intervenir repentinamente en otros países bajo Donald Trump. La única diferencia es que parece muy reacio a usar tropas terrestres en cualquier lugar. Le gusta bombardear países o enviar buques de guerra, pero no quiere involucrarse en una gran guerra terrestre. Fuera de eso, este no es un presidente aislacionista ni un presidente reacio a intervenir en los asuntos internos de otros países.
“Aunque Trump afirma ser nacionalista, no actúa de manera coherente con el interés nacional.”
—En los últimos años, con Trump encabezando la lista, varios líderes han reivindicado el nacionalismo como eje central de su política exterior, como Giorgia Meloni en Italia o Narendra Modi en India. ¿Cómo evalúa usted el impacto de este resurgimiento del nacionalismo en la política internacional?
—Es una tendencia muy importante, y es un recordatorio de que el nacionalismo es una fuerza muy poderosa en los asuntos mundiales. Pienso que después de la Guerra Fría existía la creencia de que tal vez el nacionalismo se estaba desvaneciendo, que las fronteras no importarían demasiado, que todos viviríamos en una especie de aldea global feliz, y que esas lealtades nacionales no serían tan relevantes. Eso resultó estar completamente equivocado. Lo vemos en los ejemplos que mencionaste. También se ve en la decisión del Brexit, cuando Gran Bretaña decidió abandonar la Unión Europea, eso estuvo muy impulsado por el nacionalismo. Lo vemos, por supuesto, en la enorme resistencia que ha mostrado Ucrania frente a la invasión rusa. Eso también es nacionalismo en acción. Creo que es una fuerza muy poderosa, y se nos recuerda que todavía vivimos en un mundo de Estados-nación independientes que se preocupan mucho por sus identidades y tradiciones locales, y quieren preservarlas.
—¿Cuál es su análisis y qué sensación le dejó la reunión en Alaska entre Donald Trump y Vladimir Putin?
—Lamentablemente, eso mostró las debilidades de Trump como negociador. No se preparó para la reunión de ninguna manera en particular. No hubo un conjunto previo de acuerdos que se fueran a organizar, como suele hacerse antes de una cumbre. Por supuesto, fue allí y no obtuvo nada de Putin. Sí, acaso, Putin salió de esa reunión con la legitimidad de haber tenido un encuentro amistoso con el presidente de Estados Unidos. Esto demuestra que Trump en realidad no es un negociador particularmente bueno. También es un recordatorio de que lo que más le importa es la atención, quiere que todos estén pendientes de lo que hace, logre realmente algo o no. Lo vimos durante el primer mandato cuando se reunió dos veces con Kim Jong-un, de Corea del Norte, y no consiguió nada de ello, pero sí obtuvo mucha atención. Y eso parece ser lo que más le gusta a Trump por encima de cualquier otra cosa.
“La falta de presión de EE.UU. sobre Israel se debe a la influencia del lobby israelí.”
—En su libro “The Israel Lobby”, usted y Mearsheimer sostienen que el lobby pro-Israel influye en la política exterior estadounidense. ¿Cómo ve esa influencia hoy, casi veinte años después de la publicación del libro?
—La influencia sigue siendo bastante profunda, y se ve en cómo Estados Unidos ha reaccionado ante la guerra en Gaza, de manera más evidente. Y, por cierto, no solo bajo el presidente Trump; esto también fue cierto bajo el presidente Biden. Estados Unidos debería haber apoyado a Israel después del ataque de Hamas. Lo entendimos, pero no deberíamos haber apoyado lo que Israel ha hecho posteriormente, y ciertamente el genocidio que ahora se está llevando a cabo contra la población de Gaza. El hecho de que Estados Unidos no esté dispuesto a ejercer ninguna presión significativa sobre Israel se debe en gran medida a la continua influencia política del lobby israelí. Lo único que ha cambiado es que ahora creo que se puede hablar de esto más abiertamente que hace veinte años, cuando escribimos nuestro libro. La gente está dispuesta a hablar sobre el papel que juega el lobby. Pero la política estadounidense no ha cambiado, lo cual, lamentablemente, es negativo para la región, negativo para Estados Unidos y, creo, también negativo para Israel.
