Nélida Vaglio, más conocida como Coca Rucci, la esposa del asesinado gremialista José Ignacio Rucci, fue recibida en el Senado por la vicepresidenta Victoria Villarruel.
El encuentro, gestionado por Claudia Rucci, actual Directora del Observatorio de Derechos Humanos, e hija de Coca y José Rucci, se dio en el despacho de Villarruel y fue la primera vez que ambas mujeres se encontraron personalmente.
“Hoy mi madre, Coca Rucci, a sus 94 años, visitó a Victoria Villarruel”, publicó la funcionaria en su cuenta personal de la red social X, y agregó “Hermoso y emotivo encuentro que permitió conocerse y conversar sobre nuestra historia y sobre la actualidad”.
La primera vez que Coca Rucci habló con los medios
En marzo de este año, tras la conmemoración habitual por la “Verdad Memoria y Justicia”, Coca Rucci rompió el silencio que mantuvo durante cincuenta años, y mantuvo una entrevista en Radio Mitre con el periodista Eduardo Feinmann. Allí, la mujer contó que se sintió indignada por “las barbaridades que se dicen” y porque, desde su punto de vista “se cuenta la mitad de la historia”.
“Yo viví el terrorismo desde que José asumió en la CGT”, reveló la esposa de Rucci, y agregó que fueron muchas las veces que debieron abandonar su casa por amenazas, no sólo hacia el líder gremial, sino también hacia ella y sus hijos.
“Tardé cincuenta años en hablar, pero es un dolor que llevo dentro siempre y ni siquiera lo hablo con mis hijos” aseguró Nélida.
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Victoria Villarruel: “Todos los montoneros tienen que estar presos”
El pasado 27 de agosto, Victoria Villarruel dijo en conferencia de prensa que todos los integrantes aún vivos de Montoneros, deberían estar presos. Frente a dicha declaración, la hija de José Ignacio Rucci, Claudia Rucci, se expresó también en entrevista con Eduardo Feinmann.
La actual Directora del Observatorio de Derechos Humanos se expresó al respecto y dijo compartir los lineamientos políticos de la Vicepresidente. “A mi padre lo asesinaron los Montoneros, ellos lo aceptaron” dijo Rucci, y agregó que durante años su familia insistió en el ámbito judicial para esclarecer el caso de su padre, pero no tuvieron respuesta.
“En Argentina se trató de esconder a muchas víctimas debajo de la alfombra durante muchos años. Las causas se cerraban, algunas ni siquiera se pudieron abrir”, aseguró la funcionaria.
“Tenemos que visibilizar esto porque se ha contado una parte de la Historia y se ha ocultado la otra, incluso en las escuelas”, afirmó Rucci, y agregó que “ahora la cabeza de la gente se está comenzando a abrir”.
“De la cúpula de Montoneros para abajo todos se hicieron cargo del asesinato de mi padre, y muchos fueron premiados con cargos, se han postulado a distintos puestos”, dijo la hija de José Rucci, y concluyó: “Si a alguien le molesta que se hagan actos para recordas a las víctimas del terrorismo, sólo le puedo decir que lo lamento”.
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Operación Traviata: el asesinato de Rucci
José Ignacio Rucci era todo un personaje. Un pibe de provincia, de familia muy humilde, que apenas llegó hasta quinto grado. Nunca quedó claro quién lo mató, pero la versión más adoptada es que fue la organización armada Montoneros.
Según lo que se pudo saber a lo largo de estos años, el grupo operativo que planeaba el atentado contra Rucci se escondía en un departamento de la avenida Gaona, cerca de la casa de Rucci, en el barrio de Flores.
Otro equipo de vigilancia se mantuvo en una camioneta, estacionada frente a la casa de la calle Avellaneda. Su tarea era avisar cuando Rucci llegara a pasar la noche, ya que no lo hacía todos los días ni seguía una rutina fija. El ataque se llevaría a cabo a la mañana siguiente, cuando el líder sindical saliera de su casa.
Dado que la frecuencia del equipo de comunicaciones de la camioneta no alcanzaba el departamento de la avenida Gaona, utilizaron como intermediario una unidad básica de la JP en la calle Neuquén. En el altillo de ese lugar, se instalaron miembros del grupo de inteligencia con handies, encargados de recibir la información de la camioneta en la calle Avellaneda y retransmitírsela al grupo operativo en Gaona.
José Ignacio Rucci volvió a la casa de la calle Avellaneda la noche del lunes 24 de septiembre. Su hijo Aníbal, de 14 años, lo había llamado por teléfono, pidiéndole que pasara más tiempo con la familia. El verano anterior, con tal de estar cerca de su padre, Aníbal había pasado sus vacaciones en el edificio de la CGT y lo había acompañado en sus actividades públicas.
