Vamos a hablar de una extraña pareja, Cristina y Mauricio. No tan extraños, no tan pareja. Pero Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri insisten en marcar la agenda política de la Argentina aún en los momentos más complicados que vivimos con la pandemia, la crisis social y la angustia generalizada que hay en todo el país por las consecuencias de este impacto.
La vicepresidenta de la Nación encara con fuerza la reforma judicial, no importa qué se ponga enfrente, y de alguna manera lo pone siempre al ex presidente en el foco de las luces para, justamente, aprisionar a aquellos que todavía dudan sobre si es mejor lo que fue o es mejor lo que hay. El ex presidente hace lo mismo. De alguna manera también pone en el foco a Cristina y al kirchnerismo como que vamos a ser Venezuela. A esta altura ya deberíamos corrernos de esos lugares que tanto daño nos hacen, pero ellos no están dispuestos a dar un paso atrás, por varios motivos. Primero, porque con eso afilian y sostienen a sus propios militantes, a aquel sector duro que los mantiene vivos. Pero también hay razones de peso, porque en ambos sectores aparecen voces moderadas que creen que hay que saltar esta grieta de una vez y es difícil hacerlo con ellos.
El sueño de Macri de ser Cristina (y de Cristina ser Macri)
No se sabe si ellos van a aceptar en algún momento correrse pero está claro que se resisten. Una desde el Senado, el otro desde vacaciones o desde un puesto en la FIFA. Lo que está claro es que además de aglutinar a los propios, tienen algún tipo de miedo. El miedo a ir presos. Porque tanto Cristina como Mauricio saben que si se retiran de la política, o dan un paso al costado, su destino estará íntimamente ligado a los tribunales, no sólo a Comodoro Py, sino al empezar a rondar por las cárceles por las causas que ya tiene, siete procesamientos, todos de Bonadio, el ya fallecido, y un ex presidente que está cada vez más cerca de empezar a tener que rendir cuentas en la justicia.