PROTAGONISTAS
UN GALARDÓN QUE TAMBIÉN GANÓ BORGES

Premian a Liudmila Ulítskaya, escritora anti-Putin

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Liudmila Ulítskaya. | cedoc

“La devoción de Sóniechka por la lectura, que se había transformado en una forma leve de locura, no cesaba de avivarse mientras dormía. Parecía incluso que leyera sus sueños, imaginando novelas históricas trepidantes. Según la naturaleza de la acción, visualizaba el estilo de la tipografía y, por un extraño instinto, sentía aflorar los párrafos y puntos suspensivos. La sensación de desplazamiento espiritual que le provocaba su pasión enfermiza se redoblaba incluso durante el sueño, porque era entonces cuando desempeñaba de pleno derecho el papel de heroína o héroe, morando en la delgada frontera entre la voluntad tangible del autor, de la cual era consciente, y su ambición personal de movimiento, aventura, acción…”. Este párrafo pertenece a la novela breve Sóniechka (Anagrama, 2007), de Liudmila Ulítskaya, con la que obtuvo fama y reconocimiento en Francia al obtener el Premio Médicis en 1996. Esta escritora rusa es la reciente ganadora del Premio Formentor de las Letras 2022, el mismo que el año pasado recibió César Aira. Creado en 1960 por las editoriales Seix-Barral, Gallimard, Einaudi, Rowolth, Weidenfeld y Grove Press, lo recibieron escritores como Borges, Bellow, Fuentes, Gombrowicz, Piglia, Calasso, Cartarescu, y Nooteboom, entre otros. El Premio Formentor, más allá de los méritos literarios de Ulítskaya, está cruzado por las secuelas de la invasión rusa a Ucrania y toma línea política con todos los eventos culturales que excluyen a los representantes oficiales de la cultura pro-Putin, o premian y privilegian a los artistas opositores, como en este caso. 

La salida de Rusia. De padres judíos ucranianos, Liudmila escapó de Moscú a principios de marzo pasado junto a su esposo, lo hicieron con pasajes que uno de sus hijos les envió desde Israel. En un reportaje al llegar allí afirmó que huyeron con lo puesto y ante la pregunta sobre qué representan Kiev y Ucrania para ella (donde transcurre su  novela La escalera de Jacob), respondió: “Los padres de mi padre eran de Kiev. Mi abuelo había estudiado allí en la universidad. Mi abuela se enorgullecía de haber llevado paquetes a los presos políticos encerrados en la famosa prisión de Lukianivska, ya famosa en tiempos de los zares. Ahora, me digo que si estos presos políticos no hubieran triunfado en la revolución de 1917, la historia de Rusia hubiera sido menos sangrienta”. Pero el enfrentamiento de Ulítskaya con Putin tiene otras aristas que, a la larga, conducirían a un exilio inevitable. Vale decir: “estaba escrito”. Veamos dónde, cómo. En diciembre pasado, el Tribunal Supremo ruso disolvió la ONG de derechos humanos Memorial, con la que la escritora tenía una notoria relación, el objetivo de la misma era preservar la memoria de las víctimas del régimen soviético, algo que conspira contra el revisionismo histórico putinesco, capaz, entre otras falacias, de afirmar que Ucrania fue un invento de Lenin. Pero ya en 2011 la escritora cayó en desgracia ante el aparato mediático oficial por encabezar una campaña opositora, hecho que coincidió con su novela La carpa verde, donde advierte sobre la stalinización de Rusia. Sin embargo, el origen de tal encono tiene una raíz más profunda. Ulítskaya nació en 1943 al sur de los Montes Urales porque sus padres escaparon de Moscú ante la invasión nazi. Allí permaneció hasta la adolescencia, culminando sus estudios en la capital. Estudió biología en la Universidad Lomonósov y trabajó en el Instituto de Genética General de la Academia de Ciencias de la URSS, de donde la expulsaron cuando las autoridades soviéticas confirmaron que su máquina de escribir se había usado para samizdat. Y aquí la palabra clave, que refiere a lo que no debía estar por escrito, insoportable para todo escritor. ¿Acaso algo no puede ser escrito? La censura soviética controlaba todo lo que era legible, nada sin autorización se podía reproducir. El control llegaba a imprentas, fotocopiadoras, cualquier medio útil para difundir un texto. Samizdat es el término rebelde en contra de gosizdat, que designaba a las publicaciones oficiales soviéticas, únicas autorizadas. No quedaba otra opción que copiar los textos a mano o con una máquina de escribir, en papeles muy finos, transfiriendo el pulso caligráfico –o presión tipográfica– usando papel carbónico; así circuló entre los rusos el libro de poemas Réquiem de Anna Ajmátova. “Llegó tarde a la literatura”, repiten los medios sobre la trayectoria literaria de Ulítskaya. El texto del jurado Formentor que justifica el premio debería reemplazarse por algo más digno: “Premiamos a quien, antes de ser escritora, se dedicó a escribir, letra por letra, la obra censurada de otros escritores, perpetuando la lectura”.