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¿Quién quiere ser vicepresidente?

Los necesitan para ganar elecciones; después quedan relegados. Cuando intentan despegarse, sobrevienen las consecuencias. Galería de fotos. Galería de fotos

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Nadie quiere ser vicepresidente, parece ser la respuesta inmediata. Es un trabajo ingrato para cualquiera, quedar relegado al banco de suplentes, al segundo plano político en un país hiperpresidencialista como el nuestro, donde sólo puede haber un macho alfa que ostente el falo del mando. Es, además, un cargo reciente: apareció recién en la primera constitución estadounidense, para resolver el problema de la sucesión.

Sin embargo, cada cuatro años algún candidato aparece dispuesto a sacrificarse por el bien de la patria que no se lo demandará. Y fiel al postulado de que bancarse ser segundo también es ser campeón, asumen la tarea con la esperanza de torcer el destino fatal de irrelevancia y la condena de tocar la campanita.

Fue el caso de Victor Martínez, dirigente del radicalismo conservador cordobés y vice de Alfonsín, que sufrió el ninguneo hasta del moderado ministro de Economía Juan Vital Sourrouille. De todos modos, permaneció en el cargo. Antes de eso, Arturo Frondizi se habían quedó sin su sucesor, Alejandro Gómez. Nunca se supo la causa exacta de la partida: se mencionaron diferencias con la política petrolera del desarrollista, pero algunos decían que estaba aliado con los militares golpistas.

Los justicialistas tuvieron sus problemas: En 1952, Hortensio Quijano falleció antes de asumir y dejó a Perón sin vicepresidente el mismo año que se quedó sin Evita (que había renunciado a postularse por su enfermedad y la oposición de militares e Iglesia). Cuando volvió al poder, trajo consigo a su asistente María Estela Martínez Cartas, "Isabel", que antes había sido bailarina. El límite de sus capacidades quedó en evidencia tras la muerte del General, cuando debió hacerse cargo de un país crisis, de la mano negra de José López Rega.

Mejor suerte tuvo Eduardo Duhalde, segundo de Menem, que renunció a dos años de asumir para disputar Buenos Aires. Terminó enfrentado a Carlos Saúl, evitó su reelección y consiguió la presidencia, aunque por métodos heterodoxos. Su reemplazo, Carlos Ruckauf, estuvo más alineado y gobernó la provincia al finalizar su cargo.

Más tensiones hubo al mezclar radicales y peronistas: el Frepasista Carlos "Chacho" Álvarez denunció las coimas en el Senado para aprobar la ley de flexibilización laboral. Quería imponer la transparencia, promesa de campaña de la Alianza, y recobrar protagonismo, pero el presidente Fernando De la Rúa no lo apoyó. Álvarez renunció y su partido se mantuvo en la coalición, pero con un Gobierno débil.

Tras la crisis de 2001, urgía recuperar la confianza en la política y la autoridad presidencial. En eso estaba Néstor Kirchner cuando su vicepresidente Daniel Scioli intentó despegar y apareció junto a Hilda "Chiche" Duhalde en agosto de 2003. Kirchner lo "freezó": quitó a hombres de su confianza de la Secretaria de Turismo de la Nación (el cargo anterior del motonauta). Recién lo sacaron del ostracismo el año pasado, necesitados de un candidato potable para disputar la provincia de Buenos Aires, el distrito más importante de las elecciones.

Julio Cleto Cobos parecía destinado a hacer la plancha en un Gobierno que hasta marzo no tenía mayores inconvenientes a la vista. Además, había quedado debilitado al ceder el gobierno de Mendoza al peronista Celso Jaque y perder la conducción del radicalismo provincial a manos de su rival, Roberto Iglesias.

En la crisis, vio su oportunidad: frente al estancamiento del gobierno nacional por la crisis agropecuaria, llamó al diálogo y propuso enviar el proyecto de retenciones al Congreso, en una carta abierta del 15 de junio. Cristina Kirchner lo vio con malos ojos, pero dos días después aceptó la sugerencia.

El vicepresidente fue más allá: el 18 de junio faltó al acto oficialista de Plaza de Mayo, argumentando que era "demasiado peronista". Luego convocó a los gobernadores de las provincias productoras de soja para discutir "una alternativa superadora" al proyecto oficial sobre las retenciones. La Casa Rosada lo boicoteó: no fue ningún peronista ni radical K, y cobos terminó reunido sólo con opositores.

Los miembros del gabinete salieron a defenestrarlo, y hace 10 días que no habla con la Presidente, ni con Néstor Kirchner, ni ningún otro miembro del Gobierno, según la agencia DyN. Pero el vice huye hacia adelante: se reunioi con el cardenal Jorge Bergoglio y con 500 intendentes del interior, para seguir con su idea de buscar una salida consensuada al conflicto.

Puede que sus intenciones sean buenas, pero el matrimonio Kirchner no lo ve así. Desafiar el hiperpresidencialismo argentino y la línea oficial, que no admite otros protagonismos, es como mínimo un exceso de inocencia. Cómo máximo, un intento opositor dentro del Gobierno mismo. Ahora resta ver el costo político que deberá pagar por su atrevimiento, si el kirchnerismo aún tiene márgen para castigarlo.

(*) Redactor de Perfil.com