El annus horribilis, el año horrible del Gobierno, parece estar llegando a su término con señales auspiciosas en varios frentes. La primera ola de la pandemia está retrocediendo justo cuando varios de los laboratorios anuncian el inicio de la distribución de las vacunas. El precio de los comodities, especialmente la soja, sube. Las negociaciones con el fondo avanzan favorablemente.
El horizonte, hasta hace poco oscuro, comienza a despejar. Nada anuncia tiempos radiantes ni hay por qué esperar que el próximo año sea una annus mirabilis, un año maravilloso. Pero si es posible suponer el inicio de una navegación más tranquila, con vientos calmos pero firmes. Sin presión de vencimientos de deuda, con las cuentas externas superavitarias por la baja demanda interna y los mejores precios de exportación. Sin una puja distributiva intensa y con precios relativos razonablemente ordenados, la economía puede comenzar a crecer cambiando en el largo ciclo de estancamiento y recesión iniciado hace ya una década.
Controlada a la primera hora de la pandemia y con vacunas disponibles para resguardar al personal sanitario de la población de riesgo. Es posible pensar que a partir del segundo trimestre del próximo año las actividades retomen cierta normalidad, impulsando no sólo la economía, sino también el estado de ánimo de la sociedad. Nadie piensa que Argentina está en una situación ideal, ni mucho menos.
Alberto Fernández habló con Joe Biden, el presidente electo de Estados Unidos
El deterioro producido por estos diez años de estancamiento que concluyeron con tres años de aguda recesión y los incrementos de la pobreza y la indigencia impulsados por la pandemia y por el manejo gubernamental de la crisis sanitaria, crean un contexto sumamente complejo. Pero a la vez, ese nuevo piso de deterioro al que ha llegado nuestro país puede convertirse en un punto a partir del cual, como se dice, sea posible, rebotará. Que ello ocurra no dependerá principalmente de las condiciones que antes mencionábamos. Ellos son el requisito necesario, pero no son suficientes.
Lo imprescindible es que el Gobierno proponga una agenda consistente, atractiva y ambiciosa, centrada en el largo plazo y estructurada sus incentivos, claramente diseñados en función del bien común. Una agenda, como es obvio, que tiene que apartarse de aquella políticamente mezquina e intelectualmente deshonesta que tiene la sociedad discutiendo problemas que no son los centrales. La mal llamada reforma judicial y la reelección de los intendentes de Gran Buenos Aires. Las mayorías para la designación y remoción del procurador.
Alberto Fernández ya desaprovechó dos oportunidades para consagrarse como un presidente relevante. Posiblemente la que tiene enfrente sea la última. Ojalá su inteligencia le permita hacer ahora lo que fue incapaz de realizar hasta hoy.