Por Leandro Darío (*)
“Anuntio vobis gaudium, habemus Papam -Les anuncio una gran alegría, tenemos Papa-”. Las palabras del cardenal protodiácono francés Jean Louis Tauran, encargado de dar la noticia al mundo, resonaron en la Plaza de San Pedro, atónita ante la noticia de la elección de Mario Bergoglio, que no figuraba en los sondeos que los principales vaticanistas hacían en la previa. La prensa internacional sí lo veía como un kingmaker, un gran elector que tenía mucha influencia y peso a la hora de inclinar la balanza hacia un candidato más joven y con más cartel mediático.
Pero, sin embargo, el arzobispo de Buenos Aires logró los dos tercios de los votos necesarios para ser designado en la quinta votación. En el camino quedaron el italiano Angelo Scola, el brasileño Odilo Scherer, el canadiense Marc Oullet y el norteamericano Timothy Dolan, que entraron a la Capilla Sixtina Papas y salieron cardenales. Pero, ¿por qué Bergoglio fue elegido al frente de la Iglesia Católica?
En primer lugar, el religioso, que eligió el nombre de Francisco, había ganado mucho prestigio en la votación anterior, en 2005, cuando fue ungido el alemán Joseph Ratzinger. En esa ocasión, según reconstruyó esta semana el diario italiano La Stampa, el argentino, con lágrimas en los ojos, pidió antes del último cónclave que no lo voten más, para destrabar la paridad que había entre los dos cardenales. Ese renunciamiento le valió el respeto y el reconocimiento de Benedicto XVI y del resto de la curia.
Otro factor clave a la hora de su elección fue que sobre Bergoglio no pesaban acusaciones vinculadas a la pedofilia, la cruz que pesó sobre el pontificado de su antecesor. La organización norteamericana de víctimas de abusos sexuales SNAP elaboró un índice de una docena de cardenales que habrían encubierto delitos sexuales y entre ellos no figuraba el jesuita (sí su compatriota Leonardo Sandri).
Finalmente, la elección de Bergoglio apuntó a una renovación del Vaticano, que elige por primera vez en su historia a un latinoamericano y a un jesuita. El argentino, de perfil moderado, representa un guiño a sectores más progresistas y austeros, que durante el pontificado de Benedicto XVI habían quedado marginados de las decisiones centrales del catolicismo.
Ahora, un argentino será la autoridad máxima de la Iglesia Católica, que cuenta con más de 1.100 millones de fieles en todo el mundo y, a pesar de los recientes escándalos, aún cuenta con una considerable dosis de poder e influencia en la escena internacional.
(*) Periodista de Diario PERFIL. Especial para Perfil.com.