El pasado 10 de diciembre se han cumplido 37 años de vida democrática ininterrumpida entre nosotros. Que se trate del período más largo de democracia sin interrupciones en más de un siglo es, sin dudas, motivo de celebración. Pero también es momento de preguntas: ¿Qué ha dado esta democracia y qué ha incumplido a partir de las promesas hechas en el momento de su fundación?
La democracia es a la vez un régimen político, una forma de vida, un dispositivo de conocimiento y un mecanismo de toma de decisiones. Como régimen político y como forma de vida en la comunidad, nuestra democracia ha funcionado razonablemente bien. Ha permitido que gobiernen las mayorías y a la vez ha sabido proteger los derechos de las minorías, ha garantizado las libertades individuales e incrementado el número de conductas que ahora están protegidas por el derecho como el matrimonio igualitario, la muerte digna, el divorcio y ahora, esperemos, la interrupción voluntaria del embarazo. Sirvió para afrontar conflictos y crisis sin violencia.
Pero como dispositivo para conocer las necesidades colectivas, imaginar las soluciones y respuestas adecuadas para tomar decisiones que mejoren las condiciones de vida de la población, nuestra democracia, ha fracasado rotundamente.
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Las consecuencias de este fracaso son inmensas ya que el incumplimiento de la promesa de movilidad social implícita en la democracia misma atenta contra su propia estabilidad como hemos visto en muchos países en los últimos años.
La democracia es tan bella como frágil. Su belleza procede de la capacidad de coordinar las expectativas de millones de individuos en sociedades inmensamente complejas y creando un ecosistema en el que la vida es, en casi todos los sentidos, mejor que bajo cualquier régimen alternativo. Su fragilidad proviene de esa misma belleza dado que su propia naturaleza hace posible atacarla y destruirla desde el interior.
Dije antes: “Es mejor en casi todos los sentidos”. El único aspecto en el que otros regímenes pueden competir con la democracia es en la producción de prosperidad como muestra China en las últimas décadas. Si en nuestra democracia seguimos sin la capacidad de generar riqueza y distribuirla equitativamente, la tentación autoritaria, ya presente entre nosotros, se terminará imponiendo.
Para preservar las demás virtudes de la democracia debemos restituirle entonces la capacidad de promesa que, en el tiempo de su nacimiento, el Presidente Alfonsín le atribuyó. Con ella debe ser posible llevar, no sólo una vida libre, sino sobre todo una vida digna.