A simple vista, si fuera cierto que el clivaje izquierda/derecha o progresismo/conservadurismo significara algo para el Gobierno, uno podría pensar que, por el tipo de humor que realizan, el kirchnerismo debería incluir a Alfredo Casero mientras que Coco Sily tendría que pararse en la vereda de enfrente.
Crítico, creativo, un maestro del absurdo, Casero hizo historia con ChaChaCha, aquel programa de culto de los noventa en el que ridiculizaba tanto a los poderosos de turno como a las fobias, los prejuicios y las agachadas más frecuentes de los argentinos.
Sily, en cambio, practica otro tipo de humor, más convencional.
Y sin embargo no: Casero se ha convertido en el blanco preferido de los divulgadores de las bondades del “modelo”, de la Presidenta y de sus aliados por sus críticas al episodio protagonizado por el candidato e ícono oficialista Juan Cabandié frente a una agente de tránsito.
Incluso, en “6, 7, 8” llegaron a decirle que sus cualidades artísticas no bastaban para que estuviera en condiciones de dar “una opinión pública” contra Cabandié, y lo compararon con quienes en Alemania niegan el holocausto nazi.
Todo esto prueba tres cosas:
1) Al Gobierno no le preocupa que alguien sea de izquierda, de centro o de derecha, ni le interesa que haya hecho en el pasado reciente; lo que desea y exige es que se mantenga en su redil, siempre listo para apoyar a los propios y atacar a los ajenos.
2) En este sentido, el oficialismo promete escarnio a los críticos, sean de izquierda, de centro o de derecha. Los objetivos son castigar a los díscolos y atemorizar al resto.
3) Casero solicitó a “6, 7, 8” el derecho a réplica. Pero eso es para quienes creen en esa práctica democrática y republicana. No para el modelo de periodismo que el oficialismo practica (que puede extenderse a diarios como Página 12 y revistas como Veintitres, que tampoco dan derecho a réplica).
Casero sigue siendo un maestro en el arte de desnudar a los poderosos.
(*) Editor ejecutivo de Fortuna y autor del libro ¡Viva la sangre!