El Mar no da sorpresas. El Mar pasa factura. Algún ignoto dios atómico le encargó regular el ritmo del planeta y en eso está desde el primero de los Prólogos. Por algo es el único animal que permanece vivo desde la Creación. Aun así, no reparamos un segundo por día en él. Tampoco en el Sol y en la Luna. Menos ahora en que el Mar nos asombró con dos primicias a la vez: batir la manzana neoyorquina y sincerar la ciénaga bonaerense. No es por su causa. El agua caída no nació en el cielo sino en tierra. Y no del planeta como animal celeste y ubicadísimo que espacialmente es. Los enardecidos somos nosotros, no Gaia.
Por omisión, invalidez, por ignorancia, el recalentamiento global es cosa nuestra. Aunque más justiciero y técnico es decir "cosa nostra". Una invisible mega Cosa Nostra, que al igual que Santa Internet o San Google, se adueñan del futuro antes de que nos llegue. Esta selecta sociedad manipula a la especie y la aleja del protocolo básico del sistema solar. Regiones que desertiza, otras que derrite o envenena. Etnias que expulsa de su hábitat. Millones de seres que al igual que la niña famélica del reino de los Alperovich muere por crimenes económicos que ya deberían tener grado de lesa humanidad.
De neutralizarse esta pérfida Comisión Directiva de la Sociedad de Mundo, los ciclos naturales serían naturales. Y nosotros también. El proyecto de organizar un paraíso igualitario en la tierra viene del fondo de los tiempos. Primero sugerido por lo mágico y mítico y luego alentado por la razón. Hoy no rigen serpientes, trasvase de costilla, árboles sabios ni problemas de género. Hoy está más próximo que nunca un posible edén mundial en el que se acompasen los ciclos del aire, del agua, del animal, del árbol, del hombre. Es lo sabio que latió siempre con el nombre de Esperanza en los libros madres del mundo: los refraneros. Es el mandato que traicionamos cuando permutamos lo natural por el artificio. Con resultado letal a la vista. Tanto que (viendo como estamos) podría resultar que la muy celebrada independencia del pulgar oponible concluyera siendo el mayor fallido anatómico de la especie. No habría servido para integranos sino para expulsarnos del ambiente natural en el que debíamos evolucionar al compás del todo no fuera de él. "Somos un animal marino que repta por tierra buscando volar" sintetizó Carl Sandburg. Por la belleza de esta imagen circula la locura del rol que nos tocó.
Hoy a la vista está que lo tecno se lleva puesto al espíritu y a la carne. En la naturaleza del Poder Central (que lo hay) no existe la Piedad. Cada mañana las manos de Obama abren un mapa y aprueban la aldea afgana en la que el Drone no tripulado arrojará su bombón cotidiano "mata talibanes al bulto". Y tras despedir al trío de coroneles, se dirige a cumplir (con esas manos) su ruego matinal. Putin no reza pero actúa igual. Ahora se descubren "cosas" de Sarkozy que podrían llevarlo a La Haya. Estas cúpulas son las que impiden surja un movimiento mundial que cambie la dirección catastrófica que lleva la especie. Mientras se desligan y ahondan del Caos ultiman El Mundito de Auxilio para Su Utopía de Lujo. Que 7000 millones se reduzcan a 100 millones de First Class, y una civilización tecno se despliegue de Alaska a Lapataia para la especie de Asesinos Sobrevivientes que prevalezca. En su miedo a vivir fantasean con descubrir la forma de trasvasar de carne a plástico y vencer a la muerte. Este proyecto demencial ya serpenteó otras veces a lo largo de la historia. El de Hitler duraría mil años. En su caso, la fecha de vencimiento lo paró en menos 5.
Hoy son muchos los dementes solapados foráneos y locales. Distraen con Apocalipsis Maya para diciembre mientras alistan puntilloso Génesis Tecno para cuando sea la ocasión. Licuan el hielo del Artico, envenenan el agua de la Patagonia, arrasan con la botánica de praderas y sabanas. Se les disparó la demografía. China se amplifica. Las religiones se disuelven. Las ideas suenan a raye de Bolero de Ravel. Mientras flipamos con la sueca de Tinelli o Fútbol para todos nos ningunean a gusto en Naciones Unidas. Y les quita molestias humanas a invictos verbos motrices: , robar, depredar, guerrear, infectar, hasta que queden solo los previstos bolsones asignados a la supervivencia top. Y pasada la cuarentena del programado Diluvio Bis los 100 millones de Ceos o Noés se instalarán en la nueva tierra que se prometieron para ellos solos. Para habitarla del modo que su más flamante locura lo programe. La que les venga en ganas, dado que nos pueden en todo. Y lo pueden todo. Salvo impedir que completemos el tramo final del verso de Sandburg y libres de tanto insoportable carreteo nos larguemos con nuestra pajarería a inaugurar otros cielos. Al del espíritu, y al de la imaginación, los recomiendan por la placidez y creatividad de sus térmicas.
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Hace 30 años descendí a un refugio atómico de Zurich guiado por el Jefe de Seguridad Civil. Un piantado que describía el mega búnker como si fuera una nursery o una colección de orquídeas. Así me mostró una de las 10 "maravillas" que su país construyó durante la Guerra Fría a 200 metros bajo los Alpes para alojar en tal prolijo sarcófago de cemento y metal, a 35 mil suizos a media hora de la alarma.
--Regresaríamos al mes, a salvo, y ya superado el efecto nuclear.
--No habría nada arriba.- comenté.
--Ni nadie.- agregó.
--De ser así, y como cristiano, yo elegiría quedarme abajo.
--Ah, pero ése es su problema, no el nuestro.Yo soy suizo.
(*) Especial para Perfil.com.