El 14 de febrero de 1973, Aníbal había sido testigo del asesinato del guardaespaldas y chofer de su padre, Oscar Bianculli, tras un acto de campaña del FREJULI en Chivilcoy. En ese tiroteo, él y Rucci lograron salir ilesos. La esposa de Rucci, Nélida Blanca Vaglio, conocida como “Coca”, le rogaba que dejara la representación gremial, ya que temía otro atentado.
En la CGT era común recibir cartas dirigidas a Rucci con dibujos de ataúdes. Incluso el 31 de agosto, durante el único acto público de la candidatura de Perón, la Tendencia Revolucionaria marchó frente al edificio de la CGT al grito de “Rucci, traidor, saludos a Vandor”, un eslogan que se había convertido en consigna de guerra para las movilizaciones de Montoneros.
Su custodia, sin embargo, no era profesional. Ninguno de sus integrantes había recibido formación en la Policía Federal ni en otras fuerzas de seguridad. Lo trasladaban siempre por los mismos recorridos. El día antes del atentado, durante una reunión ampliada en la CGT para celebrar la victoria de Perón, Rucci mencionó que iría a dormir a la casa de Avellaneda. Esta frase fue escuchada, y por mucho tiempo se creyó que su muerte había sido resultado de un complot interno dentro del sindicalismo, orquestado desde la propia central obrera.
La noche del 24 de septiembre, el Torino de su custodia se estacionó en la calle Avellaneda, a unos treinta metros de la casa de Rucci. Uno de los custodios notó una camioneta Chevrolet con caja estacionada en la mano contraria. Cruzó para inspeccionarla, levantó la lona, miró dentro y luego la bajó. Sin darse cuenta, en la oscuridad de la caja, había dos hombres con un handy, sentados sobre una banqueta. No los vio.
Poco después, llegó Rucci y entró en su casa.
Desde la camioneta de observación, informaron que el objetivo ya estaba en su lugar y no parecía que se fuera a mover. Durante la noche, la camioneta cambió de posición.
Después de más de tres meses de tareas de inteligencia y con la operación militar ya planificada, se puso en marcha el ataque contra el jefe sindical.
A primera hora de la mañana del 25 de septiembre, un joven interesado en comprar la casa de Avellaneda 2951, se acercó a la propiedad (en venta) de la señora Magdalena Villa de Colgre. Tocaron el timbre con el pretexto de ver los planos de su casa y ajustar las condiciones para comprársela.
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Cuando la dueña abrió la puerta, la tomaron del brazo y entraron. Enseguida la amordazaron, la ataron de pies y manos, y le colgaron un cartel que decía: "No tiren, dueña de casa", escrito con su lápiz labial.
Pocos minutos después, cuando el Torino de la custodia ya estaba estacionado frente a la casa donde Rucci dormía, el resto del grupo operativo entró a la casa vecina haciéndose pasar por pintores que comenzaban su jornada. Dentro de lonas, rollos de cartón y latas de pintura, escondieron las armas, además de una escalera, que luego usarían para escapar por el fondo de la vivienda.
Algunos miembros del comando armado se posicionaron detrás de las ventanas cerradas de la planta baja, mientras otros se ubicaron frente a la ventana del primer piso. A las 12:10, desde la casa de los Rucci, un custodio salió a la vereda y miró a ambos lados. Detrás de él, apareció Rucci.
Las persianas de las ventanas de la casa tomada se levantaron al mismo tiempo, tanto en la planta baja como en el primer piso. Primero lanzaron un explosivo con mecha a la vereda para generar confusión -aunque otros dos que lanzaron no explotaron-, y luego abrieron fuego con ametralladoras, escopetas y fusiles. También dispararon contra el baúl del Torino para neutralizar el equipo de comunicaciones.
La esposa de Rucci, que estaba hablando por teléfono en ese momento, corrió hacia la puerta y vio cómo su marido caía muerto, mientras la lluvia de disparos aún no terminaba. Los hijos llegarían del colegio media hora más tarde. El cuerpo de Rucci seguía en la vereda.
El grupo comando ya había escapado por el fondo de la casa, cruzando el pasillo hacia la calle Aranguren. Dos autos estacionados los esperaban, con las puertas abiertas y las llaves guardadas en el parasol, listos para la fuga. Parte del grupo operativo se dirigió luego a una imprenta en el barrio de Barracas. Allí consiguieron el diario de la tarde, que ya había publicado la noticia del atentado contra Rucci.
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