—En el funeral de la madre de Borges, que murió a los 99 años, una de las asistentes le dijo al escritor: “Qué lástima que no llegó a poder festejar los cien años”. A lo que Borges respondió: “No sobrevalore, señora, el prestigio del sistema métrico decimal”. ¿Gozó usted este año del prestigio del sistema métrico decimal porque, para homenajearlo por sus 80 años, las academias de letras de más de veintes países reeditaron su primera gran novela, “La región más transparente”, que se había publicado por primera vez hace cincuenta años? Otro onomástico con decenas redondas.
—Sí. Yo insistí mucho en la celebración que se realizó en México en que yo no fuese objeto de, quizás, un acto público –que fue un almuerzo en el Castillo de Chapultepec presidido por Calderón, hablaron Felipe González, Ricardo Lagos, Nadine Gordimer…–, y prohibí especialmente que se hablara de mí, sino sobre los temas que habíamos escogido: literatura, política, artes, música, cine, etc. Y así fue. Vinieron gentes de muchas ramas del arte, de la cultura y de la política, y hablaron de los temas y no me mencionaron a mí, porque si no hubiera sido realmente ridículo. Se puso al día para México el estado de la cultura actual en el mundo. Es lo que se logró, y se hizo actual la presencia de muchos escritores jóvenes de América latina que no eran conocidos en México. Yo fui sólo un pretexto, mi número redondo se convirtió en muchos números dispares.
—“La región más transparente” tiene como protagonista a la ciudad de México de hace cincuenta años, y su última novela, “La voluntad y la fortuna”, a la ciudad de México actual, que es totalmente diferente, ya que pasó de 4 millones de habitantes a ésta de hoy de más de 20 millones. ¿Al venir a Buenos Aires, siente, como decía Borges cuando él iba a Montevideo, que viaja en el tiempo porque todo cambia menos?
—Sí, pero es un tiempo vivo. Yo llegué a Buenos Aires de Chile a los 14 años, cumplí 15 años aquí, y le decía a mi padre: “Pero ¿dónde estamos, qué es esta ciudad? No se parece a nada de la América latina que he visto, no se parece a los Estados Unidos”. Aún no conocía Europa, no sabía que sí se parecía a París, a Barcelona, un poco. Pero la ciudad tenía una personalidad ya muy definida; claro, es que la Argentina había tenido el gran auge económico mucho antes que nosotros. La Enciclopedia Británica del año 1910 hace un pronóstico: los dos grandes países del continente americano dentro de cien años van a ser los Estados Unidos y la Argentina. Profecía fallada completamente. Pero en ese momento, la Argentina todavía vivía una especie de auge de autoestimación sumamente grande, de cierto desprecio hacia el resto de América latina. Los mexicanos éramos matones. Los brasileños eran “macacos”. Este era un lugar privilegiado. Lo que hemos visto es la latinoamericanización de Buenos Aires, y de la Argentina sobre todo, a lo largo de estos últimos 50 años de los que usted habla.
—¿La voluntad es más importante que la inteligencia, como sostenía Nietzsche?
—Yo creo que no hay inteligencia sin voluntad. Si no se ejerce la inteligencia al mismo tiempo que la voluntad, simplemente, ¿qué objeto tiene la inteligencia? Hay una gran novela de Balzac sobre un hombre que tiene una inteligencia tan poderosa que llega un momento en que no puede expresarla, tiene que encerrarse en un cuarto y vivir en la sombra. Es una prefiguración de Nietzsche, en cierto modo; es decir que no tiene objeto ya esa inteligencia, no tiene una voluntad que la afirme, simplemente, para el quehacer diario. Yo voy a pedir un jugo de pomelo, como dicen ustedes, de toronja, y estoy ejerciendo una voluntad. La desaparición total de la voluntad en aras del crecimiento de la inteligencia es una bella contradicción que necesita un Balzac. Para tratarla en la vida cotidiana, necesitamos las dos juntas.
—¿La fortuna que se repite coincide con la virtud, como sostenían los griegos?
—No. Yo lo tomo de Maquiavelo (NdR: el título de su libro La voluntad y la fortuna), y para él los tres temas son la voluntad, la necesidad y la fortuna, entonces yo escogí la voluntad y la fortuna porque poner necesidad en un título me parecía malo. Maquiavelo atribuye la fortuna a la mujer y, en consecuencia, es inconstante, no se puede confiar en ella, os va a dar la espalda, y el buen príncipe no debe confiar en la fortuna, debe confiar en la necesidad y en la voluntad. Ese es el mensaje maquiavélico, que es una exclusión de la fortuna, y un novelista no debe vivir sin el elemento de la fortuna en sus libros, un elemento que no se puede materializar, sino que se convierte casi en el misterio del libro.
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