—¿Le sorprendió el ataque directo de Estados Unidos a Irán? ¿Qué factores estratégicos, políticos o de seguridad cree que motivaron esta intervención tan decidida?
—No me sorprendió particularmente. De nuevo, el lobby israelí y el gobierno de Israel habían estado presionando para que Estados Unidos tomara medidas militares contra el programa nuclear de Irán. Tampoco me sorprendió porque, cuando el presidente Trump abandonó el acuerdo nuclear con Irán, el llamado Jcpoa, durante su primer mandato, eso eliminó cualquier límite a las capacidades nucleares de Irán, y ellos comenzaron a reconstruirlas y se acercaron a tener una bomba real, lo que puso a Estados Unidos e Israel en la posición de tener que actuar militarmente. El acuerdo nos impedía ir a la guerra con Irán, pero una vez que ese acuerdo desapareció, se creó una situación en la que Irán podía acercarse mucho a tener un arma. Así que no me sorprendió particularmente cuando ocurrió. La parte desafortunada es que probablemente esto haga más probable que Irán decida que necesita su propio disuasivo nuclear, porque de lo contrario será vulnerable a futuros ataques mientras no tenga armas nucleares y Estados Unidos e Israel sí.
—¿Qué diferencias observa entre la política de Biden y la de Trump respecto a los conflictos en Ucrania y Rusia, así como en Gaza e Israel?
—Son muy diferentes. En cuanto a Ucrania, por supuesto, Biden ha apoyado fuertemente a Ucrania desde el principio y dijo que Estados Unidos estaría junto a Ucrania en todo momento, brindando un apoyo económico y militar muy generoso, proporcionando respaldo de inteligencia, condenando claramente lo que Rusia estaba haciendo y, por supuesto, ayudando a organizar la respuesta europea a la guerra también. Así que la administración Biden fue muy solidaria con Ucrania. La administración Trump no lo fue. Como sin duda saben, hubo una reunión muy tensa entre Trump y el presidente Zelenski de Ucrania a principios de este año. Trump expresó dudas desde el principio sobre si Rusia realmente era culpable de la guerra. Así que, en cuanto a Ucrania, Biden y Trump son bastante diferentes. En Gaza, Biden y Trump han sido muy similares. Ocasionalmente han mostrado cierta insatisfacción con lo que Israel ha hecho, pero no han ejercido presión significativa sobre ella. Y, básicamente, en algunos casos incluso parecían avalar lo que Israel estaba haciendo. En ese sentido, hay muy poca diferencia. Y, como dije antes, eso se debe en gran medida a la política interna en Estados Unidos y, en particular, al poder político del lobby israelí.
“En Ucrania, Biden y Trump difieren notablemente; en Gaza, sus políticas son muy similares.”
—¿Ve posible un acuerdo de paz entre Israel y Palestina o cree que Israel terminará finalmente ocupando la totalidad de la Franja de Gaza?
—Creo que el objetivo del gobierno israelí es, eventualmente, controlar Gaza y también toda la Cisjordania, y convertirla en un gran Israel. Para lograr eso, tendrá que recurrir o bien a la limpieza étnica y expulsar a la mayoría, si no a todos, los palestinos de esas áreas, o bien mantener una situación de apartheid permanente, en la que los palestinos que permanezcan allí no tengan derechos políticos. Por eso no soy optimista respecto a que se alcance un acuerdo de paz en el corto plazo, aunque eso estaría muy en el interés de los palestinos, pero también en el interés a largo plazo de Israel.
—Usted propone el “offshore balancing” como alternativa. ¿En qué consiste y cómo se diferencia de la estrategia tradicional de Estados Unidos?
