La Corte Suprema de Justicia decidió revocar una condena por daño moral a un diario y a sus editores, luego de la que justicia de La Pampa los responsabilizara por el contenido de una columna escrita y firmada por un periodista.
La nota en cuestión fue publicada por el diario La Arena de La Pampa, y hablaba de la donación "trucha" de un predio para la construcción de un edificio, donde iba a funcionar un nuevo centro de contención de menores en las afueras de la ciudad de Santa Rosa. Tras la publicación, Stella Marys García y la Fundación Nuestros Pibes demandaron al autor del artículo, a la propietaria del diario y a los editores por afectación al honor y al prestigio institucional de la fundación.
Si bien el Superior Tribunal de la Pampa confirmó la sentencia que los condenó por el daño moral causado a las demandantes, la Corte Suprema de la Nación hizo lugar al pedido de los demandados, y revocó la condena del medio y sus editores.
En sus argumentos, los jueces Carlos Rosenkrantz y Elena Highton de Nolasco detallaron que resultaba aplicable al caso la doctrina del precedente “Campillay”, que establece que en determinadas condiciones, la reproducción de los dichos de otro no trae aparejada responsabilidad civil ni penal para quien los difunde, mientras que se haya atribuido el contenido de la información a la fuente pertinente, y se haya efectuado, además, una transcripción sustancialmente fiel a lo manifestado por dicha fuente. Juzgaron además que la fuente de la noticia había quedado plenamente identificada y que era contra ella que debían dirigirse los reclamos.
Ambos señalaron, además, que el hecho de que el periodista fuera un colaborador habitual del diario no autorizaba a concluir que el medio había compartido o había hecho suyas las opiniones o el contenido del artículo en cuestión. Los jueces expresaron que la aplicación de la doctrina “Campillay” está destinada a establecer un ámbito generoso para el ejercicio de la libertad de expresión, y que su fundamento principal radica en que, “en temas de relevancia pública, parece prioritario que todas las voces sean escuchadas, para que se acreciente y se robustezca el debate propio de un sistema democrático”. Y agregaron que “si el informador pudiera ser responsabilizado por el mero hecho de la reproducción del decir ajeno es claro que se convertiría en un temeroso filtrador y sopesador de la información, más que su canal desinhibido. Ello restringiría la información recibida por la gente y, al mismo tiempo, emplazaría al que informa en un impropio papel de censor”.
Los jueces Maqueda y Lorenzetti consideraron que la nota no tenía carácter difamatorio por reflejar lo que en los hechos había ocurrido
Cuando se individualiza la fuente, dijeron, quien difunde la noticia no se hace cargo de su veracidad, no la hace propia, ni le agrega fuerza de convicción. De lo contrario, eso implicaría que la prensa debiese constatar la verdad de las manifestaciones de terceros que publica, lo que implicaría la violación al mencionado derecho de libertad de expresión, garantizado en los artículos 14 y 32 de la Constitución Nacional.
Respecto del uso de la palabra “trucha” en uno de los títulos, dijeron que no implicaba que el medio hubiese hecho suyo el contenido de la referida nota, y afirmaron que el recurso periodístico del titulado solo apuntaba a traslucir el contenido de las publicaciones, y no daba base alguna para considerarlo como un producto intelectual autónomo o para atribuir a los dueños de los diarios (o sus editores) una suerte de coautoría del texto publicado. Agregaron que, eventualmente, podría atribuirse responsabilidad en el caso de que se presentara una total discordancia entre el título y el contenido de la nota, supuesto que aquí no se advertía.
En tanto, los jueces Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti, consideraron en su voto que en primer lugar en la causa había quedado acreditado que la publicación cuestionada había sido escrita y firmada por un periodista que, aun cuando no tenía una relación de dependencia formal con el diario, era su columnista habitual en materia económica. En ese contexto, entendieron que resultaban razonables los argumentos del superior tribunal respecto de que no podía considerarse a dicho periodista firmante como la “fuente identificable” de la información, que eximiese de responsabilidad al diario.
Explicaron que no se trata de un tercero ajeno al medio gráfico, sino de un periodista que colabora asiduamente con el periódico y, para el público lector, plenamente identificado con él. “Considerarlo la 'fuente identificable' que requiere la doctrina “Campillay” resulta un argumento de riesgo, dado que tendría como posible efecto el incentivo de la autocensura, actitud que justamente se pretende evitar cuando de libertad de prensa y expresión se trata”, consideraron.
Rosatti concluyó en la imposibilidad de responsabilizar al medio de prensa y a sus editores por el contenido de la nota
Por otro lado, sobre si había responsabilidad derivada de la publicación del artículo periodístico, consideraron que la nota no tenía carácter difamatorio por reflejar lo que en los hechos había ocurrido. Por esa razón, consideraron que no correspondía examinar el caso con las doctrinas “Campillay” y de la "real malicia". Entendieron también que tampoco existía responsabilidad derivada de las opiniones y juicios de valor efectuados en la nota acerca de un tema de indudable interés público, como es la vinculación económica entre una fundación y el gobierno provincial, ya que no se advertían insultos o locuciones que no tuvieran relación con el sentido crítico del discurso.
Por su parte, el juez Horacio Rosatti juzgó aplicable al caso la referida doctrina “Campillay”. El magistrado añadió que la “frecuencia/asiduidad” de la participación de un columnista en un determinado medio no puede erigirse en un elemento que determine la identificación de ambos y que autorice la extensión de la responsabilidad por los daños derivados de la publicación.
“La columna, en tanto género periodístico, analiza, interpreta y orienta al público sobre un determinado suceso con una asiduidad, extensión y ubicación concretas en un medio determinado; constituye un comentario analítico y valorativo con una finalidad similar a la del editorial: crear opinión a partir de la propia. No puede considerarse que la frecuencia con que el columnista participa en el medio de prensa (semanal, quincenal, mensual, etc.) configure, sin más, un elemento que inexorablemente conlleve a afirmar la existencia de vinculación ideológica entre éste y el periódico, y en consecuencia a extender a este último la responsabilidad que pudiere derivarse de la publicación elaborada por aquel”, expresó Rosatti.
En ese sentido, argumentó que el columnista, al ser “el que habla”, genera con los lectores un ‘pacto de lectura’ que, en ocasiones, va más allá de la relación que pueda entablarse con el medio de prensa que constituye el soporte de la nota y podría perdurar a pesar de éste, aunque el columnista cambie de medio. Por último, el juez concluyó en la imposibilidad de responsabilizar al medio de prensa y a sus editores por el contenido de la nota, y sostuvo que los términos utilizados en el título no implicaban una suerte de coautoría del texto publicado.
A.G./ C. P.