El reducido círculo de poder que rodea a Cristina Kirchner ya imagina a la Presidenta como jefa de la oposición después de 2015. La esperanza de este sector es regresar al gobierno en cuatro años. Incluso a costa de la derrota de quienes quieren representar al oficialismo. Por eso, ven con buenos ojos una victoria de Mauricio Macri, el único presidenciable –con chances– no peronista. Un triunfo del gobernador Daniel Scioli o del diputado Sergio Massa le arrebataría la posibilidad a CFK de ejercer su liderazgo desde la “resistencia”, porque un presidente peronista siempre se queda con la conducción. No es una fuerza que admita liderazgos bicéfalos.
Ante la imposibilidad de mantenerse en el poder, la idea de resistir desde la oposición del próximo gobierno entusiasma a Máximo Kirchner, que tuvo su bautismo político hace una semana durante un acto en Argentinos Juniors. Máximo, se sabe, es ahora el operador visible de Cristina. “Ningún candidato mueve el amperímetro”, disparó desde el atril. Aunque algunos pensaban que se refería a la oposición, el hijo presidencial hacía alusión también a que ni uno de los candidatos del oficialismo es del “riñón”. En su visión, Cristina está por encima de todos ellos. “Mi jefa política va a seguir siendo Cristina”, dijo en una entrevista con PERFIL hace unos meses la jefa del bloque K de Diputados, Juliana Di Tullio. Lo mismo aseguró el ministro de Defensa, Agustín Rossi. La tradición de los treinta años de democracia acompañan la teoría: Raúl Alfonsín apostó por Carlos Menem en detrimento de Eduardo Angeloz y se convirtió en el jefe de la oposición sin cargo. Menem apostó por la derrota de Eduardo Duhalde en 1999. Y a su vez, Duhalde por la de Menem en 2003.
Máximo Kirchner fue el primero en poner en palabras la opción de la derrota. La estrategia queda a la vista también en la colaboración que, con mayor o menor disimulo, practica el gobierno nacional con relación al jefe de Gobierno porteño. La última vez que hablaron fue para acordar que la Policía Federal no se retirara de algunos barrios de la Capital Federal. Pero hay numerosos pactos subterráneos entre el líder del PRO y el kirchnerismo. “Ella le va a pegar en la medida que le suba el precio”, aventuró el vocero de un ministro en diálogo con PERFIL. Un diputado kirchnerista aportó otro dato: la elección, para Cristina, no se dirime en octubre sino en junio, cuando se hace el cierre de las listas legislativas.
Intentará, como lo hará La Cámpora, meter la mayor cantidad de diputados y senadores ultrakirchneristas para refugiarse en el Congreso como factor de poder. “No descarten que, igual, terminen colocando el vicepresidente a Scioli o Florencio Randazzo”, opinó una fuente gubernamental. Eso no implica ni que Cristina ni que La Cámpora vayan a bendecir a uno de los presidenciables oficialistas antes de octubre. Máximo Kirchner apostó en el acto de Argentinos Juniors a que, ante una eventual derrota, haya que recuperar la calle reconstruyendo la fuerza política. Para eso se recostó en La Cámpora, que se blanqueó como una rama dentro del peronismo y que, por sobre todas las cosas, blanqueó a su líder.
Pero la idea no entusiasma a nadie más allá del ultrakirchnerismo, e incluso dentro de La Cámpora hay reacciones dispares. Saben que buena parte del Gobierno y del peronismo apuesta a ganar en 2015. Eduardo de Pedro y José Ottavis tejieron puentes de negociación con Scioli. El discurso de Máximo en Argentinos Juniors, aunque sólido, espantó a la estructura tradicional del PJ, que no quiere saber nada con la derrota. “Los gobernadores y los intendentes actúan de manera corporativa. Si ven que la estrategia es la derrota se van a fugar hacia el ganador”, confió un funcionario a PERFIL.
Esta idea de la derrota es la que incomodó a los gobernadores Scioli, José Luis Gioja, y Gildo Insfrán, cuando se reunieron en La Plata hace dos semanas. El problema es que Scioli precisa de los votos kirchneristas para poder llegar a la presidencia, al igual que Randazzo. Ninguno de los dos puede romper con el oficialismo. En el caso de Randazzo, tampoco lo pretende. Pero comienzan a convencerse de que deberán hacerlo sin bendición presidencial.