Se cumplieron dos meses del trágico día en el que sus vidas se tiñeron de negro para siempre. El 28 de diciembre pasado Lola desapareció en el balneario uruguayo de Valizas para ser encontrada muerta dos días después en lo que aún se caratula como un crimen sin resolver. Hoy su abuela, la reconocida chef Beatriz Chomnalez, saca fuerzas de quién sabe dónde para seguir adelante.
Un grupo de colegas y discípulos suyos están dispuestos a darle fuerza y decidieron destacarla por su valor en el Día de la Mujer, que se celebrará el 8 de marzo, con un evento especial. La semana pasada, Beatriz se reunió con ellos en un encuentro del que participó PERFIL y rompió un silencio de dolor que mantenía desde hace dos meses.
Llegó puntual y vestida de riguroso blanco, acompañado por su hijo Diego, el papá de Lola y heredero del legado culinario de Chomnalez. No se separó de ella. Hace cinco años que Diego se involucró en el mundo gastronómico. “Él estaba pasando un mal momento y le sugerí que cocinara conmigo, así yo lograba que estuviese ocupado con algo. En menos de un año aprendió todo”, contó Beatriz, orgullosa y con una sonrisa en su rostro.
Sin embargo, la sonrisa no tardó en desdibujársele. Cada abrazo que recibió del grupo de chefs que la homenajeará le hizo rememorar el dolor. Y no pudo contener la emoción. “A veces, pienso que nunca más vamos a salir”, decía, sin poder disimular el nudo que se le hacía en la garganta.
—¿Cómo es trabajar con su hijo?
—No es fácil, con un hijo que la está pasando mal. Si a mí me tiene destrozada la muerte de Lola, cómo será para él y su mujer, que es la única hija que tiene. No nos merecemos esto. Podemos hablar de cocina, pero lo que nos pasó no se olvida. Sé que hay que internalizar que no la tenemos más, pero siempre aparece algo que nos sorprende.
—¿Cómo qué?
—Unas cartas que escribió ella, que son hermosas, con las que estoy haciendo un pequeño libro sólo para nosotros. Va a tener testimonios de gente que la conoció desde el jardín de infantes.
—¿Sus amigas también van a participar?
—Sí, en estos días me voy a juntar con ellas. Lola tenía un grupo que se llamaba “Mejores Amigas para Siempre”, eran seis. También voy a poner la carta que se leyó en la ceremonia fúnebre el día del entierro, que era de una amiga de Lola que se despedía de ella dos días antes de que la asesinaran porque se iba a vivir a Córdoba. Ese día Diego iba a decir unas palabras porque había más de cien personas. No pudo, por eso se leyó la carta.
—¿A ella le gustaba cocinar?
—No, pero le gustaba mucho mi comida. Tenía fascinación por el chocolate y las manzanas.
—¿Cree que se sabrá quién fue el asesino?
—Confío en la Justicia del hombre y, sobre todo, en la de Dios. El culpable tiene que pagar en vida. Esto nos llenó de odio. Los asesinos están sueltos, disfrutando de la vida, del sol, del día... Y mi nieta muerta. Ella tiene que estar en paz. Pero la Justicia de Uruguay es muy lenta. Importan los derechos humanos o no herir a alguien, pero no la muerte de Lola. Hay incongruencias.
—¿Qué se dice en Valizas?
—Todo el mundo cree que fueron los familiares, los que estuvieron ahí con ella. Mi casera me llama siempre y me dice: “Acá todos queremos agarrar a ése”. Y quién sabe, quizás “ése” no tuvo nada que ver. Al menos, eso espero. Cuando pasó lo que pasó mi hijo Pedro me dijo que no le gustaba nada esa gente.
—¿Usted los conocía?
—No, ni tengo trato. Pero mi hijo tenía una amistad de 20 años con la madrina. Sé que son gente conflictuada y que se llevaban muy mal. La última vez que los vi fue el 4 de noviembre en el cumpleaños de 15 de Lola. Ella había aumentado 25 kilos y no se la veía feliz al lado de él. Y Lola era una belleza.
—¿Quién piensa que fue?
—Yo quisiera que fuera un uruguayo, pero no creo. El único delito grave que se recuerda en Valizas es el robo de una bicicleta hace 10 años y que no encontraron al ladrón. Pero tienen tiempo para convertir a la víctima en victimario.