—De hecho, sostendría que el offshore balancing ha sido la estrategia tradicional de Estados Unidos durante la mayor parte de los últimos cien años, donde el país trató de mantenerse fuera de los conflictos tanto como fuera posible, especialmente los conflictos en Europa o Asia. Solo nos involucramos cuando se rompía el equilibrio de poder allí. La idea básica detrás del offshore balancing es que Estados Unidos no quiere que ninguna otra potencia sea tan fuerte como él, ni que ninguna potencia domine su región de la manera en que Estados Unidos ha dominado el hemisferio occidental. Así que si existe un equilibrio de poder en Europa y un equilibrio de poder en Asia, Estados Unidos no tiene que hacer mucho. Eso está bien, el poder está dividido. Solo cuando algún país parece que va a dominar –como Alemania intentó hacerlo en la Primera y Segunda Guerra Mundial, o como la Unión Soviética pudo haber querido hacer durante la Guerra Fría– es cuando Estados Unidos debería intervenir militarmente en Europa o en Asia. Se podría argumentar que tal vez también en Oriente Medio, como región crítica. Esa ha sido básicamente la estrategia de Estados Unidos. Fuimos el último país importante en involucrarnos en la Primera y Segunda Guerra Mundial. La única excepción fue el período que mencionamos antes, justo después de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos intentó rehacer gran parte de Europa y Asia a su imagen, difundiendo la democracia y los mercados ampliamente. Y eso, desafortunadamente, no funcionó muy bien.
—La guerra comercial con China ha sido un elemento central de la política de Trump. ¿Cómo lo evalúa desde la perspectiva del realismo?
—Lo que nos muestra la guerra comercial con China, nuevamente, es la importancia del poder bruto, la importancia del poder duro. Trump impuso aranceles muy elevados a muchos otros países, incluso del 50% en algunos casos. Pero retrocedió respecto a estos aranceles realmente fuertes hacia China porque China tenía la capacidad de tomar represalias contra empresas estadounidenses, en particular reteniendo algunos metales raros y otros recursos que Estados Unidos necesita para sus propias industrias. Esto demuestra que es difícil presionar a un país poderoso. Es mucho más fácil intentar presionar a países que son sustancialmente más débiles. Ahora bien, debo añadir que la guerra comercial será, en última instancia, contraproducente para todos en el mundo. Reducirá las tasas de crecimiento en todas partes y probablemente impulsará la inflación en Estados Unidos. Hay muchas razones para oponerse a la guerra comercial tal como se ha llevado a cabo. Pero creo que la forma en que ha funcionado con respecto a China muestra los límites de intentar iniciar una guerra comercial con un país que es esencialmente igual en poder económico.
“Lo que nos muestra la guerra comercial con China es la importancia del poder duro.”
—¿Cree que la guerra comercial y las tensiones tecnológicas entre EE.UU. y China son una estrategia deliberada para contener su crecimiento o un efecto secundario de la política interna de Trump?
—Es, en gran medida, un esfuerzo explícito por intentar limitar el dominio tecnológico de China. Ambos países entienden que la prosperidad futura, la tecnología militar y una gran variedad de otros ámbitos dependerán de tecnologías sofisticadas, particularmente en el ámbito digital, los semiconductores, los chips y la inteligencia artificial, y que, por lo tanto, se quiere estar por delante o, al menos, equilibrado en la mayor cantidad posible de estas áreas. Si eso implica limitar la cooperación en ciertos dominios específicos, es lo que la administración Biden estaba tratando de hacer. Es también lo que la administración Trump ha intentado hacer. Ahora bien, ellos creen que esto es compatible con traer la manufactura de regreso a Estados Unidos y con una variedad de otras iniciativas similares. Creo que eso probablemente será mucho menos exitoso. Pero no hay duda de que existe una motivación de equilibrio de poder detrás de lo que están haciendo, tal como la hubo en la administración Biden.
—¿Cómo evalúa usted la relación actual entre Trump y Xi Jinping, y qué impacto tiene en la estabilidad de Asia-Pacífico?
