Deben ser los aires de Puerto Madero, donde dicen que ahora tiene un departamento. En los arrabales de Quilmes, donde comenzó su carrera política, de la mano del duhaldismo puro y duro, seguramente no comprendan al nuevo Aníbal Fernández, el ministro del Interior que eligió criticar a los porteños que, masivamente, votaron por Mauricio Macri en la primera vuelta del domingo.
Es un clásico de las minorías políticas, en especial de la izquierda: se consideran los campeones morales del voto y, cuando pierden, apelan a la falsa conciencia de las masas, que no alcanzan a comprender cuáles son sus verdaderos intereses y quienes los representa, y por eso a la hora de la verdad se equivocan y meten el sobre equivocado en la urna.
Esta supremacía moral ha sido siempre rechazada por el peronismo, que nunca se pensó como una fuerza política testimonial. No: si de algo están seguros los peronistas, es que tienen que lograr y mantener el poder, y eso, en una democracia, se logra teniendo más votos que los otros.
Por eso, cuando los peronistas pierden, lo primero que hacen, solían hacer, es cambiar de candidato, en un ejercicio de frío pragmatismo no siempre comprendido. Nunca se le ocurriría a un político que depende del voto popular criticar al electorado sólo porque, en una oportunidad, no lo votaron.
El tema es que Fernández siente que ya no depende del voto popular. Hace muchos años que está en el gabinete (comenzó con Duhalde, a quien ahora tanto critica) y, si bien será candidato a senador por la provincia de Buenos Aires, sabe que no será su atractivo electoral el que lo depositará en la Cámara Alta sino los votos que traccionen otros políticos, nada testimoniales, como Cristina Kirchner y Daniel Scioli.
(*) Periodista. Autor de "Operación Primicia".
Especial para Perfil.com.