La empresa tele-kirchnerista La Corte la siguió por París con sus cámaras como si fuera una estrella de cine.
Los fotógrafos oficiales fueron tras ella con una orden precisa: retratarla como si estuviera ejerciendo la jefatura del Ejecutivo Nacional.
Cómo habrá estado de bien organizado todo que hasta Don Julio (Grondona, el eterno mandamás de la AFA, claro, cuál otro iba a ser) dejó las rivalidades de lado una vez más para “maradonizarla” entregándole la 10 de la Selección ante la mirada curiosa de todo el plantel del Coco Basile. Tan impresionada quedó Cristina Fernández de Kirchner con el gesto, que volvió a fotografiarse con la casaca albiceleste que lleva impreso su nombre junto al grupo de intelectuales franceses que logró reunirle el embajador Eric Calcagno en la sede diplomática.
Cumplido el impacto visual, sólo faltaba hallar el vehículo para su mensaje verbal al país. Porque en la nueva Argentina la palabra ha recobrado sentido. Y Cristina lo encontró en la revista Debate, un semanario de mínima circulación fundado por el actual cónsul en Nueva York, Héctor Timerman (hijo del mítico Jacobo y vehemente cristinista), y auspiciado sólo en esta última edición por la Secretaría de Turismo de la Nación, la Secretaría de Cultura de la Nación y la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico de la Nación, es decir, por la Presidencia completa.
Podría inferirse que la virtual estatización de Debate fue el motivo central de la decisión de “hablar directamente con el pueblo” (Pepe Albistur dixit) a través de ese medio. Pero habría que agregar otra razón, acaso subsidiaria: en la “entrevista exclusiva” de cinco páginas el autor formuló sólo dos preguntas, la primera y la última, las cuales sirvieron de complaciente paréntesis a un largo monólogo de la senadora interrumpido o hilado por una decena de no-preguntas o comentarios o pies o mohínes caballerescos, como prefiera llamárselos. Así, casi como la bella reina inventada por Jacob y Wilhelm Grimm para tutelar a Blancanieves, nuestra Primera Dama se enfrentó a su propio espejo, espejito... Veamos:
- 1ª pregunta: “¿Cómo le ha ido, senadora?”.
- 1ª no-pregunta: “Esta Convención, que en parte se debe a la gestión argentina, es sólo un comienzo. Tiene que ser ratificada, se necesita la voluntad política de los países...”.
- 2ª no-pregunta: “No solamente que ratifiquen la Convención, sino que cumplan realmente con sus preceptos”.
- 3ª no-pregunta: “Y grupos argentinos de familiares han estado solicitando esto desde hace mucho tiempo...”.
- 4ª no-pregunta: “Ahora se formará un comité encargado de los casos puntuales... ¿Tendrá dientes ese comité?”.
- 5ª no-pregunta: “Un argentino ilustre, Julio Cortázar, vivió muchos años en esta ciudad, la amó mucho y también defendió la causa de los derechos humanos...”.
- 6ª no-pregunta: “El tema cultural ha sido una constante en su visita...”.
- 7ª no-pregunta: “El piloto y escritor, autor de El Principito...”.
- 8ª no-pregunta: “Señora, noto su insistencia en la transformación de la cultura política...”.
- 9ª no-pregunta: “Me llamó la atención esa idea, que no hay cambio político sin cambio cultural...”.
- 10ª no-pregunta: “No es solamente escribir libros...”.
- 2ª pregunta: “¿Cree que la mujer ya tiene el espacio político que merece?”.
La entrevista había comenzado con una advertencia de la esposa del Presidente: “Sólo hablaremos de la Convención”. Y ella habló largamente y sin interferencias sobre las bondades, las valentías y las glorias de la gestión K.
El estilo de la no-pregunta fue desarrollado al extremo en la tele por Tití Fernández, un personaje ya imprescindible en los partidos principales de Fútbol de Primera. Sus entrevistas a gente transpirada y casi sin aliento suelen darse de apuro al borde del vestuario, apenas terminado el encuentro. “¡Qué partido impresionante...!”. “¡Esto es una verdadera fiesta...!” “¿Con qué le pegaste? ¡Fue un golazo...!” Son frases dignas de Tití, una especie de maestro de ceremonias antes de que caiga el telón de un espectáculo en el cual, a esa hora, nadie entiende ni busca razones y prefiere prolongar la pasión del triunfo o irse rápido para olvidar la derrota.
Pero la “entrevista exclusiva” a Cristina no la hizo el inefable Tití Fernández, quien no trabaja en Debate ni es especialista en política. La hizo un veterano periodista radicado en Europa, Raúl Fain Binda, cuyas columnas pueden leerse con frecuencia en BBC.com.
Primer dato curioso: Fain Binda suele hablar de deportes.
Segundo dato curioso: suele criticar la superficialidad de los periodistas deportivos.
Escribió Raúl Fain Binda el 13 de enero de 2002, en una nota titulada De preguntas estúpidas: “El temor al ridículo suele paralizar algunas ruedas de prensa. ¿Qué se le pregunta al famoso Premio Nobel de Física que llega al país de visita? El problema de los periodistas consiste en cómo comenzar. Allí está el recurso de apelar a la cortesía del sabio y preguntarle: ¿le gustó la Rosaleda? O a su sentido del humor: ¿es cierto que Dios no jugaría a los dados con el Universo? Según la situación y la buena o mala voluntad de la gente, cualquiera de estas dos preguntas podría parecer inteligente o estúpida. En el deporte no tenemos este problema, ya que si por una cuestión de principios nos repugnaran las preguntas obvias y miopes, deberíamos renunciar a las entrevistas con deportistas”. Y acotó luego: “Muchos periodistas inician sus entrevistas con preguntas complacientes que invitan a la confidencia trivial”.
Fue su caso ante Cristina, una mujer que ya puede colgarse un 10 de la espalda pero no es deportista, sino virtual futura presidenta. Un ícono de un gobierno que premia a los periodistas amigos con avisos y detesta las preguntas.