“Hay un Carlos Zannini más desdibujado”. Esa frase, pronunciada por un funcionario del Gobierno, hubiera sido impensada hasta hace dos meses. El secretario de Legal y Técnica fue, durante una década, el hombre de más confianza de Néstor y Cristina Kirchner. La persona en la que se recostaron para tomar las decisiones más trascendentales de la gestión. Integró, siempre, la mesa chica del poder kirchnerista. Ni siquiera su rol formal es menor: tiene que supervisar cada expediente que lleve la firma de la presidenta de la Nación. Pero durante la “década ganada” su papel trascendió su actividad institucional. Se convirtió en un operador del kirchnerismo en la Justicia, en el armador de espacios políticos transversales y en el único interlocutor válido entre los ministros y la jefa de Estado. Sus órdenes se cumplieron a rajatabla todos estos años. Fue, además, el padrino político de la agrupación La Cámpora, que conduce el primogénito presidencial, Máximo Kirchner.
De formación “maoista” (por eso le dicen el Chino y no por sus rasgos físicos), fomentó con insistencia un alejamiento de las estructuras tradicionales del peronismo, en favor de los movimientos sociales. Fue, también, el autor intelectual de la trunca reforma judicial que impulsó Cristina Kirchner en la apertura de sesiones del Congreso este año. Pero ahora no es más la única voz que escucha con predilección la presidenta. La irrupción en el gabinete de Jorge Capitanich logró correrlo un poco de la escena.
El futuro de la relación entre Zannini y Capitanich determinará en gran medida la impronta del gobierno de Cristina Kirchner. Cuando se desató la crisis policial en Córdoba, el secretario Legal y Técnico impuso la idea de dejar que el conflicto avanzara hasta la llegada de las fuerzas nacionales. Capitanich debió justificar la demora en una conferencia de prensa. Se lo vio incómodo como pocas veces en su intercambio con los periodistas. El jefe de Gabinete se inclinaba por enviar la ayuda rápidamente. La evolución de la crisis parece haberle dado la razón. Quién de los dos saldrá más afectado del conflicto es todavía un interrogante. Zannini tiene una ventaja: no da la cara.
De una forma u otra, la llegada de Capitanich forzó al secretario a compartir la exclusividad que tenía en la llegada a Cristina Kirchner. Y la comunidad política lo interpretó rápidamente. Un ejemplo palmario de esa pérdida de poder ocurrió hace unos días, cuando la Cámara de Diputados convirtió en ley las pensiones para ex presos políticos hasta el 10 de diciembre de 1983. En los pasillos de la Casa Rosada se dijo que Zannini había pedido que no voten esa ley, pero un llamado desde la Quinta de Olivos inclinó la balanza para que la presidenta del bloque K, Juliana Di Tullio, pidiera su tratamiento sobre tablas. “Antes, la órdenes de Zannini se cumplían sin chistar.
Ahora parece que la cosa cambió”, explicó un diputado oficialista a este diario. No quiere decir esto que el secretario haya quedado sin influencia en el mundo K, pero sí que no es la única voz escuchada ahora por Cristina Kirchner. El secretario de Legal y Técnica propuso, después de las elecciones, profundizar una ruptura con el peronismo y sentar las bases del modelo sobre agrupaciones transversales. Pero Cristina entendió que era momento de incorporar a su gabinete a una figura que nucleara a la liga de gobernadores peronistas. Hizo todo lo contrario a lo que le aconsejó su hasta ahora mano derecha. Pero no solo eso. Delegó en Capitanich el poder real para intervenir en las decisiones económicas y políticas y el diálogo con los periodistas, algo inusual para el kirchnerismo. “Ahora, los ministros se sienten más seguros si hablan con Capitanich”, graficó un funcionario de la Casa Rosada.