El 1 de octubre de 2025, el mundo de la primatología y la conservación perdió a una de sus figuras más icónicas: Jane Goodall, la británica que a los 26 años se adentró en las selvas de Tanzania sin formación académica formal, pero con una curiosidad insaciable que transformó para siempre nuestra percepción de los chimpancés.
Su fallecimiento a los 91 años, anunciado por el Jane Goodall Institute, cierra un capítulo de más de seis décadas dedicado a observar y defender a estos primates, cuyas similitudes con los humanos —genéticas y conductuales— ella misma reveló con una tenacidad que desafió las normas científicas de su época.
Goodall no solo documentó comportamientos inesperados; cuestionó la barrera entre "hombre" y "animal", demostrando que los chimpancés poseen inteligencia, emociones y sociedades complejas. Sus descubrimientos, realizados principalmente en el Parque Nacional Gombe Stream, han influido en campos desde la etología hasta la genética evolutiva, y siguen inspirando esfuerzos globales por la preservación de especies en peligro.

El uso de herramientas: rompiendo el mito de la exclusividad humana
Uno de los hallazgos más revolucionarios de Goodall llegó apenas meses después de su llegada a Gombe en julio de 1960. Mientras observaba desde las alturas de un pico, vio a un chimpancé macho llamado David Greybeard insertar una brizna de hierba en un termitero para extraer insectos.
Pero lo que elevó esta observación a la historia fue lo que siguió: Greybeard despojaba las hojas de una ramita para crear un "palo modificado", un acto deliberado de fabricación de herramientas que hasta entonces se consideraba exclusivo de los humanos. Esta conducta, documentada en su informe inicial para la revista Nature, desafió la definición antropológica de "hombre" como el único ser tool-making. Louis Leakey, su mentor y paleontólogo, reaccionó con un telegrama profético: "Ahora debemos redefinir herramienta, redefinir al hombre o aceptar a los chimpancés como humanos".

Goodall expandió este descubrimiento al observar variaciones: chimpancés usando palos para capturar hormigas legionarias, hojas como esponjas para beber agua de cavidades estrechas, e incluso piedras para romper nueces en comunidades de Gombe. En una entrevista con National Geographic, reflexionó: "Usan más objetos diferentes como herramientas que cualquier criatura excepto nosotros mismos". Este avance no sólo impulsó estudios sobre cognición animal, sino que sugirió que tales habilidades datan de un ancestro común humano-chimpancé hace unos seis millones de años.
La caza cooperativa y el omnivorismo: más allá de la hierba y las frutas
Contrario al dogma científico de la época, que retrataba a los chimpancés como estrictos vegetarianos pacíficos, Goodall demostró su naturaleza omnívora y depredadora. En 1961, presenció a David Greybeard royendo la carroña de un animal pequeño, un comportamiento que desmontó la imagen idílica de los primates. Pronto, documentó cacerías grupales: machos cooperando para atrapar lechones de bush pigs o monos colobos infantiles, con roles definidos donde los cazadores compartían la carne en un sistema de trueque social.
Estos episodios, detallados en Smithsonian Magazine al conmemorar 50 años de Gombe, revelaron estrategias complejas: emboscadas, persecuciones y divisiones de presas basadas en estatus jerárquico. Goodall notó que las hembras participaban menos, pero a veces robaban porciones, destacando las dinámicas de género en la sociedad chimpancé. "La caza no es solo supervivencia; es un lazo social", explicó en una charla de 2010. Estos hallazgos son paralelos con la evolución humana temprana, donde la cooperación en la caza fomentó la inteligencia social.

Estructuras sociales y emociones: familias, jerarquías y vínculos profundos
Goodall fue pionera en tratar a los chimpancés como individuos, no como especímenes genéricos. Nombrándolos —Fifi, Flo, Mr. McGregor—, mapeó sus personalidades: algunos juguetones, otros agresivos, todos con lazos familiares intensos. En Gombe, observó comunidades de 40-60 individuos divididas en grupos fluidos de hasta seis, liderados por un macho alfa que mantenía el dominio mediante alianzas y demostraciones de fuerza, mientras las hembras formaban su propia jerarquía.
Sus notas, recopiladas en décadas de diarios, revelaron emociones complejas: duelos por la muerte de crías, alegrías en reencuentros y empatía en el cuidado mutuo. "Si los chimpancés se encuentran tras una separación, se toman de la mano, se abrazan, se besan", describió en una entrevista con la BBC en 1986, un comentario que humanizó instantáneamente a estos primates.
La icónica foto de 1965 con el infante Flint, acurrucado en su regazo, capturó esta intimidad, desafiando protocolos científicos que prohibían el contacto. Goodall enfatizó: "El comportamiento que vemos en el hombre hoy y en el chimpancé hoy probablemente estaba en ese ancestro común". Estos insights, respaldados por estudios genéticos posteriores que muestran un 98,6% de ADN compartido, erosionaron la noción cartesiana de animales como "máquinas sin alma".

El "lado demoníaco": guerra, canibalismo y agresión intergrupal
No todo en Gombe fue armónico. En 1971, Goodall presenció la primera "guerra" documentada entre primates no humanos: dos comunidades chimpancés, separadas por un río, entraron en un conflicto de cuatro años por territorio, culminando en masacres sistemáticas. Machos de la comunidad dominante, liderados por un individuo llamado Humphrey, patrullaban fronteras y atacaban a solitarios del grupo rival, matando al menos a seis adultos y adolescentes en lo que se conoció como la "Guerra de los Cuatro Años".
Aún más perturbador fue el canibalismo observado en 1975: una hembra llamada Passion mató y devoró a infantes ajenos, compartiendo la carne con su hija Pom en un patrón que se repitió durante dos años. Estos eventos, reportados en la revista Science, ilustraron la capacidad chimpancé para la violencia organizada, un eco inquietante de conflictos humanos primitivos. Goodall, impactada, admitió: "Me dolió ver su lado demoníaco, pero es parte de la verdad completa". Estos descubrimientos subrayaron que la agresión no es un rasgo "civilizado" exclusivo de los humanos, sino una herencia evolutiva compartida.
ds