—Trump cree que todas las relaciones son, básicamente, muy personales. Y creo que su visión del mundo es aquella en la que líderes fuertes se reúnen y hacen acuerdos entre ellos de diversas maneras. Le gusta hablar de lo buena que es su relación con Xi Jinping y de que eso les permitirá resolver cualquier problema. La dificultad radica en que Xi Jinping es un líder muy serio, que se prepara cuidadosamente, está bien informado y es un adversario muy competente cuando hay que sentarse y negociar en serio. Y no creo que eso sea realmente cierto para Donald Trump. Trump es muy voluntarioso y confiado, pero no hace su tarea ni se prepara adecuadamente. Y creo que, si se observa el panorama general de lo que está haciendo la administración Trump, los chinos probablemente estén encantados de tratar con alguien como Trump, en lugar de tener que lidiar con un presidente que se preparara más cuidadosamente, fuera más informado y dirigiera una política exterior más organizada.
—¿Cómo interpreta usted la postura estadounidense frente al ascenso de China como potencia global y su influencia en América Latina, África y el sudeste asiático?
—China es el rival más formidable que Estados Unidos ha enfrentado, probablemente en toda su historia, y sin duda en mucho tiempo. En algunos aspectos, es un desafío más formidable que la antigua Unión Soviética, en parte porque la economía china es mucho más fuerte que la economía soviética jamás fue. Y lo que vemos ahora es que China está haciendo algo que ningún otro país ha logrado en bastante tiempo: forjar lazos económicos estrechos con países de América Latina y del hemisferio occidental, y creo que empezar a desafiar la posición dominante que Estados Unidos ha tenido. De nuevo, no es tan cercano; no tiene la larga historia, en parte conflictiva, que Estados Unidos ha tenido con estos países. Pero, en general, Estados Unidos nunca ha tenido que preocuparse demasiado por la influencia extranjera, al menos no durante setenta, ochenta o noventa años. Y eso puede estar cambiando ahora a medida que China forja lazos económicos más estrechos y Estados Unidos gestiona sus relaciones con América Latina de manera que hagan que más de esos países quieran tener socios fuera de la región con los que puedan trabajar, de modo que no dependan críticamente de Estados Unidos y no puedan ser presionados por Estados Unidos de la manera en que lo hemos hecho en el pasado.
—¿Considera que Estados Unidos puede mantener su liderazgo mundial en la era multipolar o estamos entrando en una redefinición del poder global?
—No hay duda de que Estados Unidos puede hacerlo. Sigue siendo la economía más grande del mundo, cuenta con el ejército más poderoso del mundo y todavía posee muchos recursos internos, como buenos centros de investigación, excelentes universidades y cosas por el estilo. Así que tenemos el potencial de ser la potencia más fuerte incluso dentro de un mundo multipolar. También deberíamos poder enfrentar a otras grandes potencias entre sí de diversas maneras si lleváramos a cabo una diplomacia más inteligente. Lo que me preocupa, sin embargo, es que ahora estamos haciendo una serie de cosas que eliminan casi todas esas ventajas. En lugar de construir alianzas, las estamos debilitando. En lugar de apoyar la ciencia y la tecnología en las universidades estadounidenses, las estamos debilitando. En lugar de acoger a inmigrantes talentosos en Estados Unidos para que trabajen en nuestra economía, los estamos alejando, y terminarán yéndose a otros lugares. Sí, Estados Unidos tiene el potencial de seguir siendo la potencia líder, pero me preocupa que ahora estemos haciendo cosas que harán que eso sea mucho más difícil.
—¿Cuál es su postura respecto de las sanciones económicas como forma de persuasión para que un determinado país cambie su política, como es el caso de Irán, de Rusia, de Cuba y ahora también de Brasil?
