La hepatitis es una inflamación de las células del hígado que puede provocar cáncer o cirrosis si no se detecta a tiempo. La dificultad con esta enfermedad es que algunos de los tipos son silenciosos, por lo que muchas personas no saben que la padecen hasta que los síntomas ya son graves para la salud.
En Argentina, se estima que alrededor de 500 mil personas tienen hepatitis B o C, pero solo el 30 por ciento están diagnosticadas. Esto causa dos problemas preocupantes: aumenta el riesgo de contagio y hay mayor posibilidad de que la enfermedad evolucione y cause daño crónico del hígado.
Desde 2010 que cada 28 de julio se conmemora el Día Internacional de la Hepatitis, elegido por ser la fecha en la que nació el doctor Baruch Blumberg, quien descubrió el virus de la hepatitis B e inventó una prueba diagnóstica y la posterior vacuna. La jornada tiene como objetivo resaltar la importancia de la prevención y detección, precoz y efectiva de esta afección.
Se estima que esta enfermedad provoca la muerte de un millón de personas al año en el mundo
Hay cinco tipos de hepatitis: A, B, C, D (sub infección dentro de la B) y E (con rasgos parecidos a la A). Cada una tiene diferentes maneras de contraerse y consecuencias negativas.
De todas ellas, la B y la C son las más frecuentes y las que se consideran "silenciosas" porque pueden no presentar síntomas por varias décadas. La primera afecta alrededor de 350 millones de personas en el mundo y la segund 160.
La hepatitis A es una enfermedad aguda que puede contraerse a través del consumo de agua y alimentos que estén contaminados con materia fecal que contiene el virus. Por eso es frecuente en los países en vías desarrollo, donde el sistema cloacal y el sanitario son deficitarios.
El tipo A no causa una enfermedad crónica. Raramente produce formas fulminantes que llevan a la muerte o a la necesidad de un trasplante. La letalidad de esta afección disminuyó notablemente desde que se incorporó al calendario la vacuna en el primer año de vida.
“En 2005 en nuestro país se hizo obligatoria por ley la vacunación de la hepatitis A y con eso se ha cortado el contagio. En este momento hay bajísima circulación viral, cada tanto hay algún porque brote pero el virus no circula”, enumeró a PERFIL Luis Colombato, consultor del Servicio de Gastroenterología y Hepatología del Hospital Británico y profesor en Medicina de la UCA (MN: 45811).
La hepatitis B se contagia de manera sanguínea o sexual. Este tipo puede evolucionar a una forma crónica y causar cirrosis y cáncer hepático. Se previene con una vacuna, que se da el primer día de vida, a los 30 y a los 180 días.
Los síntomas se presentan cuando la enfermedad ya progresó significativamente en el organismo. Los más frecuentes son acumulación de líquido en la barriga (ascitis) o varices en el esófago, que suelen ser el motivo de consulta con el que se detecta la patología. En estadios muy avanzados, la piel toma un tono amarillento por el mal funcionamiento del hígado.
"El virus se aloja en el hígado y empieza a replicarse. Pueden pasar hasta 30 años sin dar una manifestación, en esa ventana es cuando el paciente tiene que hacerse el test porque con un simple análisis se detecta y se puede instalar el tratamiento", consignó Colombato.
En el caso de contraerse, se puede controlar de manera muy efectiva con tratamientos antivirales. "La terapia no cura la hepatitis B, lo que hace es que la replicación viral baje y pone un freno a la progresión de la enfermedad", precisó el especialista. Si la afección ya está avanzada, el paciente puede necesitar un trasplante de hígado.
Qué hacer si perdiste la cartilla de vacunación
Por su parte, la hepatitis C también genera una enfermedad crónica y puede producir cirrosis y cáncer hepático. En este caso, se contagia a través de la sangre y se detectó el anticuerpo por primera vez en 1989. Por eso, la gente que recibió transfusiones, fue operada o consumía drogas antes de esa fecha tienen la potencialidad de haberla contraído.
A diferencia de los otros tipos, no hay vacuna, pero sí un tratamiento eficaz. La terapia es de corta duración (de 8 a 12 semanas) y se basa en el consumo de comprimidos orales. La curación es de alrededor del 99%.
"Lo fundamental es que las personas que no fueron vacunadas consulten con el especialista en hematología que con un simple análisis puede detectar la enfermedad. Con el diagnóstico, dependiendo del tipo, se puede curar o ralentizar", remarcó Colombato.
BDN/FF