"Ella." No hace falta nombrarla. Silvia Luna lo sabe. Y está claro. Se refiere a Carola Bruzzone, la mujer a la que mató de un mazazo. La misma que planeó arruinar su casamiento con la proyección de un video en el que se la ve teniendo sexo con un hombre que no era su prometido. Dice que no le guarda rencor, que la perdonó. Que habla con ella, como si estuviera viva. Y, en todo caso, admitiendo que ya no existe, se consuela: "Ella es un ángel que me protege".
Luna recibió a PERFIL en la cárcel de Florencio Varela, donde está alojada hace tres años. Es la primera entrevista que acepta con un medio. "Quiero que conozcan mi parte", dice a un año de la condena. El 17 de abril de 2010 atacó a Bruzzone en el restaurante Matute de General Las Heras, donde ambas trabajaban. Nueve días más tarde, la mesera murió y Luna debió enterrar sus sueños de novia. "Ahora todos me dicen la loca del martillo, no tengo amigas y no quiero saber nada con hombres", confiesa pese a tener una nutrida lista de pretendientes. "Sé que les doy morbo", se resigna.
—¿Cómo quedó la relación con Juan, tu prometido?
—Vino a visitarme a la unidad dos meses después de mi detención. Lloramos y nos abrazamos. Me dijo: “Pasó lo que pasó, pero yo a vos te amo. No te guardo rencor y siempre fuiste lo mejor. Los anillos los tengo guardaditos y los voy a seguir teniendo guardaditos”.
—¿Volvió?
—No vino nunca más. Lo volví a ver en el juicio.
—¿Lo seguís amando?
—Ya no. Pasaron muchas cosas y mucho tiempo. Más de una vez necesité un abrazo o un llamado y no los tuve. Estoy en las malas y la persona que yo creí que amaba no está conmigo. Por algo se dieron las cosas. Quizás no era para mí.
—¿Cuando le pegaste a Carola tu intención era defender tu relación?
—Fue un momento de nervios. Me la quería sacar de encima porque ella era más corpulenta. Miraba para atrás y veía mi vida desbordada por culpa... En esa discusión ella me confiesa: “Sí, fui yo”. Difundió el video. No podía creer que mi amiga, la que me estaba preparando la despedida de soltera, la que me acompañó a elegir el mejor vestido, me había hecho eso.
—¿Por qué pensás que lo hizo?
—Todavía me sigo preguntando por qué. Creo que al principio todo empezó como un juego y se le fue de las manos. ¿Con qué intención tuvo que tener guardado tanto tiempo ese video? Usarlo en ese momento... En un momento en que todo tenía que ser color de rosa. En ese proyector de mi casamiento se tenían que pasar imágenes de cuando nos conocimos... Pero no, ella tenía pensado pasar el video. Cuando yo le pregunto por qué iba a hacer eso ella me dice: porque te envidio y te odio. Fueron las últimas palabras que me dijo.
—Cuando murió ¿te sentiste culpable?
—Ay, sí. A veces hasta la extraño mucho, la necesito. Siento que éramos tan amigas... Cuando falleció no lo podía creer. Parecía que estaba viviendo una pesadilla, quería que alguien me pellizcara y me despertara. Cada vez que puedo, le hago llevar una flor al cementerio.
—¿Qué reacción tuviste cuando supiste que el video había sido difundido por internet?
—Me sentí vulnerada. Me sentía sucia por dentro. Es algo íntimo, privado.
—¿Cómo era Carola?
—Ella tenía problemas con bastantes personas, era una mujer conflictiva. Todo el mundo la tenía aparte. Yo no. Le tenía cariño porque todos la despreciaban.
—¿Qué extrañás de ella?
—Las charlas, esas salidas. Si estuviera viva y si yo hubiera caído por otro motivo yo creo que ella estaría conmigo. No hay una noche que no derrame una lágrima. Soy consciente de que hay una persona que por mi culpa ya no vive. Me arrepiento de corazón.
—¿Hablás con ella? ¿Qué le decís?
—Lo hago por medio de Dios. Le digo que la extraño. Le pido que me cuide, que me proteja. La tomo como un angelito. Yo siento que ella me perdonó como yo también la perdoné a ella. Sueño con ella, cosas lindas que hemos vivido.
—¿Por qué la golpeaste con una maza?
—Agarré lo primero que se me cruzó. Si tengo intención de matarla en una cocina de un restaurante agarro una cuchilla o una ganchera y no un martillito que golpeabas la milanesa y salía rodando.
—¿Pensás volver a Las Heras?
—No. Me trae muchos recuerdos que no quiero que vuelvan. Sería martirizarme a mí misma. Me iría a otra punta del mundo, a un lugar donde no me conozca nadie y empezar de cero porque siento que creo en el amor y que me voy a dar lugar a enamorarme.
—¿Querés enamorarte?
—Cuando salga quiero darme la oportunidad. No soy una mujer que sirva para estar sola. Necesito tener un compañero.
—¿Te casarías?
—Tengo un problema con eso. Cada vez que veo un vestido de novia se me cae una lágrima, retrocedo a 2010.Cuesta olvidar.
—¿Creés que es justa la condena que te dieron?
—No está bueno que no viva más por mi culpa. Pero en parte pienso... no sé si fue mi culpa. ¿Y si fueron mal esas dos operaciones que tuvo?
—¿En el penal te reconocen?
—Sí, siempre hay un apodo, “la loquita del martillo”. A los hombres les llama la atención.
—¿Cómo te afectó la exposición mediática?
—Me marginó mucho. Siento como que dicen: “Ahí va Silvia Luna”. Y al hombre le genero fantasía. Me llegan cartas de otros internos, pero no contesto. No me interesa. Siento que mi vida está afuera, que bajar a una visita intercarcelaria por necesidad fisiológica no va conmigo.
—¿Por qué no querés revelar quién es el hombre del video?
—Porque es un hombre casado. ¿Para qué romper una familia? Ya me destrozaron a mí la vida y se rieron de mí. Jamás lo daría a conocer.
—¿Quién es Silvia Luna?
—No soy ninguna loquita del martillo. Soy una mujer solidaria, instruida, trato siempre de superarme, me valoro como mujer, me hago respetar, no dejo que nadie pase por encima mío. Tengo carácter para estar dentro de la cárcel y vivir todos los días, pero no es fácil. Tenía todo y no tengo nada. Cuando salga no tengo nadie que me espere en el altar. Todos los días me arrepiento.