—Las sanciones económicas no son una herramienta particularmente efectiva para lograr que los países cambien su comportamiento, especialmente en asuntos importantes. Una vez que se llega al punto de imponer sanciones a alguien, esa entidad ya está haciendo algo que probablemente considera importante y no va a cambiar de opinión. Otra consecuencia de las sanciones es que tienden a provocar nacionalismo y reacciones nacionalistas. A la gente no le gusta que la intimiden, así que se defienden contra quien intenta castigarla, aunque eso le cueste. Creo que vemos eso en todos los ejemplos que mencionaste. No hemos podido afectar la política rusa imponiéndole sanciones. No detuvimos el programa nuclear de Irán imponiéndole sanciones extraordinarias. Hemos tenido sanciones contra Cuba desde 1961, y no han derribado al régimen de Castro. Ahora bien, imponer sanciones a Brasil ha hecho que el presidente Lula sea más popular, en lugar de menos. Todos estos casos muestran los límites de las sanciones como herramienta.
“La guerra comercial será, en última instancia, contraproducente para todos en el mundo.”
—Algunos analistas denominan el eje autoritario de Rusia, China y Corea del Norte, incluyendo a Irán como el “cuarteto del caos”, ¿cuál es su reflexión al respecto?, ¿le parece una visión exagerada y que este eje no tiene el poder que se le adjudica?
—Diría dos cosas. Primero, llamar a esto un “cuarteto del caos” es exagerar. No se trata de países que puedan sembrar la disrupción en todo el mundo o que necesariamente quieran hacerlo. Creo que es una etiqueta engañosa, en el mejor de los casos. Son países que, pienso, quisieran alterar el statu quo internacional en varios asuntos, algunos más que otros, pero eso sobreestima su influencia y sus objetivos. El segundo punto que recordaría a todos es que Estados Unidos y algunos de sus aliados no siempre son faros de estabilidad. Estados Unidos ha hecho más para desestabilizar el Oriente Medio en los últimos treinta o cuarenta años que Rusia o China. Si hay países que siembran caos, no son solo esos cuatro; también deberíamos mirar más cerca de casa para ver otros ejemplos.

—Las polémicas declaraciones frente al Congreso del candidato a embajador estadounidense en Argentina, Peter Lamelas, generaron una intensa controversia en nuestro país por las intenciones intervencionistas del candidato, ¿qué opinión tiene al respecto y si recuerda alguna situación similar en la historia de Estados Unidos?
—La mayoría de los países han tenido embajadores que han excedido sus límites y dicho cosas que parecían influir o intentaban influir en la política interna de diversas maneras. Eso no es lo que se espera que hagan los embajadores. Lamento lo que dijo el embajador. Creo que fue injustificado y, obviamente, no es probable que mejore las relaciones entre Estados Unidos y Argentina.
—Estados Unidos está preocupado respecto de la injerencia de China en América Latina, empezando por el Canal de Panamá y las declaraciones de Donald Trump de querer recuperarlo, ¿cree que China es una amenaza real en la región para Estados Unidos?
—No creo que China represente una amenaza inmediata para Estados Unidos en este momento. Pero, como dije antes, creo que a China le gustaría construir lazos más estrechos con muchos países de América Latina, en parte por razones económicas y, eventualmente, quizá por razones estratégicas. A nosotros también nos gustaría ofrecerles alternativas a los lazos cercanos con Estados Unidos. Dada la historia de la intervención estadounidense con sus vecinos en América Latina, existe cierta desconfianza hacia Estados Unidos, cierta cautela. Creo que cometemos un error. Cometemos un error en Estados Unidos cuando amenazamos con usar el ejército en México para perseguir carteles de drogas, cuando amenazamos con intervenir en Venezuela aunque no nos guste el régimen allí, cuando hablamos de favorecer a un político sobre otro o cuando imponemos aranceles a Brasil porque no nos gusta que estén procesando al expresidente por intentar anular una elección. Todas estas acciones evocan ecos de cosas que Estados Unidos ha hecho en el pasado y harán que los países latinoamericanos busquen vínculos más estrechos con países como China, como alternativa a depender exclusivamente o de manera muy intensa de Washington. Esa evolución no parece estar en el interés de Estados Unidos, y por eso deberíamos actuar de manera mucho más diplomática con todos nuestros vecinos en este hemisferio.
