¿Pero quién iba a creer que una veintena de allegados, algunos de su círculo más cercano, firmaban cheques para que los cobraran otros empleados o contrataban empresas de familiares o socios y el ministro más hiperkinético de Cristina Kirchner lo ignoraba por completo? La jugada también exigía el silencio de Sáenz Rico de todos los secretos del ministerio: de la compra de trenes a China, de los acuerdos en el puerto, de los empresarios que se habían enriquecido con los contratos informáticos y de los negocios en torno al Belgrano Cargas. Sacrificarse en el altar. Todo y al mismo tiempo. Parecía imposible. Pero hasta ahora, Randazzo logró el milagro.
La semana pasada, una veintena de empleados que habían trabajado para el entonces ministro fueron procesados por desvío de fondos y estafa. Muchos de los acusados aceptaron hablar en reserva: están convencidos de que existe un acuerdo con la Justicia para que el incendio se delimite sin llegar a las alturas.
La mayoría de los empleados interrogados por el juez Claudio Bonadio declararon que ocupaban lugares menores, algunos en la mesa de entradas, otros hacían de cadetes. Estéban Sáenz Rico se negó a declarar. Mantuvo el silencio. Los empleados aseguran que Randazzo le ofreció un abogado y transmitió que mantuviera la calma.
Bonadio creyó en el milagro: limitó su procesamiento a los empleados sin apuntar hacia arriba.
Sáenz Rico había sido llevado al núcleo de Randazzo por Marcio Barbosa Moreira, secretario del Interior. En su libro Derechos humanos, marca registrada, los periodistas Santiago O’Donnell y Mariano Melamed recuerdan que Randazzo envió a Barbosa Moreira a intervenir en el conflicto que se abrió en su momento con la comunidad indígena qom. El cacique Félix Díaz se refirió a aquella visita con una frase significativa: “Estos tipos no vienen a solucionar nada, sólo a neutralizar el quilombo”.
Neutralizar el quilombo. La subsecretaría de Coordinación y la Unidad Ejecutora de Proyectos eran las dos oficinas neurálgicas por donde circulaban los contratos y las licitaciones del ministerio de Randazzo. Sáenz Rico ocupó ambos puestos. Nadie como él conocía el funcionamiento financiero de los proyectos financiados por la ONU. Entre 2000 y 2006 había trabajado en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Luego saltó a la función pública. Como los fondos que distribuía Naciones Unidas triangulaban en Estados Unidos, Randazzo podría haber litigado en territorio norteamericano. Pero aquello era incontrolable. Prefirió ordenarle a la auditora interna del ministerio, Irene Noemí Gajdzik, que señalara a los culpables. Luego llevó la denuncia a Bonadio.
La semana pasada, una veintena de empleados que habían trabajado para el entonces ministro fueron procesados por desvío de fondos y estafa. Muchos de los acusados aceptaron hablar en reserva: están convencidos de que existe un acuerdo con la Justicia para que el incendio se delimite sin llegar a las alturas.
La mayoría de los empleados interrogados por el juez Claudio Bonadio declararon que ocupaban lugares menores, algunos en la mesa de entradas, otros hacían de cadetes. Estéban Sáenz Rico se negó a declarar. Mantuvo el silencio. Los empleados aseguran que Randazzo le ofreció un abogado y transmitió que mantuviera la calma.
Bonadio creyó en el milagro: limitó su procesamiento a los empleados sin apuntar hacia arriba.
Sáenz Rico había sido llevado al núcleo de Randazzo por Marcio Barbosa Moreira, secretario del Interior. En su libro Derechos humanos, marca registrada, los periodistas Santiago O’Donnell y Mariano Melamed recuerdan que Randazzo envió a Barbosa Moreira a intervenir en el conflicto que se abrió en su momento con la comunidad indígena qom. El cacique Félix Díaz se refirió a aquella visita con una frase significativa: “Estos tipos no vienen a solucionar nada, sólo a neutralizar el quilombo”.
Neutralizar el quilombo. La subsecretaría de Coordinación y la Unidad Ejecutora de Proyectos eran las dos oficinas neurálgicas por donde circulaban los contratos y las licitaciones del ministerio de Randazzo. Sáenz Rico ocupó ambos puestos. Nadie como él conocía el funcionamiento financiero de los proyectos financiados por la ONU. Entre 2000 y 2006 había trabajado en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Luego saltó a la función pública. Como los fondos que distribuía Naciones Unidas triangulaban en Estados Unidos, Randazzo podría haber litigado en territorio norteamericano. Pero aquello era incontrolable. Prefirió ordenarle a la auditora interna del ministerio, Irene Noemí Gajdzik, que señalara a los culpables. Luego llevó la denuncia a Bonadio.
La escena se repite: la auditoría de la ONU amenazaba en el pasado sus ambiciones presidenciales. Ahora, debe mantener alambrado el escándalo para evitar que afecten sus proyectos bonaerenses.
Los acusados apelaron. Ahora, la Cámara deberá definir su futuro. La integran Jorge Ballestero y Eduardo Freiler. Randazzo les aconsejó a sus colaboradores quedarse tranquilos. No deberían estarlo.