POLITICA
LA CONVICCIÓN POR ENCIMA DE LA EXPERIENCIA DE GESTIÓN O LA MILITANCIA PARTIDARIA

Cruzada moral, una nueva forma de hacer política en tiempos de batalla cultural

El presidente Javier Milei y pastor evangélico Dante Gebel tienen algo en común: ambos diagnosticaron que el problema de la Argentina no es primero económico o institucional, sino moral. “Es inmoral que el que se esfuerza no pueda progresar”, dicen los nuevos emprendedores morales. Aparecen como fuerza política dominante, a partir de las cruzadas para definir entre todos qué está “bien” y qué está “mal”. Los partidos tradicionales, atrapados en un lenguaje de proyectos colectivos que ya no le hablan a esta subjetividad fragmentada, no tienen cómo meterse en esa intimidad moral masiva.

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Javier Milei y Dante Gebel. Hablan desde una certeza moral que suena infinitamente más creíble que cualquier promesa programática. | cedoc

En la Argentina de hoy, el debate político ya no se juega en los términos de siempre. No es sobre planes económicos, modelos de Estado o alianzas internacionales. El terreno se movió bajo nuestros pies, y ahora la batalla es por algo más profundo y más personal: la definición moral de la realidad. Dos figuras aparentemente lejanas, el pastor mediático Dante Gebel y el presidente Javier Milei, entendieron esto mejor que nadie. Son los arquitectos visibles de un fenómeno que está redefiniendo la esfera pública: el auge del emprendedor moral como fuerza política dominante.

Este concepto, tomado del sociólogo Howard Becker, describe a aquellos que lanzan cruzadas para definir entre todos qué está “bien” y qué está “mal”. Su capital no es la experiencia de gestión, el aparato partidario o el conocimiento técnico. Es, ante todo, la convicción. Y en una Argentina donde las instituciones crujen y la democracia muestra fatiga, esa certeza moral suena infinitamente más creíble que cualquier promesa programática.

La gran paradoja de nuestro tiempo es que vivimos en una época que parece no tener reglas, donde todo vale y nada es sagrado. Sin embargo, la gente sí prioriza cuestiones morales, y de manera visceral. La indignación ante la corrupción, el resentimiento por los privilegios injustos, la búsqueda de sentido en medio del caos, el hartazgo con la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace: todo eso es material moral puro. El problema es que los partidos políticos tradicionales perdieron la capacidad –y sobre todo, la credibilidad– para traducir esos reclamos morales en un lenguaje político que les llegue a las personas.

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El peronismo, el radicalismo, las grandes coaliciones: todos se fueron desarmando, de a poco, por una erosión implacable de su contrato moral. Cada caso de corrupción, cada giro ideológico por conveniencia, cada muestra de que la rosca partidaria estaba por encima del interés común, fue una grieta más. Hablaban de justicia social, de república, de cambio, pero en los hechos contaban otra historia. Mientras discutían “peras y manzanas” macroeconómicas, la vida cotidiana de la gente se llenaba de micromoralidades urgentes: “Es injusto que el que no labura viva mejor que yo”, “Es corrupto que el político use mi plata para enriquecerse”, “Es inmoral que el que se esfuerza no pueda progresar”.

Ahí es donde aparecen los emprendedores morales. Ellos no hablan el lenguaje desprestigiado de los partidos. Dante Gebel, desde su ecosistema mediático integrado (TV, redes, prensa), traduce el malestar en coaching vital: propósito, familia, superación personal. Ofrece un camino moral individual en un mundo que se siente caótico. Su poder es blando, simbólico, y se ejerce desde una ambigüedad política calculada, cuidando su capital moral en un terreno no contaminado por la política partidaria.

Javier Milei, en cambio, ejecutó el manual con una eficacia arrasadora. No se quedó en señalar la falla moral; armó un vehículo partidario (La Libertad Avanza) para convertir la cruzada en poder del Estado. Su pelea es, primero que nada, cultural y moral. No vino a gestionar el sistema; vino a denunciarlo como intrínsecamente corrupto y a declararle la guerra. La “casta” no es un adversario político; es una desviación ética. Milei reduce la complejidad social a un relato de salvación y purificación, donde la política deja de ser negociación para volverse un juicio moral permanente.

Gebel y Milei son dos caras de la misma moneda, dos respuestas a la misma crisis de representación. Los dos diagnosticaron que el problema de la Argentina no es primero económico o institucional, sino moral. Donde los partidos ven grises y complejidad, ellos ofrecen certezas binarias. Traducen la angustia difusa en un cuento claro de bien y mal, y lo hacen saltándose todas las mediaciones que ya nadie cree.

Pero hay algo más profundo, de raíz filosófica. En la modernidad, la moral se volvió individual. Es una construcción de sentido personal, un límite que cada uno traza para sí. Gebel y Milei lo saben. No le hablan a un pueblo, a una clase o a una nación. Le hablan a un individuo moralmente angustiado. Le dicen “vos”, no “ustedes”. Transforman el malestar social en una crisis íntima de sentido, y la solución política en un camino de redención personal. Así, le sacan a la política su dimensión colectiva y la llenan de biografías morales que corren en paralelo, unidas solo por la fe en un líder que valida el viaje de cada uno. Los partidos tradicionales, atrapados en un lenguaje de proyectos colectivos que ya no le habla a esta subjetividad fragmentada, no tienen cómo meterse en esa intimidad moral masiva. Hablan de manzanas, mientras les exigen que curen sus peras.

El desafío enorme que esto deja –y acá la mirada es clave– ya no es solo entender a estos nuevos actores. El desafío existencial es para la política de siempre. Los partidos no pueden esperar a que pase el tsunami emocional o tratar de copiar el lenguaje de los cruzados. Tienen que encarar una reconstrucción casi imposible: volver a ganar credibilidad moral desde sus propias ruinas.

Esto implica, por lo menos, cuatro tareas titánicas:

Primero: una autocrítica radical y que se vea, que signifique romper de verdad con las prácticas que los desprestigiaron (la rosca, el clientelismo descarado, la impunidad). Tiene que ser un gesto simbólico potente, no un comunicado de prensa más. Segundo: reconectar sus ideales de origen con la moralidad del día a día de la gente. La “justicia social” o la “república” tienen que poder contarse como historias morales concretas que les contesten a las pequeñas indignaciones de la gente. Tercero: encontrar un lenguaje moral propio, que surja de sus tradiciones (la dignidad peronista, la ética cívica radical), limpiado del descrédito y creíble para una sociedad harta. Y por último: aceptar que el nuevo terreno de juego es narrativo y emocional. No va a ganar el que tenga el plan técnico más detallado, sino el que logre armar el relato moral más coherente y creíble sobre el pasado, el presente y el futuro del país.

La pregunta que define esta época no es quién gana la próxima elección. Es qué le queda a la política como espacio de lo plural y lo negociable cuando el juicio moral permanente amenaza con comérselo todo. Gebel, desde las pantallas, y Milei, desde el Estado, ya escribieron sus capítulos. La tarea de escribir el que sigue –el de una política que pueda recuperar un sentido moral sin caer en la cruzada fundamentalista– es el desafío monumental que tiene por delante una clase política que, por ahora, parece más observada y condenada que nunca.

* Consultor en comunicación estratégica, política y asuntos públicos. Docente universitario de grado y posgrado.