—El presidente argentino, Javier Milei, no solo tiene una gran admiración por Donald Trump, incluso lo ha llamado “mi presidente”, sino que también ha alineado a la Argentina en todas las decisiones que ha tomado Trump, como por ejemplo la retirada de la Argentina de la OMS, ¿cree que es relevante para Estados Unidos el alineamiento de Argentina con su política exterior?
—Argentina no es una gran potencia mundial, por lo que no tiene efectos dramáticos, pero me parece que sí refuerza algo de la legitimidad de lo que Trump está haciendo al poder señalar a otros líderes mundiales y decir: no soy rechazado en todas partes. Tengo mis amigos, tengo mis seguidores en Argentina, en Hungría y en algunos otros lugares también. Así que, en ese sentido, sí, es un activo para la administración Trump poder señalar al presidente Milei y decir: aquí hay alguien que cree que estoy haciendo lo correcto.
—Tanto en su primera presidencia como en la actual, Trump ha tenido enfrentamientos con universidades y académicos críticos. ¿Qué diferencias observa entre ambos mandatos en la relación de su administración con el mundo académico? ¿A qué atribuye el ataque directo a las universidades y por qué cree que son estos ámbitos una amenaza para Trump?
—En el primer mandato, él estaba muy poco preparado para la presidencia. Realmente no sabía cómo conducir la política, no comprendía bien cómo funcionaba el gobierno. Y, como dije antes, muchas de las personas en su administración eran figuras más bien tradicionales, no radicales. El segundo mandato es completamente diferente. Los “adultos” se han ido, y es una presidencia muy radical. Diría que es la presidencia más radical en la historia de Estados Unidos. Siguen lo que yo llamaría el manual estándar de un autócrata. Si estás tratando de mantener a tu partido en el poder, mantenerte a ti mismo en el poder, establecer esencialmente una autocracia que ya no es una democracia real, tienes que ir tras todas las fuentes independientes de poder que existan. Y las universidades son un lugar importante donde las personas pueden pensar por sí mismas, escribir y decir lo que piensan. Así que, al igual que otros autócratas como Viktor Orban en Hungría o Recep Erdogan en Turquía, la administración Trump va tras las universidades, también va tras estudios jurídicos, presionando a algunas corporaciones de diversas maneras. No quiere que nadie pueda criticar al gobierno o lo que está haciendo sin pagar un precio muy alto, porque quiere que todos tengan miedo y que todos guarden silencio. Este es el objetivo final aquí. Y eso no era algo que estuviera intentando hacer en el primer mandato, tal vez porque Trump no sabía cómo, tal vez porque no tenía partidarios. Pero esto representa un grave peligro ahora, porque una vez que puedes controlar todas las fuentes de pensamiento independiente, ya no eres realmente una democracia.
—¿Cuál es el impacto de las políticas migratorias de Trump en la sociedad estadounidense y en la imagen internacional de Estados Unidos?
—No hay duda de que esto tiene un impacto negativo en la imagen de los estadounidenses. La crueldad, en sí misma, no es una característica especialmente atractiva. Y cuando la gente en todo el mundo ve lo que está sucediendo con las deportaciones de personas sin otorgarles un debido proceso, sin justificar la deportación en un tribunal, separando familias, incluidas familias con niños pequeños, todo eso se ve terrible desde la perspectiva del resto del mundo. Se verá que menos personas querrán emigrar a Estados Unidos. Menos estudiantes extranjeros querrán venir a las universidades estadounidenses, porque estarán preocupados por la actitud que enfrentarán al llegar. Todo esto, me parece, hace que Estados Unidos parezca un país mucho menos atractivo y acogedor, y eso no es conveniente para el interés del país a largo plazo.
