El fin y el principio de un año, aún cuando sabemos que es un hecho simbólico, siempre conlleva la esperanza de que el porvenir sea mejor. Gobierno y oposición tendrían que deponer sus peleas internas y sus ambiciones, al menos hasta que comience la campaña electoral. Es una oportunidad para dar señales claras de que están dispuestos a acordar sobre políticas de Estado. Reclamar diálogo, reuniones y compromisos firmados parece en estos momentos una carta de pedido a los Reyes Magos.
Sin embargo, a la vez, debemos preguntarnos si no se alcanzan esos acuerdos básicos, ¿Qué otra cosa queda por esperar? ¿Un país como el nuestro puede darse el lujo de ahondar la división y desgarrar aún más el tejido social? Indigencia, hacinamiento, desnutrición infantil, deserción escolar, millones de personas que sobreviven con trabajos informales o subsidios miserables. La pandemia agrega un tendal de desocupados, negocios cerrados, proyectos caídos por falta de inversión. Los datos de la realidad deberían ser motivo suficiente para que el gobierno convoque a todos los sectores. Sin embargo, todo lo que dicen, hacen o intentan los funcionarios o partidarios que influyen desde afuera más que convocar al diálogo, provoca.
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Quieren meterle mano a la justicia, como reconoció el presidente Alberto Fernández, y proponen una reforma para someterla. Quieren terminar con los juicios a los procesados por graves delitos de corrupción y liberar a los condenados por robo y malversación de fondos públicos. Piden indultos y embisten contra la Corte Suprema. En otra acción vergonzante, aprueban el ajuste a los jubilados en diputados a la sombra del debate sobre la legalización del aborto en el Senado. Nunca piensan ni discuten reformas de fondo que los afecten como, por ejemplo, un ajuste de sus salarios, de sus viáticos, de sus presupuestos, de la burocracia, de cargos inútiles, deshacer negocios de las mafias o reducir el déficit en empresas del Estado que pierden millones.
La división entre moderados y extremos impulsa medidas que agravan las tensiones preexistentes en el Gobierno. Quién ordena, quién manda, quién decide. La duda sigue ahí. Las culpas se atribuyen al pecado original. Mientras tanto, el tiempo pasa. Todos sabemos que las crisis, cuando hacen metástasis, son terminales. Se pagan con más miseria, violencia, muerte y dolor. La del 2001, entre otras, sigue asustando con sus fantasmas. Una encuesta hecha en los últimos días del año pasado revela que el 70 por ciento de los consultados no espera que el 2021 sea mejor. ¿Se van a hacer cargo de calmar, de contener, de proteger a la sociedad, del miedo y de los temores que tiene sobre su futuro?