Hay un paralelismo entre Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta más allá de compartir la primera línea en la lucha contra el coronavirus y haber aumentado su aprobación gracias a ese protagonismo. Los dos tienen la sombra aplastante de quienes los designaron. Y ambos tienen en las elecciones del año próximo un punto de inflexión que medirá el balance de poder de los distintos sectores que integran cada coalición y el peso propio que hayan podido desarrollar en los dos años precedentes.
Las internas de la coalición gobernante lógicamente generan más ruidos, aunque no pocas veces exagerados por el interés del público antikirchnerista, que son la audiencia que sigue los medios de comunicación con mayor visibilidad, público motivado a veces por el miedo y otras por el deseo, dos elementos que van juntos en muchas neurosis, como magistralmente explicó Freud en la trasposición de afectos en ciertas fobias.
Aunque con modos más sobrios, dentro de Juntos por el Cambio se plantea una tensión similar. El ex presidente de la Cámara de Diputados 2015-2019, Emilio Monzó, uno de los pocos que criticaron abiertamente la política de Macri desde dentro, declaró que “entre Macri y Rodríguez Larreta no hay una disputa por el liderazgo, hay una transición natural”. Idea que no compartiría Patricia Bullrich, probable candidata a encabezar alguna lista en 2021, para quien Macri seguirá siendo el líder de la oposición.
Quien también coloca a Macri como primus inter pares es Miguel Ángel Pichetto (https://bit.ly/36baqED), quien diferencia entre el poder político y potencialidad electoral, pero le resulta plausible pensar que “sin Macri no se puede, con Macri no alcanza”, comparándolo con la situación del Frente de Todos cuando se decía “sin Cristina no se puede, con Cristina no alcanza”. Los dos ex presidentes comparten –junto con un núcleo duro de votantes muy fieles del 25%– ser los dos dirigentes con más alto nivel de rechazo, superior en ambos casos al 60%.
Un acuerdo entre los moderados y los fanáticos de cada coalición estabilizaría el sistema político...
Probablemente el sueño de Macri sea ocupar en la oposición el lugar que hoy ejerce Cristina en la coalición gobernante: no tener las desgastantes responsabilidades del día a día, manteniendo el poder de veto ante cualquier decisión de a quien delegó la acción de gobernar. Algo similar a lo que hizo en su exitosa gestión como jefe de Gobierno de la Ciudad entre 2007 y 2015, cuando quien realmente gobernaba fue siempre Rodríguez Larreta.
El dilema para Rodríguez Larreta es si Macri le sumará un caudal de votos comparable al que Cristina Kirchner le sumó a Alberto Fernández o el recuerdo de los últimos dos años de una presidencia tan fallida es una carga imposible de levantar.
Quizás ambas internas terminen resolviéndose sin quiebres, y de la misma forma en que Cristina Kirchner comprendió que debía dejarle el centro de la escena a Alberto Fernández por su propia conveniencia, Macri termine llegando a la misma conclusión. Y que su “silencio patriótico” (sic) pueda ser perenne, dejándole espacio a Rodríguez Larreta para sumar los votos del macrismo duro (antikirchnerismo duro) y recuperar todos los moderados que engrosan el aumento de aprobación de Alberto Fernández, quien hoy sumó 20% del total de la población que lo votaría si las elecciones fueran mañana al 48% que obtuvo en las elecciones de octubre de 2015.
¿Soñará Cristina no con ser Macri, pero sí con poder disfrutar un hedonismo a lo Macri: ser rey/reina, príncipe/princesa disponiendo de tiempo para el placer habiendo delegado su trabajo a un dependiente?
La historia y todas las ciencias sociales han profundizado sobre las relaciones de mando. Desde el estoicismo moral de Séneca, quien recomendaba: “Mal favor le hace el discípulo al maestro continuado discípulo”, pasando por el Edipo de Freud, donde el hijo precisa deshacerse de la sombra del progenitor como estructura de vínculo fundante de la persona, hasta elevar ese vínculo estructurante al carácter de fundante de toda la sociedad en Hegel con la “Dialéctica del amo y el esclavo”. Hegel desarrolla su tesis en el capítulo cuatro de su Fenomenología del espíritu, titulado “Autonomía y dependencia de la autoconciencia: dominio y servidumbre”, en la cual progresivamente el amo se va haciendo dependiente de lo generado por el esclavo, quedando así “el amo esclavizado por el trabajo de su esclavo”. Las relaciones asimétricas donde exista autoridad sin responsabilidad en beneficio de uno y responsabilidad sin autoridad en perjuicio del otro, son inestables.
... permitiendo que los moderados de cada coalición plasmen un acuerdo nacional con políticas de Estado
En el reportaje largo de ayer de PERFIL el historiador económico Pablo Gerchunoff dijo sobre Alberto Fernández: “No hubo presidentes títere en la historia argentina. Santiago Derqui terminó no siendo títere de Justo José de Urquiza. Miguel Juárez Celman terminó no siendo títere de Julio Argentino Roca, Luis Sáenz Peña les armó un desbarajuste al mismo Roca y a Bartolomé Mitre cuando lo eligieron para la emergencia. Marcelo Torcuato de Alvear no fue títere de Hipólito Yrigoyen. Ni siquiera Héctor Cámpora fue títere de Juan Perón. En sus cuarenta días de mandato eligió su forma de gobernar y la gente con la que gobernaba. Tampoco Néstor Kirchner fue un títere. Todos fueron elegidos por el dedo de alguien, y sin embargo pudieron construir su propio poder presidencial, salvo Cámpora quizás. Todos tuvieron su dignidad personal frente al espejo de ser presidentes”.
En la interpretación hegeliana sobre la evolución de la historia el ciudadano/persona, ya como sujeto y no como objeto, es una síntesis entre el amo y el esclavo: toda persona es amo y también esclavo. Y quizás no haya un cisma en la coalición gobernante entre kirchneristas y moderados, ni en la coalición opositora entre macristas y moderados, dejando biológicamente atrás y superada la idea del exterminio del otro como condición necesaria de triunfo propio.