“Los chinos probablemente estén encantados de tratar con alguien como Donald Trump.”
—Se han reportado arrestos y detenciones por parte del ICE considerados arbitrarios o excesivos. ¿Cómo analiza usted estas prácticas dentro del marco de la legalidad y los derechos humanos?
—Está claro que parte de lo que se está haciendo no es legal. No se están siguiendo las leyes establecidas en diversos aspectos. También es una violación de lo que tradicionalmente consideramos derechos humanos básicos, que nadie debe ser privado de su libertad sin un debido proceso. Y el hecho de que haya visto algunos videos de personas siendo arrestadas en la calle y golpeadas nuevamente constituye una violación de los derechos básicos, algo que los funcionarios del gobierno de EE.UU. no deberían hacer. Creo que Estados Unidos necesita, como todos los países, poder controlar quién entra al país. Por lo tanto, no me opondría a distintos tipos de reformas migratorias. Pero lo que estamos haciendo ahora es, nuevamente, terriblemente contraproducente. Y debo agregar que esto tendrá consecuencias económicas para Estados Unidos, porque perderemos personas que actualmente están empleadas de manera productiva en la economía estadounidense. Habrá escasez de mano de obra, y esto nos perjudicará a largo plazo.
—¿Qué relación encuentra entre las redes sociales y el surgimiento de la extrema derecha en Estados Unidos y en otros países del mundo?
—Han contribuido, aunque no sé cuán significativo sea, y si muchos de estos movimientos hubieran surgido incluso sin redes sociales u otros medios similares, probablemente los han multiplicado. Pero el hecho de que veamos estos movimientos aparecer en muchos lugares distintos sugiere que hay más que solo el hecho de que la gente tenga Twitter u otras cuentas en redes sociales. Existen fuerzas subyacentes en juego, muchas de ellas económicas, relacionadas con la desigualdad económica, el impacto de la crisis financiera en los trabajadores, etc. Todo eso ha contribuido a este fenómeno. En cierto sentido, las redes sociales solo han acelerado la tendencia, pero no la han causado por sí solas.
—Si los nuevos medios aceleran la tendencia, mi pregunta es, al mismo tiempo, ¿pueden acelerar el final de esta tendencia?
—Es posible. Una de las cosas que estamos viendo ahora es que los opositores de Donald Trump, o los críticos políticos, se están volviendo muy hábiles en el uso de las redes sociales. El candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York, Zoran Mamdani, ha sido muy efectivo, mucho más que sus rivales, utilizando TikTok y otros videos para construir apoyo a su campaña. El gobernador de California, Gavin Newsom, ha estado usando redes sociales y tuits para, esencialmente, provocar al presidente Trump de diversas maneras, y eso ha demostrado ser efectivo. Por lo tanto, lo que podríamos ver es una nueva generación de políticos usando estas mismas herramientas para intentar ganar apoyo, y espero que tengan éxito.
—¿Cuál cree que debe ser el papel de los medios tradicionales en esta crisis de la democracia?
—Los medios tradicionales han sido lentos en reconocer la gravedad de la crisis. Intentaron ser demasiado deferentes, jugar a ambos lados, dar a todos una audiencia justa, repetir cosas que sabían que no eran ciertas solo porque alguien las había dicho, y sintieron que eso era ser imparcial. Por lo tanto, los medios tradicionales han jugado un papel algo pasivo en fomentar o permitir que esto ocurra. Los medios tradicionales son importantes porque son instituciones que tienen reputación real y prácticas de verificación y comprobación de hechos. Tienden a ser más confiables como fuente de registro a largo plazo. Por eso considero muy importante que continúen cubriendo activamente estos eventos y realizando el tipo de investigaciones profundas que realmente no son posibles en los medios digitales y ciertamente no en plataformas como X o Blue Sky. Por lo tanto, no creo que los medios tradicionales sean irrelevantes, y espero que continúen haciendo su trabajo.
Producción: Sol Bacigalupo.