Máxima es hija de un hombre que no pudo asistir a su casamiento real por estar asociado al Proceso, y Cristina se considera a sí misma descendiente de la “gloriosa” generación masacrada en los setenta; curioso destino el de estas mujeres que transitando veredas supuestamente opuestas, terminan “atrapadas” en los pliegues de la monarquía.
Una cambió idioma, religión y nacionalidad, la otra usurpó ideas, luchas y dolores ajenos, ambas enterraron parte de su identidad con un único objetivo: pertenecer a esa casta monárquica que allá usa sombreros ridículos y acá se disfraza de indispensable para permanecer y preservar privilegios varios.
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