Mientras sus opositores esperan un milagroso cambio de viento, un Kirchner implacable juega al truco con la reelección. Ha ganado la primera mano en 2003 contra Menem con un modesto rey de espadas, pero quisiera aún ganar otras tres manos para darle al país los dieciséis años de kirchnerismo que el país necesita con desesperación. Tiene en la mano un as de bastos (él mismo), una carta que sólo puede perder en circunstancias excepcionales, y un tres (Cristina). Es una buena carta, y ganadora por ahora, pero que no está inmune de sufrir un traspié.
Kirchner controla el juego. Los milagros de la economía K le permiten no tener apuro. No desea poner en la mesa el as de bastos de su propia candidatura y después encontrar que la oposición juega una sota o un caballo, y a él sólo le queda el tres de Cristina para la próxima rueda electoral. Pero aún menos quiere arriesgarse a poner ya en la mesa el tres y encontrar que alguna sota o caballo opositor se le transforma en pocos meses en un siete bravo vencedor.
¿Se quedará con el as de bastos y jugará el tres? ¿Hará lo contrario? Mientras el viento de cola ayude, no hay apuro. Es mejor esperar a ver el juego de la oposición. En tanto, sigue haciendo jueguito para la tribuna, organizando el pluralismo de los que piensan lo mismo, bajando gobernadores de sus proyectos reeleccionistas (con excepción de Santa Cruz, a la que reserva para su dorado retiro), copando el aparato del Estado con cuadros leales y esmerilando con paciencia el periodismo y la oposición. En tanto, Cristina juega a ser Evita por un rato en París y les lleva un poco de viento de cola a Basile y la Selección.
Si después de mucho meditarlo el Presidente decide que ya es hora de que Cristina incorpore la presidencia de la República al goce de los bienes patrimoniales, es probable que Kirchner se dedique a transformar la convergencia plural transversal (es decir el kirchnerismo) en una alianza de centroizquierda. El proyecto no está mal, dado que en este país gobernado desde 1916 exclusivamente por militares, peronistas y radicales, la falta de una izquierda democrática y moderna empieza a hacerse notar... Sin embargo, el intento kirchnerista de monopolizar el flanco izquierdo del espectro político presenta un inconveniente fatal: Kirchner no es de izquierda, sino peronista. Es su derecho, pero no lo es el de vender gato por liebre.
A pesar de su intento de desperonizar al peronismo para después kirchnerizarlo, el Kirchner que juega al truco con la reelección recuerda a aquel Perón que en 1945 afirmó: “No tengo otra ambición que la de servir a los trabajadores”. Por eso, nunca seré presidente; que en 1947 anunció su apoyo a la reforma de la Constitución e intentó disipar los temores de los opositores declarando: “En mi concepto... (la) reelección sería un enorme peligro para el futuro de la República”; para concluir sosteniendo en 1951, con la Constitución ya reformada y aprobada su reelección” indefinida: “Aunque me lo pidan a título de sacrificio personal, jamás aceptaré mi reelección. Para no hablar del Perón de 1953, ya reelegido desde hacía dos años, que declaró: “Los que creen que nos cansaremos se equivocan. Nosotros tenemos cuerda para 100 años”. Y, en efecto, ya van 60 años desde el primer acceso del peronismo al poder, de los cuales el peronismo gobernó el país más de 28.
¿Es el tiempo de la pingüina al Gobierno y el pingüino al poder? El intento de los Kirchner por reciclarse como “progresistas” o “de centroizquierda” no está destinado a abrir un camino a una fuerza de izquierda moderna en la Argentina sino a impedirlo, ocupando su lugar con un nuevo engendro nacional-populista disfrazado de lo que no es. De esto, los argentinos hemos tenido bastante, como se comprueba repasando una historia nacional rica en transformaciones camaleónicas y poses “de centroizquierda” terminadas invariablemente en un desastre epocal: el peronismo en los setenta, el alfonsinismo en los ochenta y el frepasismo aliancista en los noventa. ¿Alguien necesita más?
*Autor de ¿Qué significa hoy ser de izquierda?